Usted está aquí: domingo 17 de septiembre de 2006 Opinión A la mitad del foro

A la mitad del foro

León García Soler

Presidencia itinerante y presidente en fuga

La autocrítica sólo sirve para la descalificación de nuestro movimiento": Leonel Cota Montaño. Y así fue como se reunieron Alejandro Encinas y Carlos Abascal en el balcón central del viejo Palacio del Ayuntamiento. El Grito en el Zócalo, en la Plaza de la Constitución. Plaza tomada, plaza abandonada, de todos, de nadie. El desfile del Ejército de la Revolución Mexicana, "el paseo del pendón", no pudo verse alterado por la coyunda ecuménica del oscuro sinarquismo y el comunismo que antes de la caída se convirtió al rito democrático, vía encuentro casual del eurocomunismo a la Martínez Verdugo y el reformismo a la Jesús Reyes Heroles.

En Dolores, Hidalgo, bajo la lluvia, Vicente Fox sonreía al lado de doña Marta Sahagún de Fox. (Cosas del matrimonio civil, de las pecaminosas reformas de Lerdo y de Juárez). Grito en el atrio desde el que Miguel Hidalgo y Costilla predicó libertad, igualdad, fraternidad. La campana que llamó al pueblo aquel amanecer de 1810 está en el Zócalo de la capital de la República, sobre el balcón central de Palacio Nacional, sede del Poder Ejecutivo de la Unión; plaza tomada por los de la convención de ayer y abandonada por quien tiene prisa por dejar la Presidencia: me voy el último día de septiembre al rancho. Bucólico retiro para el deslumbrado por el Maquío, para el que sacó al PRI de Los Pinos; fallido destructor de la República laica, federal, democrática, representativa.

Siempre hay un Pío Marcha cuando se necesita cambiar la carreta alegórica de paja por una carroza imperial. Siempre hay un tribuno dispuesto a recitar los versos épicos del poderoso en turno, liberal o conservador, radical o reaccionario. Magia de la transición en presente continuo. Porfirio Muñoz Ledo, el que fue arriba y adelante con Luis Echeverría, el que susurraba recetas de las brujas de Macbeth al oído de José López Portillo, el que acompañó a Cuauhtémoc Cárdenas en el desgajamiento del tronco común, el que en busca de su propio destino manifiesto volvió a cambiar de chaqueta para ponerse al servicio de Vicente Fox y, sin dudar un solo instante, cambió de jinete a medio río para ponerse al servicio de Andrés Manuel López Obrador, anuncia el arribo de "la cuarta República".

Ayer mismo debió haber sido día uno del mes uno del año uno del calendario de Macuspana. Nada espurio sobrevivirá. Leonel Cota Montaño acudió al filósofo de Güemes para sentenciar que la autocrítica es vicio solitario. Y el gran Porfirio no incluyó en la afrancesada cuenta de repúblicas la de su tocayo oaxaqueño. Díaz, el del porfiriato, liberal, atento al pulso de la modernidad, del positivismo, de los científicos. En cuenta el lapso en que dejó la silla al cuidado de su compadre El Manco González, aquel Porfirio mandó desde 1877 hasta 1910; República tuxtepecana en lugar de la República Restaurada. Ah, la dicha cambiante del valor de las palabras que permite al valiente Manuel Camacho salirle al paso a la autocrítica y decirle a Cuauhtémoc Cárdenas que él, Manuel Camacho, es el único que sacó la cara por la izquierda cuando las cosas se ponían feas.

En la plaza abandonada, Andrés Manuel López Obrador no pudo dar el Grito el viernes 15 de septiembre de 2006. Pero después del desfile llegó la hora de la presidencia itinerante. Que buscan una nueva manera de gobernar, dice Lorenzo Meyer; que todo es simbólico, añade el historiador que sabe lo que es y lo que vale la República Restaurada. Hoy, "del infierno al purgatorio", o al revés volteado. Una convención nacional democrática, con delegados de un solo hombre, desembocaría fatalmente en poder constituido sin más fuente y origen que el voluntarismo en el ágora mediática de las evanescentes palabras entendidas como valores simbólicos. Antes que el tribunal resolviera la validez de la elección presidencial y se publicara el bando solemne que declara presidente electo a Felipe Calderón, el de Tabasco habló de convocar a una asamblea constituyente.

A poner los bueyes delante de la carreta. Pero la prisa de uno por irse y la ambición con la que los dioses ciegan a quienes quieren perder, alentaron la devoción cortesana al líder político transmutado en guía providencial; los sicofantes redefinieron el carisma; las soldaderas de la igualdad decidieron que nadie igualaba la pureza del mesías. Y se encendieron las farolas a plena luz del sol. Cuauhtémoc Cárdenas se mantuvo parco, distante, hijo de quien fuera mal llamado esfinge de Jiquilpan. Pero a los gritos destemplados desde el anonimato siguieron las condenas del desvarío intelectual, de la desmesurada defensa del guía del movimiento, del líder sin par en la historia, cuando menos en la del siglo XX y lo que va de éste.

Y Cuauhtémoc Cárdenas respondió por escrito y expresando su afecto a Elena Poniatowska. Que no hay motivaciones personales, sino convicciones políticas no compartidas, dijo. Y la profunda preocupación por "la intolerancia y satanización, la actitud dogmática que priva en el entorno de Andrés Manuel para quienes no aceptamos incondicionalmente sus propuestas y cuestionamos sus puntos de vista y sus decisiones." Dirán los combatientes del movimiento, sobre todo los que nada más han olido pólvora los días 16 de septiembre, que es mala hora o mala intención citar a quien ya habían enviado a la gloria de los archivos de la historia. Lo absurdo, lo peligroso sería callar; dar la razón a la frase sin sentido de Leonel Cota. Y abrir la puerta a la intolerancia parda de la reacción.

Ahí, en la radicalización desmesurada acaban por topar, por juntarse los extremistas de la izquierda y de la derecha; caldo de cultivo del absolutismo, del totalitarismo, en las tentaciones fascistoides alentadas por el vuelco finisecular y el nuevo orden global del imperio único, la verdad única, la democracia con aval de Washington; el dogma de los neoconservadores, el yugo del mercado que genera riqueza para concentrarla y multiplica los pobres.

Con el vuelco vino y se fue Vicente Fox. Llegó en olor de santidad, alabado por los dueños del dinero, la gente decente, la mochería y la clerigalla. Pero también por quienes anhelaban el sufragio efectivo que tanto nos eludió; compañeros de viaje de reaccionarios y legionarios que aplaudieron la convocatoria foxiana a "hacer una revolución como la cristera". Lo encubría el manto de la bien ganada popularidad. El infantilismo democrático ayudó a verlo ya convertido en estatua en el nuevo Paseo de la Contrarreforma. Burlonamente lo llamé "el joven Macabeo" en este espacio. Pero así lo veían y lo ven, en serio, como moderno Miramón, "los reaccionarios que también son mexicanos."

Se va derrotado. Deja la plaza a merced del adversario. Permite que un opaco Santiago Creel suba a la tribuna del Senado, no para lanzar una catilinaria contra López Obrador, sino para aconsejarle prudencia al César, quien así deja de serlo y de parecerlo.

En la capital de la República, sinarquismo y comunismo de la mano: lobos y ovejas en el mismo prado. Pero el balcón central de Palacio, vacío, cubierto por manta púrpura de duelo, palio, mortaja. "Se ve sombrío", dijo Ricardo Monreal, "como será el sexenio."

Faltaba la convención. De aquí p´al real, presidencia itinerante o fija, se acabó lo simbólico.

 
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