Usted está aquí: sábado 9 de septiembre de 2006 Sociedad y Justicia Estamos vivos por las tortugas y aves que logramos atrapar

REPORTAJE / LA HISTORIA DE LOS TRES PESCADORES EN ALTA MAR

Estamos vivos por las tortugas y aves que logramos atrapar

Aprovechábamos todo: sangre, tripas, coralitos (huevos tiernos) y la carne

TANIA MOLINA RAMIREZ /I

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Ampliar la imagen También llamada palangre, la cimbra es un instrumento de pesca formado por un cabo principal del cual cuelgan cordeles con anzuelos cebados Foto: Tania Molina Ramírez

Ampliar la imagen Jesús Eduardo Vidaña, Lucio Rendón y Salvador Ordóñez, Chavita, narran a detalle la forma en que lograron mantenerse vivos durante nueve meses en alta mar Foto: Tania Molina Ramírez

Ampliar la imagen Jesús Eduardo Vidaña, Lucio Rendón y Salvador Ordóñez, Chavita, narran a detalle la forma en que lograron mantenerse vivos durante nueve meses en alta mar Foto: Tania Molina Ramírez

Ampliar la imagen Jesús Eduardo Vidaña, Lucio Rendón y Salvador Ordóñez, Chavita, narran a detalle la forma en que lograron mantenerse vivos durante nueve meses en alta mar Foto: Tania Molina Ramírez

San Blas, Nayarit. Las caguamas salvaron a los tres pescadores que zarparon desde costas nayaritas y fueron rescatados a unos 9 mil kilómetros de distancia, en aguas cercanas a las Islas Marshall.

Para ser exactos, 108 caguamas, según el conteo que llevó Salvador Ordóñez, tiburonero oaxaqueño que desde hace 10 años se asentó en este pueblo de pescadores.

Salvador, mejor conocido en el puerto como Chavita, es uno de los tres pescadores mexicanos que asegura haber estado en alta mar durante nueve meses y nueve días. Es tremendamente popular entre los lugareños y todos coinciden en que es un gran maestro del mar. Sus propios compañeros de travesía aseguran que él les infundió ánimo para seguir viviendo.

Y era él el principal encargado de pescar, entre otras especies, las caguamas. Al acercarse una tortuga marina a la panga, si "estaba feo el aire, me agarraba con un cabo que sobraba de la línea y Jesús (Eduardo Vidaña) y (Lucio) Rendón (Becerra) me jalaban, agarraba la tortuga y la subíamos" a la embarcación.

"Le cortábamos el pescuezo", salía el chorro de sangre y "la juntábamos en una 'mamila' (un recipiente)".

De una caguama grande podían sacar hasta cuatro litros de sangre. "Toda nos la tomábamos".

Después destazaban la tortuga marina. "La carne no se podía comer cruda, dolía el estómago. La poníamos al sol y a los dos días ya se podía comer". Aprovechaban absolutamente todo: tripas, coralitos (huevos tiernos); menos la concha y la cabeza. Los únicos que no pudieron probar bocado fueron Juan David y Farsero, los dos acompañantes con los que aseguran haber zarpado.

"Al principio quisieron probar coralitos de caguama. Pero ni uno pasaron. Los escupían. Esa vez yo me comí como 28 y Rendón como 30", contó el oaxaqueño.

La Jornada y el líder de los pescadores en San Blas, David Lara Plascencia, fueron los primeros a quienes confesó que atraparon caguamas.

Salvador acababa de bajar del camión en el que viajó de Puerto Angel, Oaxaca, de donde es originario, a San Blas. No habían pasado cinco minutos cuando ya estaba contando el secreto. Habían pactado no comentarlo antes, "por si nos meten a la cárcel". Si los iban a aprehender, que fuera "ya repuestos. Si nos meten antes, como estábamos, nos íbamos a morir adentro. ¡Si allá la libramos, acá nos íbamos a morir!'"

