Usted está aquí: miércoles 20 de septiembre de 2006 Opinión Límites borgianos

Javier Aranda Luna

Límites borgianos

Un límite es un sendero entre dos campos. La frontera entre el sí y el no. Dividir, señalar, proceder por partes, anaqueles, estancos, colonias, peldaños es un principio de orden para combatir el caos que nos acompaña desde la antigüedad. Dividimos el paso del tiempo a cada instante. Instantes que son horas, horas que son días, meses, años.

Cuando delimitamos un espacio pretendemos asegurar su identidad futura. Pretendemos, escribo, porque nada nos garantiza que lo logremos. Los científicos han tratado de lograr el vacío absoluto y, para su sorpresa, en medio de esa nada de laboratorio, aparece materia donde no la había.

Las fronteras, los desiertos, los mares, los muros, no han logrado detener los flujos migratorios: 10 millones de personas de origen mexicano viven en Estados Unidos y miles de turcos, sudsaharianos y ecuatorianos viven en Londres, Madrid, París, Berlín.

También para nadie es un secreto a estas alturas que el siglo XXI no empezó el primero de enero del año 2001, sino aquel fatídico 11 de septiembre.

Jorge Luis Borges, aunque fue un poeta prolífico, quiso sobrevivir en un puñado de poemas: en Poema de los dones, donde se retrata y retrata la magnífica ironía de la divinidad que a una vez le dio los libros y la ceguera; en Poema conjectural, que en 44 endecasílabos perfectos dio cuenta, en 1929, de lo que pensó, quizá el doctor Francisco Narciso de la Prida, poco antes de morir a hierro y fuego por una horda de gauchos (esta idea con otro personaje y otro contexto la desarrolló tiempo después Carlos Fuentes, en forma de novela, en Artemio Cruz); En el golem, el mejor poema de Borges según Bioy Casares, y en El límite.

Para Borges el límite fue su mejor poema porque, nos dice, tocó por primera vez en la literatura el tema de ese tiempo que sera el último, el postrero, aunque no lo sepamos.

No estoy seguro de que, en efecto, el tema no se haya tocado en la literatura. De modo lateral está en Quevedo, en Góngora, en Shakespeare y Cervantes porque todo poema, además de ser un puñado de signos negros sobre la página blanca o una arquitectura de sonidos que al oírlos se desvanecen, encierran, en sus imágenes y ritmos ese misterio que sólo puede interpretar cada hombre. Toda lectura, como toda deidad que se respete, es personal e indivisible.

Pero no importa que el tema de Límites lo encuentre aquí o allá en otros versos. Importa que lo dijo como pocos.

Imagine una línea blanca que, poco a poco se convierte en negra. Distinguimos lo blanco y lo negro claramente en sus extremos pero, en la zona media, ignoramos cuándo deja de ser uno y cuándo lo otro. Esa es la zona de la que nos habla Borges: de los días que dejarán de serlo, de los libros y las noches que, un instante después, no veremos más, del no más ayer, jamás mañana, del espacio y tiempo y lo que somos que, sin darnos cuenta, nos dejan.

Hace 20 años publicó La Jornada una cabeza a ocho columnas, memorable: ''Ya inmortal murió Borges a los 87 años''. Hoy lo refrenda.

 
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