Usted está aquí: lunes 11 de septiembre de 2006 Sociedad y Justicia Pobladores de San Blas no dudan: la odisea pudo haber ocurrido

REPORTAJE / LA HISTORIA DE LOS TRES PESCADORES EN ALTA MAR

Pobladores de San Blas no dudan: la odisea pudo haber ocurrido

Otras historias de tiburoneros refuerzan lo narrado por Lucio, Jesús y Chavita

TANIA MOLINA RAMIREZ/III

Ampliar la imagen En el embarcadero conocido como la U, en el puerto de San Blas, un lugareño repara una red Foto: Tania Molina Ramírez

San Blas, Nayarit. Los pescadores no lo dudan. Están convencidos de que la travesía de Lucio Rendón Becerra, Jesús Eduardo Vidaña López y Salvador Ordóñez Vázquez, Chavita, quienes salieron del muelle de San Blas y aparecieron nueve meses después cerca de las islas Marshall, pudo haber ocurrido.

Para afirmarlo les basta su vida, tanto en lo cotidiano como sus aventuras.

En una ocasión, la barca del tiburonero Abel Cortés estuvo 33 días al garete. Abel y su hijo Sergio Alonso, de 13 años, se alimentaron de tiburón (éste sí, cocido) y hielo. Una cubierta improvisada con petates los protegió, y cuando fueron rescatados no tenían quemaduras por exposición solar. Mantuvieron su dentadura limpia, gracias a que se lavaban con agua de mar y usaban el dedo índice como cepillo.

Cuando un barco los rescató, Sergio llevaba dos días con diarrea y no quería comer. Abel atribuye la infección gastrointestinal al agua de hielo.

Esta es sólo una de las desventuras (no la peor) que este lobo de mar ha vivido.

Hace unos días, Abel, de 53 años, exclamó indignado, sentado en la entrada de su hogar, intentando mantenerse fresco con un ventilador de pie: "El otro día escuché a Pati Chapoy decir que no les cree a los náufragos (en realidad no naufragaron) y que no habrían aguantado ni dos semanas. Si yo pudiera la invitaría a subir a una panga, para que viera cuánto podemos durar".

Más allá de que hayan estado o no en alta mar durante nueve meses, quizá muchas dudas surgen por el desconocimiento de las artes del pescador.

En el mismo pueblo es común encontrar a quien se niega a creer la aventura de Jesús, Salvador y Lucio. Lo revelan fragmentos de conversaciones sostenidas en una banca de la plaza, en la nevería, en el mercado. "¿Cómo es posible que haya durado nueve meses una cobija?", pregunta, escéptica, una señora. Basta dar una vuelta por el embarcadero para constatar que un pescador puede llevar eso y más con su cobija a la intemperie.

"Mucha gente que está sentada tras un escritorio dice que si uno no come tal y tal no sobrevive, pero con que no falte agua...", asegura el pescador Luis Montes, desde el embarcadero conocido como la U.

"Estamos impuestos a esta vida", interviene otro.

"Especie en vías de extinción"

En este puerto, "el tiburonero es una especie en vías de extinción".

Cada vez hay que ir más lejos a pescar esos animales. Lo común es ir al otro lado de las Islas Marías (a unas 70 millas de San Blas). Lucio, Jesús y Chavita dicen que estaban a 30 millas al sur de las islas cuando se trozó la cimbra.

"Antes llegábamos a agarrar 29 animales, pero ahora son menos", dice el tiburonero Marciano Montes Ponce, de 60 años, 25 de ellos dedicados a la pesca de esa especie.

Está prohibido pescar a menos de 12 millas de las Islas, según las autoridades, para proteger la especie y evitar que escapen prisioneros de la Isla Madre.

No hay pescador que no haya sido apañado cerca de las Islas Marías por haber cruzado el límite, intencionalmente o no. El castigo es unos días en prisión y quedarse sin instrumentos de trabajo hasta por semanas.

Curiosamente, las autoridades no parecen aplicar la misma enjundia para atrapar las veloces lanchas que, todos saben, cruzan "con cargamentos" desde Colombia.

El capitán Enrique Velázquez Torres, comandante del subsector naval en San Blas, admite que no ha habido aseguramientos en los dos años que lleva en el cargo.