Lluvia y orines

Si sobrevivieron nueve meses y nueve días fue, también, claro, gracias al agua de lluvia... y a la orina.

Por poco y no la libran. Salvador contó que durante los primeros días no caía ni una gota del cielo.

Habían salido del muelle de San Blas con poca agua: "Ni 50 litros", dijo Chavita. "En tres, cuatro días, ya se había acabado".

Como por el día ocho ya se estaban ahogando. "Calé: ¿Qué voy a hacer? Me voy a morir. Así que oriné y me tomé mi agua, delante de ellos. Me dijeron, '¿qué es eso?, ¿agua?' 'No, orines'. Se rieron y no dijeron nada". A la mañana siguiente le confesaron que en la noche, a oscuras, "por vergüenza", también ellos se habían tomado su agua.

Para Salvador no había nada de qué avergonzarse. "Era como tomarme un refresco".

Hasta que, por ahí del día 28 de la travesía, les llovió. "El primer día muy poquito, como un litro, que nos repartimos entre los cinco. Apenas nos mojamos la garganta".

Al día siguiente, más fuerte. "Calmamos la sed". Mientras más se adentraban en el océano Pacífico, más llovía. "Con las 'mamilas' recogíamos el agua".

A partir de ahí, no sufrieron de sed.

La travesía

El 27 de octubre de 2005, Salvador Ordóñez Vázquez fue al muelle de San Blas en busca de trabajo.

Habían pasado cerca de 25 días desde su anterior viaje importante: en un barco tiburonero había hecho una travesía de 42 días hasta Ecuador. No había ganado mucho, así que en esos días se había ido a pescar con un amigo, José Burgueño, "pero obtenían sólo 50, 100 pesos, para la gasolina".

En el muelle de San Blas es común que lleguen dueños de embarcaciones a contratar pescadores. "A Juanito y Farsero los conocí en ese lugar. Ahí estaba atracada (la embarcación). Me ofrecieron ir al tiburón. Uno sabe que con el tiburón se gana una feriecita, con una o dos mareas".

Juan David era el dueño del equipo, así que también era el capitán de la embarcación. Se pusieron de acuerdo para salir al día siguiente. El capitán contrató a los demás tripulantes, cada uno por separado.

Chavita sólo había trabajado antes con Lucio Rendón, como un año y medio atrás. Esa vez naufragaron y habían sido rescatados. "De ahí le perdí la pista", contó.

El 28 de octubre, en cuanto aclaró, se reunieron en el muelle, Lucio Rendón, originario del poblado de El Limón, Nayarit; el sinaloense Jesús Eduardo Vidaña (ambos de 27 años); Juan David y Farsero, también de Sinaloa, y Salvador Ordóñez.

Por cierto: en los medios ha salido un par de versiones sobre la salida de los pescadores. Una señala que zarparon del embarcadero Boca de Asadero, a unos kilómetros de San Blas. Inclusive, algunos reporteros fueron con Rendón, para sacarle fotos y filmarlo mientras él señalaba la dirección hacia la cual supuestamente navegaron.

Otra versión refiere que tras salir de Boca del Asadero pararon por combustible en otro punto.

Chavita restó importancia a estas contradicciones ("los medios dicen muchas cosas") y aseguró, una y otra vez, que salieron del muelle de San Blas. Inclusive mostró a La Jornada el sitio de embarcación.

Así que, aquella tranquila mañana otoñal, los cinco zarparon en una panga sin nombre ni matrícula; de unos nueve metros de largo; con dos motores, cada uno de 200 caballos de fuerza.

Para esclarecer el asunto de que no tuviera matrícula ni nombre, basta darse una vuelta por el muelle para confirmar que algunas embarcaciones pequeñas no tienen ni una ni la otra, no es algo fuera de lo común y se debe, en buena medida, como se explicará más adelante, a un distanciamiento entre los pescadores y la capitanía de puerto.

