Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 3 de septiembre de 2006 Num: 600


Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
H. D. Thoreau, un combatiente
DANIEL MOLINA ÁLVAREZ
Dos poemas
NEFTALÍ CORIA
Un Óscar al Auditorio
AGUSTÍN SÁNCHEZ GONZÁLEZ
In dubio, pro Grass
RICARDO BADA
El marxista herético
GRAHAM GREENE
De la historia y significado de la desobediencia civil
MAURICIO SCHOIJET
Al vuelo
ROGELIO GUEDEA
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

Columnas:
Y Ahora Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Danza
MANUEL STEPHENS

Tetraedro
JORGE MOCH

(h)ojeadas:
Reseña de Miguel Ángel Muñoz sobre La estética de la belleza

Poesía
Reseña de Luis Miguel Aguilar sobre La patria erótica


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Mauricio Schoijet

De la historia y significado
de la desobediencia civil

El 20 de agosto, el periódico Reforma publicó dos artículos, uno de Isabel Turrent, y el otro, de Mario Melgar Adalid, funcionario de la unam. La primera pretende deslegitimar a la resistencia civil encabezada por Andrés Manuel López Obrador, negando que tenga relación alguna con la que encabezó Mohandas Gandhi en India, en el período que va desde 1918 hasta la independencia de ese país en 1947. El segundo, aunque le reconoce algún mérito a López Obrador por "su compromiso y entrega a su causa", reproduce las ilusiones de la burguesía trasnacionalizada sobre una solución suave a la crisis política, y presenta una versión minimizada del movimiento dirigido por Martin Luther King contra la discriminación racial en Estados Unidos, en la década de 1960. Además, la profesora cae en la pedantería al acusar a López Obrador de ignorante y egocéntrico, en lo que concuerda con los académicos de la burguesía que enfatizan supuestos aspectos de la personalidad de los dirigentes para esquivar el análisis de fuerzas sociales. ¿De veras le consta que Martin Luther King leyó todo lo que supuestamente debía leer sobre Gandhi, o que lo que supone que no leyó López Obrador tiene mucha importancia para el caso?

Turrent sólo le reconoce un paralelismo en los supuestos errores del indio, lo que es una manera falsa de plantear el problema, porque el punto esencial está en si un movimiento social puede caracterizarse principalmente por sus errores y no por sus objetivos y su táctica. Hay una coincidencia esencial que consiste en que Gandhi y King encabezaron acciones ilegales que desafiaban a instituciones legales pero ilegítimas, y que López Obrador hace lo mismo, exponiendo en los tres casos a sus seguidores a la violencia gubernamental. Seguramente Gandhi y King cometieron errores, y creo que también López Obrador, pero lo que la profesora parece no advertir es que en los movimientos sociales es normal que los haya, y que los de Gandhi y de King no deslegitimaron sus acciones. Parece pertinente mencionar que el segundo era totalmente consciente de haberlos cometido. Escribió que "todos sabíamos que los retrocesos formarían parte de la labor que nos traíamos entre manos. No existe teoría de la táctica alguna que sea tan buena que se pueda ganar la lucha revolucionaria […] simplemente apretando una fila de botones […], los seres humanos deben cometer errores y aprender de ellos, cometer más errores y volver a aprender […] los únicos maestros son el tiempo y la acción". (Citado por Doug Mc Adam en Los movimientos sociales: una perspectiva comparada, Istmo, 1999, subrayados en el original.)

El punto central de la crítica de Turrent está en la falta de espíritu conciliador en López Obrador, que Gandhi sí habría tenido. López Obrador debería negociar con los fraudulentos la posibilidad de elecciones limpias en algún futuro.

Turrent se quedó corta, ya que no sólo fue Gandhi un conciliador con el imperialismo británico, fue durante veinte años un agente activo de éste, y sólo en sus últimos años lo enfrentó de una manera intransigente. Después de estudiar en Inglaterra, vivió en Sudáfrica, que era una colonia británica que contaba con una importante población de origen indio, y que era víctima de la discriminación racial. En 1899 estalló la guerra anglo-boer, en que el imperialismo británico liquidó las Repúblicas independientes de Transvaal y Orange de los afrikaners blancos de origen holandés. Gandhi organizó un cuerpo indio de voluntarios auxiliares médicos del ejército imperialista, en que él mismo participó. Regresó a India en 1915, cuando ya había estallado la primera guerra mundial, y llamó a los indios a apoyar a Gran Bretaña y a incorporarse al ejército británico.

