Usted está aquí: miércoles 6 de septiembre de 2006 Política Cumple Calderón: ya es un presidente sitiado

Los ciudadanos sólo alcanzarán a verlo por televisión

Cumple Calderón: ya es un presidente sitiado

Ofrece seguridad, y de inmediato blindan sus oficinas

ROSA ELVIRA VARGAS Y CLAUDIA HERRERA

Ampliar la imagen 14:51 horas. Germán Martínez y Juan Camilio Mouriño llegan a las oficinas de Felipe Calderón con el dictamen de presidente electo en las manos Foto: Carlos Cisneros

Detrás de las rejas de hierro forjado de la casona de San Francisco, en la colonia Del Valle, Felipe Calderón Hinojosa cumplió su promesa más auténtica: será, si llega a Los Pinos, "un presidente sitiado". Por la tarde se convertiría en presidente electo, a quien los más alcanzarán a ver sólo por las pantallas televisivas.

Pero en ambos casos, el panista fue ayer un hombre sin semblante triunfal. Su actitud y expresiones llevaban una pesada carga, la presencia de un adversario, Andrés Manuel López Obrador, al que convoca, alude y hasta busca imitar. Refleja una opresión que no se atreve a decir su nombre.

Enrejado salió al porche y permaneció apenas unos segundos cuando habían pasado 10 minutos de concluida la sesión del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación que, contra viento y marea, lo designó presidente electo. Y por la noche, en la sede del Comité Ejecutivo del Partido Acción Nacional (PAN), sólo estuvo disponible para sus invitados especiales, mientras las cámaras lo captaban desde lejanas tarimas y los reporteros, de plano, desde las pantallas de plasma que difundían su imagen en un salón adjunto al auditorio Manuel Gómez Morin.

Triunfo sin alegría

Al mediodía, tras el enrejado, Calderón no fue distinto. Y como si no le importara vivir sitiado, dedicó una sonrisa nerviosa, un tibio saludo a las cámaras. Y no tuvo en esos momentos, que uno supondría largamente esperados por él, los arrestos ni el entusiasmo o la alegría irrefrenable de triunfo dibujados en el rostro.

En ese instante, no pudo o no quiso articular al menos un escueto mensaje que llenara siquiera los espacios electrónicos, a los que su partido y su causa son tan afectos. Prefirió enviar todo "para en la tarde", y regresó a la celebración íntima, en la que se destapó la champaña y se lanzaron gritos y aplausos que podían oírse hasta la calle, donde sólo había periodistas, choferes y guardaspaldas.

Entonces, Felipe Calderón se dispuso a esperar los telefonemas de felicitación de presidentes de otros países y a recibir a unos camaleónicos seres que vivieron su último lustre hace seis años.

Porque -alto, panistas, no se entusiasmen, no canten victoria de hueso conseguido o refrendado- si Vicente Fox presumió por todos lados y a lo largo de su sexenio que gobernó con las políticas de Ernesto Zedillo, Felipe lo hará, si así ocurre, con la gente de éste.

Los primeros en llegar a las oficinas del panista ayer, después del mediodía, fueron Luis Téllez, ex secretario de Energía; Carlos Ruiz Sacristán (y no era su gemelo), ex titular de Comunicaciones y Transportes; Genaro Borrego Estrada, ex director del IMSS y ex presidente del PRI, y Jesús Reyes Heroles júnior, ex embajador en Estados Unidos y también ex de Energía. Entraron por la puerta grande y permanecieron largo rato en las oficinas de Calderón.

¿Sería por eso que el festejo en las oficinas del PAN fue tan desangelado? ¿Ya saben algo los panistas de cepa que tanto apostaron y tanto odio desparramaron por todo el país para apuntalar a Felipe? Quién sabe, a lo mejor les platicó de esa caravana tempranera Alfredo Ling Altamirano, uno de los pocos militantes de prosapia que se presentaron por ahí a esas horas.