(Los pescadores han prestado sus conocimientos sobre el mar a los narcotraficantes. Al parecer, quienes lo hacen combinan oficios. Algunos fueron a dar a la cárcel a finales de los años 90.)

No sólo hay que salir más lejos a pescar tiburón. También disminuyó la captura ribereña. Algunos dicen que en parte "la presa Aguamilpa tiene la culpa". Temen que la situación empeore con la presa El Cajón, a punto de ser inaugurada.

Al tener que ir más lejos se incrementan los costos. Sólo en gasolina y aceite, cada jornada puede costar 500 pesos. "Y nunca se sabe, uno puede regresar con las manos vacías."

"Desde que recuerdo, el pescado vale igual y la gasolina sube", dice un pescador en Boca de Asadero.

David Lara Plascencia, líder de los pescadores en San Blas, expresa que de la misma manera en que los campesinos reciben subsidio al diesel, los pescadores deberían tener uno para gasolina.

Antes lo común era que los bodegueros o patrones fueran dueños de las pangas y se hicieran cargo del mantenimiento del motor y del avituallamiento de cada viaje (gasolina, hielo, agua, comida, chinchorro, cimbra), inclusive de "prestar" dinero al pescador para que dejara a su familia durante su ausencia. A cambio, toda la producción llegaba directo a manos del patrón, y él de ahí descontaba el avituallamiento y lo "prestado".

Ahora un número creciente de pescadores tiene panga (o trabaja en la de alguien más) y simplemente vende el producto (pargo, picuda, mojarra, curvina, chihuil, robalo y sierra) a una de las cerca de 40 bodegas que hay en San Blas.

Por su parte, los patrones compran todas las especies más o menos al mismo precio.

"Para poder pagar un viaje que costó unos 500 pesos necesitamos sacar unos 60 o 70 kilos de pescado, que vendemos a unos 10 pesos el kilo", explica Abel Cortés.

Pero a veces lo sacan, otras no.

El bodeguero Raymundo Ruiz Robles explica su situación: "Los pescadores que tengo ahorita (tres) no me piden para avituallarse". Tampoco les da para gasolina. Nomás les compra el pescado, y cuando quieran se pueden ir con otro patrón.

En agosto, mes flojón, recibe unos 200 o 300 kilos diarios de pescado.

La temporada de camarón es de septiembre a diciembre; la época tiburonera, de principios de noviembre (ya que pasó el último ciclón) a abril o mayo.

Así que a partir de octubre la producción de Raymundo se incrementa a una o dos toneladas, incluyendo camarón y tiburón. De este último compra el tronco, sin vísceras ni cola ni aleta. Antes vendían hígado, pero el comprador dejó de venir a San Blas.

(Del filete del tiburón se hace bacalao. El cazón tiene mejor precio que el tiburón grande.)

El, a diferencia de otros bodegueros, no compra aleta, simplemente porque nunca aprendió a distinguir los diferentes tipos. (Se vende entre mil y 2 mil pesos el kilo.)

Al igual que otros patrones, lleva su producto a Guanajuato y a la ciudad de México, entre otros lugares; a veces al mercado, otras con proveedores. Algunos también lo venden en Tepic y Guadalajara, donde se los pueden comprar a 30 pesos el kilo.

Raymundo, en cambio, tiene algo que lo distingue: también es dueño del Centro Botanero Matamarea, adonde se arriman los pescadores después de la jornada de pesca. O simplemente se quedan en la acera de enfrente, en un pequeño oasis creado bajo la generosa sombra de dos guamúchiles, donde pistean y zarandean pescado en una improvisada parrilla. Ahí le encantaba estar a Chavita.

"¡Como pescador se vive muy bien!", exclama uno, sentado en la U. Y da su explicación: "Ganas unos 500 pesos. De gastos se van unos 400, quedan 100; 50 para pistear, cigarro y coca, y 50 para comer".

Lo dice en broma, pero de broma en broma...

Otro pescador, Saúl Ordóñez Ceja, al platicar sobre los tres perdidos en el mar, asegura también medio en guasa: "Conozco gente que ha vivido hasta un mes de pura cerveza".

Tras las severas y peligrosas jornadas en el mar, sea el calor, las puras ganas, pero en este puerto las ballenas del Pacífico fluyen a todo dar. "¡Lo que ganamos se nos desliza por la garganta!", dice con orgullo uno de ellos.

 
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