Usted está aquí: domingo 17 de septiembre de 2006 Opinión La fuerza asiática en Toronto

Leonardo García Tsao

La fuerza asiática en Toronto

Toronto, Can., 16 de septiembre. Ya es sabido que el cine asiático es una de las presencias imprescindibles en cualquier festival internacional que se pretenda serio. En esta edición de Toronto, varias de las mejores aportaciones han venido de esa zona precisamente. Lo curioso es comprobar cómo el cine occidental sí ha ejercido su influencia en los diversos autores orientales.

Por ejemplo, Fongchuk (Exiliados), del hongkonés Johnnie To, es una película de gángsteres en Macao, pero evoca al mejor western de hace 40 años, el creado por Sergio Leone y Sam Peckinpah, sobre todo. Esta dinámica historia de cinco pistoleros, amigos de la juventud que prefieren enfrentar la represalia gangsteril a traicionar su sentido de la lealtad, posee el sentido del humor y la estética de pantalla ancha del mejor Leone, así como la carga romántica y la honorabilidad de los héroes de Peckinpah (sin llegar a la tragedia, aunque sí al sacrificio final). A diferencia del papanatas John Woo, To sí ha sabido asimilar la influencia de los clásicos y transformarla en un estilo personal.

La nueva ola francesa es también otra referencia común, no sólo en Wong Kar-wai. El coreano Hong Sang-soo ha hecho con Haebyuneui yeoin (Mujer en la playa) una comedia agridulce sobre un cineasta ligorio que durante un viaje a la playa le baja la novia a su amigo coguionista, y unos días después seduce a otra chica con el pretexto de entrevistarla, mientras la primera lo asedia. La influencia de Eric Rohmer es evidente, aunque los diálogos no alcanzan el ingenio incisivo del francés. Lo que Hong debe aprender es a no usar tanto el zoom y a ser más sucinto en secuencias que se vuelven reiterativas.

Mientras, el impredecible realizador japonés Takashi Miike ha hecho en 46 oku nen no koi -llamada en inglés Big bang love, juvenile A-, una de sus películas más enigmáticas, ciertamente un giro de 180 grados en relación con sus anteriores Gozu y La gran guerra de los yokai. En este caso, la influencia francesa viene por Jean-Luc Godard y el escritor Jean Genet, al narrar el amor sublimado entre dos jóvenes reos en una cárcel tan estilizada que parece, a ratos, una cinta de Nagisa Oshima. Para alguien que está llegando a su septuagésimo largometraje, Miike ha sabido reinventarse de manera asombrosa. Y los admiradores de su faceta gore y más accesiblemente excéntrica se quedarán bastante perplejos.

Por su parte, el cine chino tiende a dos extremos. Por un lado, el minimalismo de tono documental y desdramatizado de Jia Zhang-ke, representado aquí por dos títulos, Dong y Sanxia haoren (Naturaleza muerta), la sorpresiva ganadora del reciente festival de Venecia y añadida a la programación de Toronto a última hora. Por otro, la extravagancia de época, de costosos valores de producción, como Yeyan (El banquete), de Feng Xiaogang. Obviamente, la segunda tiene mucho mayores posibilidades comerciales, mientras el cine del primero -desconocido en México- es casi exclusivo de festivales.

Según se puede comprobar con ese manojo de títulos, la diversidad del cine asiático es tan notable como su fuerza estética. Cada una de esas películas es muy diferente entre sí y, aun bajo el influjo de alguna corriente extranjera, mantiene un toque de originalidad. El cine europeo, en conjunto, palidece a su lado.

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