Usted está aquí: miércoles 13 de septiembre de 2006 Opinión Lectura y democracia

Carlos Martínez García

Lectura y democracia

Poder descifrar las letras impresas en hojas que conforman un libro, y/o que están plasmadas en una pantalla de computadora, no significa necesariamente saber leer. Porque la lectura es un proceso más complejo, en el que está involucrada la capacidad de dialogar con el autor de lo que vamos leyendo, estar de acuerdo o en desacuerdo con él, o ella, y sacar conclusiones propias en ese diálogo.

En el sentido de la afirmación anterior va la consideración de Daniel Cassany en su reciente obra Tras las líneas: sobre la lectura contemporánea (Editorial Anagrama), cuando afirma que: "Leer y comprender es una actividad compleja en cada lugar, fecha y circunstancia. Si bastara con aprender palabras, la sintaxis o los sonidos que se relacionan con éstas, sin duda todos los jóvenes que llevan años en la escuela sabrían leer... ¡Pero no es así!" Y es cierto. En México el sistema educativo está basado en mal orientar al estudiantado, al hacerle creer que sabe leer cuando en realidad nada más se le enseña a decodificar gramaticalmente lo impreso. Por lo mismo un altísimo porcentaje de los estudiantes, sean de primaria o universitarios, salen muy mal librados en la llamada lectura de comprensión. En el ejercicio de saber qué se propone en un texto, las partes que lo integran, las propuestas que se hacen y los argumentos para sostenerlas, y las conclusiones a las que arriba un autor(a), los escolares mexicanos tienen tantas dificultades para salir airosos que para nada resulta exagerado concluir que no saben leer.

Esa incapacidad de realmente comprender un texto la corrobora la experiencia por más de una década de una docente de la mayor, y mejor, universidad del país, que tiene a su cargo el sistema que certifica la posesión, o no, de una lengua extranjera por parte de estudiantes que necesitan ese requisito para titularse de alguna licenciatura y/o para ingresar a un posgrado. En los miles de exámenes aplicados para comprobar que los candidatos pueden leer un texto de la especialidad sobre la que hicieron sus estudios de licenciatura, texto sobre el que se les hacen preguntas por escrito para evaluar si comprendieron lo leído, un preocupante porcentaje no obtiene la calificación aprobatoria. La conclusión de esa muy responsable docente, y del equipo que con ella labora, es que los aspirantes no pueden hacer lectura de comprensión en una lengua extranjera porque no saben leer bien en español. Luego entonces la problemática va más allá de aprender reglas gramaticales, declinaciones de verbos y vocabulario de una nueva lengua; pasa por el hecho de que los estudiantes llegaron al nivel universitario sin la capacidad de leer analíticamente.

Dice Gabriel García Márquez que la lectura se adquiere por contagio, pero ¿cómo la inmensa mayoría de mexicano(a)s pueden contagiarse de algo a lo que muy raramente estás expuestos? El hábito de la lectura es una rareza entre nosotros. De ello dejan seco y brutal testimonio las escalofriantes cifras que muestran la existencia en México de una librería por cada 250 mil habitantes, y que en el país sólo en 6 por ciento de los municipios hay librerías. El 40 por ciento de puntos de venta de libros están concentrados en la ciudad de México, e incluso pocos de los lugares donde se expenden libros son dignos de llamarse librerías. En el DF las librerías que se localizan al sur de la ciudad, las que más volúmenes venden y mayor número de títulos tienen, languidecen cuando se les compara con las librerías de ciudades estadunidenses o europeas con mucho menos habitantes que nuestra capital.

Sin contagiadores de la lectura a gran escala no habrá contagiados. Los libros son bienes lejanos a la inmensa mayoría de los mexicano(a)s, son objetos extraños a su vida cotidiana. La estridente campaña gubernamental "Hacia un país de lectores" es más verborrea pirotécnica que verdaderos programas y acciones que vayan acercando el libro naturalmente a los escolares de los primeros grados inscritos en el sistema educativo nacional. ¿Pero cómo puede ser de otra forma si la Presidencia de la República está ocupada por un antilector? No obstante, el hábito de leer es tan generoso que hasta una persona que repele la lectura, como Vicente Fox, se atreve a elogiarlo y recomendarlo. Nuestra tragedia es que quienes se supone están mejor equipados para leer nada más no leen libros por el gusto de hacerlo. Es bajísimo el porcentaje de universitarios que por su cuenta leen consuetudinariamente después de haberse graduado. Cuando se despidieron de la universidad también se despidieron de los libros.

La lectura es uno de los factores que fortalecen la ciudadanía. Ayuda a conformar una personalidad democrática, aunque, debemos decirlo, no lo hace de forma automática. La búsqueda constante de información, ideas, propuestas y nuevos horizontes es una característica de quienes buscan construir democracia en todos los órdenes de la sociedad. Un aparato gubernamental que aleja, que impide con sus programas ineficaces la lectura masiva en el nivel educativo inicial, es un gobierno que fomenta la antidemocracia al seguir privilegiando la educación memorista en lugar de transmitir el gusto por la lectura, que lleva a pensar por sí mismo.

 
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