Usted está aquí: miércoles 6 de septiembre de 2006 Opinión El cardenal Rivera, la Virgen y lo que viene

Bernardo Barranco

El cardenal Rivera, la Virgen y lo que viene

La aguda crisis poselectoral ha empujado a gran parte de los actores a tomar posiciones con el gravísimo riesgo de tensar aún más la extrema polarización política que amenaza contagiar lo social. Estos actores, y especialmente sus protagonistas, la clase política y las elites, han jugado políticamente, desde el proceso electoral, en el fino borde de las reglas entre la legalidad y la ilegalidad; la Iglesia católica no escapa a esta atmósfera crispante y compleja que la nación vive actualmente. Seguramente el conjunto del episcopado asuma las determinaciones del tribunal y apueste, en un discurso sustentado en la legalidad, por investir a Felipe Calderón como presidente de la República. Sin embargo, sabrá negociar con el futuro gobierno sus posiciones, intereses y ambiciones. La Iglesia católica sabe moverse con sagacidad frente a administraciones que buscan legitimidad y tiene maestría en la alta negociación, sacando provecho para sus principales proyectos, que pueden concentrarse en la educación, la posesión de medios de comunicación, la moral pública y la orientación del modelo económico centrado en la "dictaura del mercado".

La jeraraquía católica desde el inicio supo que la elección de julio de 2006 sería no sólo cerrada sino polarizada. Quiso mantenerse al margen, asumiendo una postura neutra, sin embargo los hechos rebasaron la postura sostenida principalmente por el presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano, Martín Rábago, y su secretario general, Carlos Aguiar. El desbordamiento vino de la indisciplina de sus purpurados, los cardenales Rivera Carrera y Sandoval Iñiguez. El peor saldo lo resintió el arzobispo de México, quien vio invadida su Catedral, su homilía fue hostigada y su investidura puesta en cuestión. Incluso vio cómo se manipuló gráficamente a la Virgen de Guadalupe, en un diseño que favorecía los reclamos de la coalición Por el Bien de Todos. El cardenal Rivera está cosechando lo que ha ido sembrando, es decir, una postura ambigua entre el dicho y el hecho político, por su falta de congruencia al proclamarse neutro e incluso dispuesto a la mediación por un lado y, por otro, en actos de apoyo a Felipe Calderón y con editoriales de su órgano editorial abiertamente contra Andrés Manuel López Obrador. Pero distingamos entre el conflicto político y la disputa agria y sentida por la manipulación de la Virgen de Guadalupe. Recordemos hace casi siete años, en septiembre de 1999, cuando el candidato del PAN a la Presidencia de la República arrancó su campaña izando y enarbolando un estandarte -al estilo Miguel Hidalgo- de la Virgen de Guadalupe. Las controversias y polémicas provocadas por el uso político de la imagen de la Virgen fueron recibidas más allá de un acto de audacia y de mercadotecnia guadalupana como un acto de provocación a las elites del poder y a la cultura política imperante a fines de siglo; Fox obligó en su momento a revisar temas tabú, como la utilización política de las creencias, la dimensión pública y privada de la fe, así como su utilización con fines políticos. El acto fue condenado principalmente por la clase política y no tanto por la religiosa. La Secretaría de Gobernación externó entonces la transgresión del artículo 38 del Cofipe. La nota se la lleva el propio arzobispo Norberto Rivera, quien en la homilía dominical le reprochó suavemente al candidato Vicente Fox usar partidariamente la imagen de la Virgen y un día después lo exoneró, retractándose. ¿Se convertía Fox en el candidato de la jerarquía? El tiempo parece confirmarlo. También es conveniente advertir los riegos de del uso político de un símbolo tan arraigado como la Virgen de Guadalupe. Expertos historiadores como David Brading o antropólogos guadalupanistas como Clodomiro Schiller advierten que el guadalupanismo social y utópico, político pues, es profundo y radical, porque está vinculado a grandes movimientos sociales de cambio popular, como lo fueron la Independencia, el movimiento zapatista y movimientos sociales indígenas. El abuso y manipulación simbólica de la Virgen puede resultar contraproducente al quedarse cortas las causas políticas y metas sociales.

Al cardenal Rivera le resultó particularmente incómodo el agravio guadalupano por parte de su "amigo" Andrés Manuel. Puesto que el propio cardenal ha sido cuestionado desde 2003 de pretender mercantilizar la imagen de la Guadalupana. Recordemos la firma de un contrato confidencial entre la Basílica de Guadalupe y la empresa estadunidense Viotran para comercializar la imagen de la Guadalupana, que causó estupor e indignación entre miembros de la comunidad católica. Un artículo firmado por Rodrigo Vera, de la revista Proceso, "La Guadalupana, marca registrada" (9 de febrero de 2003), presenta párrafos de un convenio que viola disposiciones legales mexicanas como la Ley Federal de Derechos de Autor y el propio derecho canónico romano. Según el sacerdote abogado Antonio Roqueñí se transgredía el canon 1380, que dice lo siguiente: "Quien celebra o recibe un sacramento con simonía debe ser castigado con entredicho o suspensión". La simonía es una falta grave a la que dio inicio Simón el mago, de Samaria (cf. Hechos 8:18-24), quien negociaba bienes espirituales por dinero u otros bienes materiales. Fue uno de los episodios que cimbraron la curia metropolitana, porque el caso llegó a Roma, que vio con preocupación el proceder del cardenal.

Por ello, el saldo negativo para la Iglesia en la actual crisis política, después de una cerrada elección, ha sido focalizado y parcial. Dependerá del rumbo que el país tome, pero desde ahora la institución se aguarda. Y sabe bien los resortes internos e internacionales para retomar demandas y aspiraciones que bajo el foxismo quedaron truncas.

 
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