Usted está aquí: martes 5 de septiembre de 2006 Opinión Una de intelectuales

Javier Flores

Una de intelectuales

Para Octavio Paz uno de los temas centrales respecto de los intelectuales fue el de su distancia con el poder. Es un buen tema para el momento que se vive en México. Si alguien pudiera alejarse del planeta y observara lo que pasa en nuestro país con este sector de la sociedad, seguramente quedaría muy confundido. La mirada extraterrestre los encontraría divididos. Pero si actuara con rigor (el Alien) tendría forzosamente que registrar que unos se encuentran más cerca del poder que otros.

En mi opinión la característica principal de un intelectual, sea científico, escritor, periodista, artista, médico o abogado, es que reconoce la relatividad del conocimiento. Quien diga que lo sabe todo, es por lo menos un charlatán. Lo mismo puede decirse de los intelectuales que creen que entienden a plenitud lo que ocurre en este país. En torno de las cosas que suceden se pueden formular en todo caso preguntas, se pueden examinar hechos, y se pueden también plantear algunas hipótesis, o posibles explicaciones. Pero eso es todo.

Pero lo que ha sucedido en México es algo distinto. Los intelectuales se han convertido en una parte integrante del fenómeno, en lugar de examinar racionalmente el fenómeno. Hay quienes afirman que en las elecciones del 2 de julio no hubo fraude, y otros que dicen que sí lo hubo. Hay, desde luego quienes son honestos (independientemente del sitio en el que se colocan) y otros que no lo son, que están buscando cómo acomodarse, y su habilidad (intelecto) se utiliza para, en lugar de entender la realidad, ver hacia dónde soplan los vientos y quedar bien situados una vez que las aguas se tranquilicen. Eso lo sabemos todos y lo saben ellos. No hay engaño.

Entre los intelectuales honestos, que son los que realmente interesan, han pasado cosas sorprendentes. Lo primero que hay que notar es que son muy necios. Una vez que han adoptado una postura (o que han firmado un desplegado) ya no pueden pensar en otra cosa. A algunos se los llevaron al baile y se sienten comprometidos, a pesar de que los hechos indiquen cosas distintas o novedosas, les cuesta mucho trabajo recobrar una independencia intelectual.

Otra cosa que ha ocurrido es que, dentro de esa necedad, abandonan sus nichos como especialistas. Por ejemplo, hay muy destacados científicos sociales que ya constituyen verdaderos casos clínicos. Se han obsesionado tanto en su aversión hacia López Obrador, que abandonan sus áreas de especialidad, la historia, la sociología o la economía, e incursionan en nuevas especialidades, como la sicología y el sicoanálisis. Les interesa destacar la personalidad de AMLO, o si una diputada que tomó la tribuna se estaba riendo, o si Martí Batres habla de una forma u otra. Resulta muy notoria esa transición hacia campos del conocimiento en los que no son expertos, y así sus análisis pierden mucha seriedad. Conste que hablo de los intelectuales honestos, no de los otros.

Pero lo que más preocupa es que se vea un solo lado y que se omita deliberadamente información, se oculten datos. Periodistas, científicos sociales, abogados, que, por ejemplo, en el recuento de los votos ordenado por el tribunal, solamente aprecien que las cifras quedan más o menos igual y no tomen en cuenta que las condiciones de las urnas eran deficientes (por decirlo suavemente) y los votos de más o de menos que aparecieron no les importen, no existen. Eso se lo creo a la televisión, cuyo objetivo es el control de la información, pero resulta inaceptable en el caso de los intelectuales, que deberían preguntarse al menos qué significa eso. Argumentar que el tribunal ya decidió que eso no es válido, tiene que ver con el respaldo a la institucionalidad, pero no necesariamente con la indagación de la verdad.

Hasta ahora me he referido a los intelectuales en abstracto, no he mencionado a alguno en particular. Pero sí quiero referirme a uno: José Woldenberg, quien es una persona a la que respeto mucho y considero un intelectual honesto. He sido muy crítico hacia el IFE, al que veo destruido a partir de las elecciones del 2 de julio de 2006. Además sostengo que hubo un fraude. Podemos no estar de acuerdo en muchas cosas. Pero él ha explicado en estas páginas que en su opinión no hubo un fraude maquinado (casi nadie ha reparado en el apellido, maquinado). Pero no importa, quiero plantear dos críticas a su reciente mensaje publicado en El Correo Ilustrado, no para que me conteste, sino para que lo piense.

A él le preocupa la secuencia en los argumentos entre quienes sostienen que hubo fraude. Primero se argumentó tal cosa, dice, luego otra y así sucesivamente. Ese es un planteamiento muy débil. En el proceso de indagación sobre un fenómeno social o en las ciencias naturales, y Woldenberg lo sabe, cualquier dato nuevo debe ser incorporado a la propia investigación. Cada vez que se saben (se descubren) más cosas eso no va en demérito de un proceso científico, al contrario, los datos deben ser incorporados a éste con el fin de entender mejor la realidad, que es de lo que se trata, ¿o no?

La segunda cosa es que José Woldenberg omite en su recuento un dato, quizá uno de los primeros (ya que le preocupa la secuenciación de las críticas al proceso electoral), la presentación de los datos del PREP y de los conteos distritales por parte del IFE. Se trata de tendencias que son muy improbables desde el punto de vista estadístico. Esto debe de existir en alguna parte de su análisis, ¿o no?

Pero no importa, para cuando se publique este texto quizá ya exista una determinación del Tribunal Electoral del Poder Judicial e la Federación. Y algunos especialistas se expresan solamente en la víspera de los anuncios de los magistrados. Pero el examen global de todo el proceso electoral, incluido el papel de los intelectuales, apenas comienza.

 
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