Para algunos resulta más sospechoso el hecho de que la panga haya tenido una potencia de ese calibre, alto, comparado con otras embarcaciones pesqueras.

El plan era estar en alta mar a lo máximo un par de días.

"No llevaba ni cobija, nomás dos chores, un pantalón y un suéter. Me subí, así como decimos los pescadores, a la brava", recordó Chavita. También cargaba lo que nunca deja en tierra: unas tijeritas, un espejo, un peine y su Biblia. "Desde hace 10 años la tengo y siempre la cargo". Además, traía un cuchillo tiburonero.

Lucio llevaba dos cobijas, "eran unas colchitas", previsión que todos llegarían a agradecer.

Según Chavita, Juan David, el capitán, había gastado poco en el avituallamiento: "Traía poco hielo", el agua no llegaba ni a 50 litros y "unas cuantas tortas".

Sobre cubierta traían dos cuchillos tiburoneros, un saca bujías, un desarmador, un compás y 10 bidones de gasolina (de 60 litros cada uno). No llevaban remos.

Llegaron a 30 millas al sur de las Islas Marías. Pescaron barrilete y atún para usarlos como carnada para el tiburón. En la tarde tiraron la cimbra tiburonera y se acostaron.

Pero esa noche los sorprendió un frente frío. "Las marejadas eran muy fuertes y se reventó la cimbra", dijo Chavita.

La cimbra es una línea pesquera con boyas en la superficie y anzuelos a determinadas distancias. Puede llegar a medir entre cinco y 10 kilómetros, y costar entre 10 mil y 14 mil pesos, dependiendo de la cantidad de anzuelos y boyas, y del tamaño de la línea. Esta tenía 500 anzuelos y cada uno estaba a 10 o 15 brazadas.

El capitán ordenó que se buscara la cimbra. Pero mientras, "la marejada nos arrastraba mar adentro.

"Le comenté que se iba a acabar la gasolina. Pero el capitán es el que manda. El marinero obedece sus órdenes y no hay más que hacer."

Pasaron dos días y sus noches y, sí, se acabó la gasolina. Aún alcanzaban a ver a lo lejos las Islas Marías, pero la marejada los alejaba cada vez más del continente.

Se acabaron las tortas y no podían pescar porque estaba muy picado el mar.

Llegó el momento en que dejaron de ver las islas.

¿Desolación?

La palabra no cabe en el vocabulario de Chavita.

Este hombre, nacido en Puerto Angel el 2 de enero de 1968, ha sido pescador desde chamaco y ya se había enfrentado antes a desventuras en el océano: había estado a la deriva, tres, cuatro días. Asegura que en ningún momento se desesperó.

Aun así, admite que los 13 días que siguieron después de que se acabaron las tortas "fueron los más largos".

El frente frío duró como 15 días.

Ya se habían quedado sin agua. "Como por el octavo día ya nos estábamos ahogando. Has de cuenta que sacas un pecesillo del agua y lo botas en lo seco. Ya no aguantábamos la sed; estábamos bien secos, bien jodidos".

Chava decidió que "no se iba a morir", y se tomó sus orines.

La corriente y el viento seguía arrastrándolos hacia dentro del Pacífico.

Al fin, por ahí del día 28, cayeron las primeras gotas de lluvia. (En otra ocasión mencionó que habrían pasado unos 15 días antes de que lloviera.)

Por fortuna, al día siguiente llovió más fuerte.

Al principio recogían el agua en los mismos recipientes en los que la traían. Pero éstos se fueron rompiendo y tuvieron que recurrir a los bidones de gasolina. Los lavaron con agua de mar y luego de lluvia, pero aún así, tardaron en quitarles el fuerte olor a combustible. Pero, ni modo, no había de otra.

Chavita aseguró que hubo meses que diario llovía. Pero "en veces dilataba más, hasta ocho días en llover". Lo menos que les llovió habrá sido como unas tres veces al mes.

En los días anteriores al rescate, "llovía diario", "tormentas de una, dos horas".

