Usted está aquí: lunes 18 de septiembre de 2006 Deportes Modesto triunfo de la ganadería Villa Carmela, con algo de casta y poca presencia

Importante tarde del lengendario hierro de Zacatepec el 16 en Apizaco

Modesto triunfo de la ganadería Villa Carmela, con algo de casta y poca presencia

El madrileño Roberto Galán cortó oreja

Montes y Saldívar, sin decir ni evolucionar

LEONARDO PAEZ

Ampliar la imagen Roberto Galán espera a su enemigo a puerta gayola Foto: Jesús Villaseca

Alguna ocasión a mediados de los años setenta, al salir de una corrida en la plaza de Nimes, Francia, le oí decir al espléndido escritor, filósofo y ensayista apátrida, E. M. Cioran, radicado en París, "la fiesta brava se ha vuelto aburrida porque ya no hay toreros dispuestos a enloquecer delante del toro".

Lo anterior, que pudiera parecer una opinión simplista de alguien no "especializado" es, junto con la falta de bravura y de presencia en las reses de lidia, el meollo de la endémica crisis del espectáculo taurino en países subdesarrollados.

Pero como ayer en el tendido de la México les prometí a varios aficionados no caer en digresiones y concretarme a transcribir mis apuntes, eso es precisamente lo que haré.

Pero primero debo aludir a la tradición sin premuras e informar al lector de lo ocurrido el pasado sábado 16 en la plaza Wiliulfo González -ponerse de pie, por favor- de Apizaco, Tlaxcala.

Gracias a la afición y conocimientos de ese gran cronista que es don Alvaro Sánchez, de Apizaco precisamente, nos enteramos de que en las citadas fecha y plaza los hermanos Mariano, Juan Pablo, Bernardo y Alejandro Muñoz, dignos propietarios de la ganadería de Zacatepec -volver a ponerse de pie, por favor- enviaron seis ejemplares que hicieron recordar otras memorables tardes de tan comprometedor nombre en las páginas mejores de la tauromaquia mexicana.

Fueron unos novillos, relataba emocionado el maestro Sánchez, que a su bravura y transmisión de peligro aunaron toreabilidad y nobleza en su embestida, y con los que Montoyita escuchó palmas, El Rifao salió al tercio, Rogelio Sánchez cortó una oreja, El Pipo dio vuelta y Angelino de Arriaga, el miembro más joven de la dinastía de los Angelinos, por una faena con hondura y dimensión, coronada con soberbio volapié que hizo doblar sin puntilla, se hizo acreedor a dos merecidas y serias orejas.

Pero eso fue en Apizaco. En la plaza más importante del país, en el marco de la décima novillada de la temporada, hizo su debut la ganadería de Villa Carmela, propiedad de don Alejandro Arena, ubicada en las inmediaciones de Lagos de Moreno, Jalisco, que acusó algo de la casta del inolvidable hierro de Las Huertas, de don Luis Javier Barroso Chávez, su anterior propietario.

Fueron seis ejemplares decorosamente presentados en cuanto a peso, pero con encornaduras que desentonaron, pobres de cabeza, que se dice, o discretitos de cuerna para la buena crianza que ostentaban. Por eso a los muchachos les costó el doble emocionar al aplaudidor público que asistió al inmueble.

Mandar sobre el toro antes que torear bonito

El español Roberto Galán, que ya había venido en 2002, estuvo muy torero con el que abrió plaza, bien armado pero con genio y mucho peligro, al que plantó cara en los derechazos más toreros de la tarde, pues la esencia de la tauromaquia, antes que torear bonito, es mandar sobre el toro que se tenga enfrente independientemente de sus condiciones.

Galán hizo un despliegue del arte de "tragar", es decir, de aguantar a pie firme y mandar la descompuesta embestida del novillo en derechazos muy bien rematados. Tras un pinchazo, media, un descabello y un aviso, no fue llamado ni al tercio.

Con su segundo, Galán desplegó todo su oficio y afición en muletazos por ambos lados, con limpieza y extensión pero sin expresión interior, excepto un soberbio natural frente a toriles, más tres chicharrinas o manoletinas con el estoque por delante. Dejó una estocada entera algo trasera y recibió una oreja entre división de opiniones.

Los aguascalentenses José Manuel Montes y Arturo Saldívar, con 23 y 31 novilladas, respectivamente, alumnos de la Escuela de Tauromagia Mexicana, tuvieron enfrente novillos a los que debieron haber desorejado, pero a su discreta asimilación de la técnica, sobre todo con banderillas y muleta, añadieron lo que decía Cioran, escasa disposición a enloquecer delante del toro, vamos, a olvidarse de la lógica y de la teoría para entregarse a su propia magia y aceptar su propio misterio.

Saldívar en la generosidad emergente llevó la penitencia de que le regresaran un novillo vivo... ¡de regalo!, cuando los nuevos empresarios habían prometido desaparecer tan nefasta y extendida costumbre.

 
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