Usted está aquí: domingo 24 de septiembre de 2006 Opinión Doy fe

Angeles González Gamio

Doy fe

Estos dos vocablos juntos tienen un enorme significado, casi ritual, se podría decir, ya que aquel al que le concedemos la facultad de "dar fe" tiene que ser alguien de suma respetabilidad, para que su palabra sea reconocida por una comunidad.

Esta es la función de los notarios que dan fe pública, gracias a lo cual podemos realizar innumerables actos en nuestra vida, muchos trascendentes, con la certeza de que tienen plena validez jurídica: comprar o vender una casa, crear una sociedad, hacer el testamento y cuanto se le pueda ocurrir.

Esta noble institución, en nuestro país tiene antecedentes desde la época prehispánica en la figura del tlacuilo, que dejó constancia, por medio de signos ideográficos y pinturas, de distintos acontecimientos sociales, políticos y económicos. Un ejemplo de un documento público elaborado por estos personajes es el de los tequiámatl, que es un códice en el que se establecen a detalle los tributos que cada pueblo súbdito de los aztecas tenía que entregar. Realizados en papel de maguey, son de una gran belleza, ya que aparecen delicadamente pintados: coloridos penachos de plumas, elaborados atavíos, escudos, estandartes, cerámica, mantas de algodón, jícaras, barras de oro, miel, pieles de venado, plumas exquisitas de todos los colores, vasos de calabaza, conchas de nácar, petates y muchas más, entre las que destaca algo fino y sofisticado, que eran cañas con tabaco perfumado con hierbas aromáticas; las de Moctezuma eran de oro y las fumaba después de comer, acompañado de una jícara de chocolate espumoso, aromatizado con vainilla o alguna otra planta de gratos aroma y sabor.

Tras la conquista, Hernán Cortés, quien había trabajado como escribano en España y en Santo Domingo, tuvo el cuidado de que todas sus hazañas y hechos se anotaran; por ejemplo, quedó constancia de que Diego de Godoy dio fe de la fundación de la Villa Rica de la Vera Cruz, el 22 de abril de 1519.

Durante el virreinato el papel del escribano público fue relevante; había de número, de diligencias, de la real hacienda, de cabildo, de hipotecas y real; los únicos a los que se llamaba notarios era a los escribanos eclesiásticos, pero todos contribuyeron al desarrollo, a dar seguridad jurídica y estabilidad, no obstante que eran cargos que se podían comprar, vender, arrendar, heredar e hipotecar, pero el que lo ejercía debía presentar un examen teórico-práctico de capacidad.

En el México independiente la escribanía fue regulada según el gobierno que estuviera en turno; cuando el régimen centralista se imponía, las disposiciones notariales eran generales, de aplicación en todo el país, y cuando prevalecía el federalismo eran locales.

Durante el imperio de Maximiliano se publicó la Ley Orgánica del Notariado y del Oficio de Escribano y en su articulado se adopta por vez primera el término de "notario", en sustitución del de "escribano". Esta ley fue ratificada durante el gobierno juarista y se sustituyó el sello por el signo que se había usado hasta esa fecha. En 1901 se creó el Archivo General de Notarías y en 1932 se emitió la Ley del Notariado para el Distrito Federal, que es la que, con distintas modificaciones, continúa vigente.

De todo esto y de mucho más nos enteramos en el libro El arte notarial en México, bella e interesante obra del culto notario historiador Bernardo Pérez Fernández del Castillo, quien por cierto tiene su notaría en una hermosa casona del siglo XVII situada en la esquina de Isabel la Católica y Tacuba. Amén de la rica información histórica y actual, el volumen está ilustrado con deslumbrantes imágenes; entre otras, de los protocolos, que en muchos casos son verdaderas obras de arte; usualmente dedicadas a Dios, a algún santo o virgen, muestran la sensibilidad, técnica artística y el espíritu ingenuo de los creadores.

También nos informa de algunos tesoros que conserva el Archivo de Notarías, como varios instrumentos notariales que otorgó la extraordinaria Sor Juana Inés de la Cruz. Entre otros, la venta a su hermana Josefa, en 250 pesos de oro, de una esclava mulata que le pertenecía por donación que recibió de su madre; la compra de su celda, su testamento y una inversión que le producía réditos.

Ahorita mismo me voy al Casino Español, situado en su suntuosa sede de Isabel la Católica 34, donde seguro va a estar comiendo el notario, para felicitarlo por el magnífico libro, y de paso acompañarlo con la sabrosa chistorra frita en aceite de oliva, con la que usualmente inicia su comida, después compartir la rica paella que le prepara el chef gallego Carlos y terminar con los postres de La Güera. El dilema: ¿una crema catalana o la natilla? El acompañante espirituoso: un buen vino tinto, y de remate un purito para recordar a Moctezuma.

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