Usted está aquí: martes 12 de septiembre de 2006 Opinión Ruelas: reflexión aledaña

Teresa del Conde/ II y última

Ruelas: reflexión aledaña

Muy cierto es que el fetiche del guante, ejemplificado por Klinger en una de sus más conocidas series, tiene sus contactos con no pocas ilustraciones de Ruelas, cuyos ''fetiches" son reiterados a lo largo de su producción dibujística. Pero no puedo menos que advertir algo que percibió Aurelio Asiáin en el volumen sobre Ruelas, publicado por Casa de Bolsa Cremi, en 1987.

La representación de cuerpos femeninos del zacatecano, que poseía un impecable entrenamiento académico, parecen tomados de anatomías masculinas a las que se adhieren senos y tupidas cabelleras como sucede en numerosas tintas (recordemos La esperanza, a la que Amado Nervo dedicó un poema). De no ser así, sus mujeres -a excepción del retrato de la madre muerta y de los dos retratos de su hermana Margarita, vestida elegantemente a la moda finisecular decimonónica en uno de ellos y tocada con un sombrero que hubiera hecho las delicias de Baudelaire en otro, corresponden a concreciones, que dan como resultado personajes tan faltos de carnes y de erotismo como la mujer-vampiro que llama al transeúnte en el aguafuerte Fuegos fatuos.

Allí la magistral inclusión de los dos perros que aúllan es tan prodigiosa como el gato de pelo erizado ante presencia sobrenatural connotada en el aguafuerte con personajes dickensianos titulado La muerte, en el que la infortunada y nada bella damisela ofrece una presencia más grotesca que trágica. Podría servir como ilustración caricaturizada de alguna narración destinada a aleccionar sobre la ridícula actitud de una pareja de viejos ante un hecho inevitable.

Benignos, malignos o innocuos, los personajes híbridos de Ruelas en los aguafuertes, siempre poseen rasgos somáticos femeninos, incluido el bicharajo con enormes tetas trepado al cráneo de su propia efigie para tomarle medidas ''científicas" con una regla minúscula. Se trata de su obra princeps en este género: La crítica, de la que existen espléndidos dibujos preparatorios. Bien podría titularse La autocrítica.

Otro de los grabados magistrales de Ruelas, ejecutado en plancha de cobre es Medusa. Ese personaje mítico sí que tuvo sus poderes indiscutibles en su carácter de Gorgona, y por eso está presente en el escudo de Pallas Atenea, destinado a salvaguardar la sabiduría. En la pieza de Ruelas la Medusa, ya decapitada, no es representación femenina, sino masculina. Se ha dicho que es un autorretrato, no hay tal, muy posiblemente es un retrato, pero no sabemos de quién.

Ruelas sí es un poeta de la línea y se analoga a los más delirantes exponentes de la literatura negra, ojalá el año próximo cuando se cumplirán 100 años de su muerte, pueda realizarse una muestra que reúna un corpus representativo de su producción. Hoy por hoy, no irán sus restos a parar a la fosa común, amenaza que se desató hace poco debido a que su sepulcro en el cementerio de Montparnasse (cerca de su tumba están las de Sartre, Simone de Beauvoir y Porfirio Díaz), no contaba con perpetuidad, de modo que pasados 100 años podía disponerse de ese codiciado espacio, dado lo cual estuvo a punto de ser demolido, pese a ser obra del también simbolista escultor Arnulfo Domínguez Bello. Eso no sucederá, se dice, gracias al concurso de la embajada de México en París y al Instituto Zacatecano de Cultura.

Líneas atrás dejo entrever algo que ya en otra ocasión insinué: para Ruelas, según Ciro B. Cevallos, la mujer es ''dañina y amarga como la hiel (...)", pero a la vez sus contemporáneos aseveran que era irónico como pocos, cruel y gráfico en sus representaciones. En todas, no sólo en las femeninas. Esos rasgos están también dentro del contexto del simbolismo finisecular, aunque no son comunes a todos sus representantes, en Klinger aparecen mucho más matizados. No es que Goya, hombre casado y con hijos, se quede atrás: pero él sí que amó a mujeres, por lo menos a Cayetana, la Duquesa de Alba, cosa que explicita Fernando Gálvez cuestionando con brío un dicho de Jeanine Baticle.

No es necesario reiterar que en sus representaciones gráficas el trato síquico que Goya dio a mis congéneres, no es nada bonancible, ni podía serlo, teniendo la presencia de María Luisa como modelo regio.

Estas notas tienen por objeto despertar en los posibles lectores el deseo de visitar la exposición en el hermoso Museo Nacional de San Carlos, que se encuentra en Puente de Alvarado, abierto todos los días, excepto los martes. El trabajo de acervo allí realizado da lugar asimismo a calibrar aspectos poco conocidos del espléndido acervo gráfico con el que allí se cuenta.

 
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