Un día a la vez

"Me levantaba a las cinco de la madrugada. Y pues, la costumbre era tratar de atrapar un pez, o un tiburón o tal vez un pato", narró Chavita.

"Mis compañeros se levantaban un poquito más tarde siempre. ¡Eran muy dormilones!, exclamó riéndose.

Salvador cree que una de las razones por las cuales sus compañeros han tardado en recuperarse es que se movían menos que él.

"A las cinco todavía estaba oscuro. En veces pescaba los tiburones: comen más cuando no hay luz.

"Al principio pescábamos con los restos de las artes de pesca que nos sobraron: eran anzuelos tiburoneros. Pero se fueron acabando y tuve que hacer uno hechizo.

"El anzuelo estaba agarrado de una cuerda; cuando las cuerdas que llevábamos las rompían los tiburones, hice una cuerda también hechiza, con la poca línea que nos sobró de la cimbra."

Si aquella mañana lograba atrapar algo, "lo aliñábamos": Lucio lo fileteaba y Jesús le quitaba la sangre.

Tras el desayuno, Chavita se sentaba a vigilar en caso de que pasara algún barco, o seguía pescando.

En ocasiones le daba por cantar alguna canción religiosa, como Yo era uno más, El fin del mundo, o alguna de Los Tigres del Norte, como Un día a la vez. El oaxaqueño comenzó el canto, le seguía Jesús, y, "con el tiempo, mi compañero Rendón: le transmitíamos esa vibra nosotros, que nos sentíamos contentos, y también empezaba a cantar, ya al último".

Chavita también se bañaba en el mar, atado a la panga.

El día transcurría y, por mencionar una actividad muy gustada por él, se ponía a leer su Biblia, bajo la sombra que, con las dos cobijas de Rendón habían improvisado desde el inicio de la travesía. (Más tarde, éstas les servirían para hacer una vela.)

También podían buscar la sombra debajo del flotador, en la proa de la panga.

Había algo que Chavita asegura que no dejaba de hacer, por la mañana y por la tarde: "Darle gracias a Dios que nos estaba dando la vida y que nos siguiera ayudando". Jesús le decía que él también le daba gracias al Señor. "Lucio sólo dormía", exclamó, y soltó una carcajada.

Además de las nutritivas tortugas marinas (en este puerto es un secreto a voces que los pescadores de vez en cuando se alimentan de ellas), ya que pasó el primer frente frío, Chavita era el encargado de atrapar peces y aves.

Había días, inclusive hasta una semana, que no lograban atrapar nada: "A veces no comíamos en dos, tres días".

Había otros, en cambio, en que "teníamos mucha pesca buena". En esas ocasiones, Lucio "lo rajaba" y Jesús "lo lavaba con agua de mar y los tendía fileteados al sol".

Podían llegar a guardar el pescado salado dos, tres días.

Los peces que sacaba con mayor frecuencia eran unos que nombran pochitos (bota de altura): azules, gordos y chiquitos, el más grande pesa un kilo. También apresaron tiburones. Estos, dijo Chavita, fueron cambiando conforme se acercaban a los últimos días de su travesía: "Había más cazones. Mar adentro, los tiburones eran más grandes".

También se encontraron "una especie de pescado pinto, no sé su nombre... como de 10 o 15 kilos. Nunca los había visto".

En cuanto a las aves, dijo que había un tipo de gaviota que no conocía: "más grande", con alas amplias.

El oaxaqueño contó que había dos modos para atrapar los pájaros: si se posaban sobre la borda, se quedaba quieto y pegaba un brinco. A veces lograba agarrar al ave.

La otra forma era, de plano, cuando un ave volaba muy bajito, pegarle con un pedazo de madera.

Chavita se encargaba de que no quedara absolutamente nada del animal: se tomaba la sangre, masticaba los huesos, los sesos. "Lo que les daba asco a ellos, yo me lo comía".

 
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