Como a las cuatro de la tarde, al término de la sesión en Xicotencátl, apareció Santiago Creel, y detrás de él, en grupo o individualmente, los demás senadores del blanquiazul. Entraron apresurados, nerviosos, excitados, entre otros, Juan Bueno Torio, César Leal, Alberto Cárdenas, Guillermo Padrés, Alejandro Galván, Jorge Ocejo, Alejandro González Alcocer y, huyendo de cualquier contacto con los medios de comunicación, la senadora Gabriela Ruiz del Rincón, ex tesorera del CEN del PAN y ubicada como pieza clave en el affaire Amigos de Fox, borrado hoy de tajo de la conciencia panista.

Y en el PAN, el signo de los nuevos tiempos. Seguridad, ofrece Calderón Hinojosa a los mexicanos, y por lo pronto la instrumentan en grado superlativo sólo para él, desde el Estado Mayor Presidencial (EMP).

La padecen inclusive los propios militantes del PAN que, organizados desde las bases capitalinas, llegan al cuartel de avenida Coyoacán y son sometidos a filtros, detectores de metal, revisión de pertenencias y la colocación del sticker panista, verde o anaranjado, según toque.

En el auditorio pasa largo rato y nadie aplaude, no hay regocijo ni jolgorio. Los panistas con derechos buscan zafarse de los apretones y parecen respirar más aliviados que felices. Para colmo, se habilita a Mariana, sobrina política del propio Felipe (en el entorno calderonista, para donde voltee cualquiera siempre se encuentra con un personaje que lleve los apellidos Calderón, Hinojosa, Zavala o Gómez del Campo), para que anime al respetable.

Y nomás no lo logra. No cuajan las porras y los aplausos se desinflan tan rápido como los globos que los fotógrafos exigen desaparecer porque les estorban. Más allá de su voz, las frases de la muchacha pidiendo "apagar el celular" son perlas artificiales. "¡En las calles de esta ciudad la gente está apoyando el triunfo de Felipe!" "¡El PAN, seis años más trabajando en Los Pinos por México, por los ciudadanos!" O sea.

Sin duda el día de los comicios había más fervor partidista que ayer. Todo pasado por agua. Desde entonces y hasta este martes, y lo que falta.

"¡Tu triunfo te hace líder!": Espino

Felipe es recibido en el auditorio de los exclusivos, de los que huelen y visten bien, y a quienes separan de los periodistas las ya infaltables vallas metálicas. Lo recibe un Manuel Espino que intenta hacer tabla rasa de sus sabidos desencuentros con el ex candidato presidencial.

Y lo primero que hace -en algo que además el PAN nunca concedió a Vicente Fox- es entregarle el partido. "¡Tu triunfo te hace líder!", le dice. Enseguida saca su más religioso sentido de la humildad para hablar de la "obligación moral", a partir de ahora, de ir en busca de acuerdos con todos: los verdes, los rojos, los anaranjados... "¡Y también los amarillos!"

Los aplausos apenas son cumplidores.

Vienen entonces las 12 cuartillas de Felipe. Las que se presentan como su primer mensaje al país, pero del que paradójicamente sólo se transmitirá más tarde, en cadena nacional, una versión sintetizada de tres minutos.

El tiempo se le vino encima. Ya lo apremiaban para grabar las entrevistas que anoche transmitió la televisión. Por eso todos se fueron en tropel tras Calderón a la explanada del partido, adonde habían mandado a los militantes de a pie. Ahí cumpliría otra fugaz cita con las cámaras.

Aquí fueron poco más de cinco minutos los que dedicó Felipe Calderón, porque finalmente ofreció, para celebrar con largueza, que tendrán su guateque el domingo en la plaza de toros, coso que uno supondría de luto en estos días por la muerte de Silverio Pérez.

Y siguió de largo. Llevará su prédica del diálogo y la mano extendida. No importa si para ello deberá seguir enrejado. Si para ello debe ser sólo ese personaje al que se mira por las pantallas y que no alcanza a superar en su expresión el peso de un país dividido y de un adversario del que no se atreve a pronunciar su nombre.

 
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