Usted está aquí: martes 12 de septiembre de 2006 Opinión Astillero

Astillero

Julio Hernández López

Mal parado

El síndrome Colosio

No me defiendas, Espino

¿Trampas, errores?

Astillas:

Lo único que ha crecido en el entorno de Felipe Calderón es la protección militar. Técnicamente es el presidente electo de México, pero políticamente parece pasmado, incapaz de generar piezas estratégicas de elemental supervivencia, rehén de la jaula verde olivo en la que se mueve a todos lados, impráctico campeón de oratoria en una república estudiantil.

Cual sucedió con Luis Donaldo Colosio cuando Carlos Salinas se negaba a reconocerlo como heredero necesitado de su propio espacio de poder, Calderón tiene encima la bota de Vicente Fox y la zapatilla de Marta Sahagún (en su discurso de este domingo, Calderón parafraseó la descripción que de sí mismo hacía Colosio como producto de la cultura del esfuerzo y no del privilegio, y el michoacano también pareció acercarse al "Veo un México..." del sonorense con referencias a "sueños" políticos). Tan breve es la estima de la pareja presidencial por quien teóricamente habrá de ocupar Los Pinos que la producción verbal del ex gobernador guanajuatense sigue causando problemas y alboroto como si no le faltaran menos de tres meses para entregar el poder. Fox baja la cortina del changarro en términos administrativos pero no le suelta a Calderón ni una fotografía del timón de una política convulsa y altamente peligrosa (Oaxaca, como ejemplo claro).

Felipe, por tanto, no está cómodo ni siquiera en los festejos de ocasión que con motivo de su victoria oficializada le ofrece su partido y que, en buena lógica de poder, deberían ser decididos y definidos por él mismo. Todo lo contrario: Felipe habla despectivamente del pasado, pero los organizadores le allegan piezas de museo del priísmo, como el acarreo y la farándula; Felipe trata de pasarla bien y poner buena cara al difícil momento, pero la espina en el zapato (el presidente del comité nacional panista, que largamente le ha jugado la contraria y que impuso a sus aliados en las coordinaciones de las bancadas legislativas, a contrapelo de las propuestas de Calderón) se permite citar la soga de Castillo Peraza en la casa del amigo ahorcado. Acaso por esos sobresaltos y empachos es que Felipe pronunció un discurso contradictorio, zigzagueante e intrascendente en esa especie de sesión de superación personal en la que participaron estrellas de la talla de Ana Guevara, Jesús Ramírez y Leonorilda Ochoa.

No parece, sin embargo, ser nada más un asunto de mal gusto -que provocó que Calderón no aplaudiera a Manuel Espino en su discurso ni lo saludara de mano al final de la pieza oratoria-, sino una especie de amenaza apenas encubierta, un mensaje público con significación privada: el perdón. ¿A quién debe Felipe perdonar hoy de la misma manera que su maestro y amigo Carlos Castillo Peraza debería haber hecho con quienes jugaron contra su línea política o personal, como habría hecho el propio Felipe? ¿A Vicente y a Marta, que nunca lo quisieron como candidato y que ahora lo han llevado a un triunfo precario y comprometido, por cuyas viscosas circunstancias propicias para el chantaje lo menosprecian? (El triunfo del 2 de julio habría sido a causa de los militantes panistas, no de las características o el esfuerzo del candidato presidencial, según Espino; a su vez, F.C. se esforzó al micrófono este domingo taurino-militar en insistir en que él fue quien remontó malquerencias y obstáculos.) ¿Perdonar, es decir, olvidar, no consignar, no abrir averiguaciones previas, no usar a los hijos de Marta ni a ella misma, ni a los Fox para dar el único quinazo que le daría cierto aire de consolidación a un michoacano a salto de mata?

La fragilidad política de Felipe podría traducirse en inestabilidad emocional. Presiones fuertes suelen llevar a ciertas personalidades a refugiarse en nichos artificiales. De hecho, algunos periodistas que cubren la fuente calderonista hacen relatos sobre ese tipo de nichos. Relatos que siempre incluyen la sabida facilidad con que Calderón puede llegar al enojo -"es de mecha corta", suele decirse-.

El escenario de inseguridad política en que se mueve el panista parece empeorar cada día. Ayer, en el contexto de la conferencia de gobernadores, reunida en Nuevo Vallarta, Nayarit, fuerzas policiales militarizadas actuaron con violencia contra quienes se manifestaban en contra del acosado Calderón. El riesgo de desbordamiento está presente en cada uno de los actos de la agenda calderonista, que son conocidos con cierta antelación por sus opositores, pero las decisiones a tomar en cada caso no parten ni siquiera del civil presuntamente encaminado a gobernar, sino de criterios militares y de factores de poder con proyecto propio como es la Presidencia de la República, que tanto tarda en dejar los controles o que, acaso, está jugando cartas envenenadas que debiliten o anulen a un sucesor cada vez peor parado.

Embebidos en lo electoral, los mexicanos apenas hemos atendido el fenómeno de insurrección social que se ha dado en Oaxaca. Acostumbrados a entender lo político a partir de intrigas y juegos de poder en las elites, los analistas y comentaristas cargaron (¡cargamos, kimosabi!) la tinta inicial en los presuntos ajustes de cuentas de Gordillo hacia Madrazo-Ulises-Murat y en supuestas maquinaciones electorales hechas en las alturas políticas. Mientras eran tejidas múltiples interpretaciones a cual más equivocada, en Oaxaca -no sólo en la ciudad, sino en varios lugares de la entidad- se desarrollaba una insólita movilización que enfrentó al despótico poder local e instaló una forma de representación social fundada en la discusión abierta y la convergencia de corrientes en una dirección más o menos estable y eficaz. Abandonados por un gobierno central concentrado en la caza anunciada del peje, los oaxaqueños han ido instalando una especie de gobierno comunal que lo mismo ha decidido la toma de radiodifusoras en las que se ejercía periodismo oficialista (para convertirlas en instrumento de lucha) que ha tenido momentos deplorables de violencia y de presunta justicia cobrada por propia mano. Hoy, luego de tanta ausencia de gobierno en Oaxaca, es muy posible que el rodar de la cabeza de Ulises Ruiz no sirva para apaciguar las inconformidades desatadas. En Oaxaca hay una nueva forma de hacer política, una nueva percepción de la relación de la sociedad con la autoridad y una exitosa rebeldía colectiva... ¡Hasta mañana, en esta columna que está lista para el vero Grito!

Fax: 56 05 20 99 * [email protected]

 
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