Sólo hasta 1918 comenzó Gandhi su lucha contra la dominación imperialista. En efecto, mostró su espíritu negociador al participar en una conferencia sobre el futuro de India convocada por las autoridades británicas en Londres, en 1931, que no sirvió para nada. Turrent defiende al imperialismo británico, porque la represión que costó miles de muertos y que encarceló a cien mil indios no afectó la libertad de prensa, una forma de disculpar el salvajismo colonialista en nombre de los altos valores de la democracia. También critica a Gandhi por haber continuado su movimiento en 1942, cuando Gran Bretaña estaba en guerra con Japón. Estaba totalmente en su derecho, y la posición que tuvo en ese momento puede considerarse como una reversión de la que mostró durante la primera guerra mundial; y era totalmente correcta, porque desde el punto de vista de India no era justo que sus habitantes dieran su sangre para apoyar la continuación de la dominación británica. No por casualidad Turrent critica a Gandhi, cuando hubiera debido criticar a los británicos que aun en esas circunstancias tan difíciles continuaban aferrándose al colonialismo, negándose a otorgar la independencia inmediata a India.

Melgar Adalid sostiene que la violación de derechos de terceros es una "salvajada", y que "el costo que deberá pagarse será muy alto", aparentemente dando por sentado que el pan, Calderón y la gran burguesía no tienen por qué pagar nada. Trata de blanquear a los fraudulentos; por supuesto que no hubo fraude, los problemas se deben "al encono político" (¿caído del cielo?); a "la novatez" de las instituciones, por supuesto que no a la persistencia de prácticas arraigadas durante muchas décadas y a la supuestamente casual "incapacidad del Estado para conducir los procesos políticos". Sugiere que la protesta se irá extinguiendo y las cosas irán tendiendo a la "normalidad", o sea que muestra una incapacidad radical para entender que el desafío a las instituciones, dentro del contexto de un enorme descontento de decenas de millones, podría tener el potencial para terminar con Calderón o cualquier otra solución espúrea que el "partido" del "orden" pretenda imponer. Evoca posibilidades que podrían resultar inoperantes, como la de que este "partido" podría llamar a no pagar impuestos, lo que seguramente no impresionaría a los que protestan; o la de destituir al Jefe de Gobierno del df, lo que probablemente no legitimaría una eventual represión.

La dimensión del conflicto estadunidense es reducida por Melgar Adalid a un aspecto menor, el del apoyo del poder judicial a las acciones del movimiento. Olvida lo esencial: que por medio de acciones ilegales masivas, que tuvieron que aguantar una represión brutal, el movimiento de Martin Luther King convenció al gobierno de Kennedy, inicialmente renuente a definirse a favor de los negros y cómplice de los racistas, que tenía mucho que perder, tanto en términos de imagen a nivel internacional como de influencia del Partido Demócrata sobre las masas; y que ese cambio de posición del gobierno fue decisivo para acabar con la segregación racial.

Las posibles ilusiones de Melgar Adalid son probablemente reflejo de la soberbia y el cinismo de la gran burguesía mexicana y de sus operadores políticos, que creen poder seguir con las prácticas fraudulentas que seguramente operaron desde que hubo elecciones en México, sin convencerse de que el país ha cambiado lo suficiente como para que resulten peligrosas. La lucha contra el fraude se inscribe en la gran lucha de los pueblos de América Latina contra el neoliberalismo y por la democracia, cuyos puntos más altos fueron la liquidación, mediante grandes rebeliones populares, de los gobiernos de De la Rúa en Argentina, en 2001, y de Sánchez de Lozada, en Bolivia, en 2003. La situación de Oaxaca podría prefigurar acontecimientos a nivel nacional, y Felipe Calderón y la fuerza social que trata de imponerlo harían bien en reflexionar sobre la forma en que terminaron los gobiernos mencionados.

Martín Luther King retó a las autoridades racistas a reprimir las manifestaciones contra el racismo, como López Obrador está respondiendo a la agresión de las instituciones viciadas contra el pueblo, desafiando al "partido" del "orden" a reprimir a los que defienden la democracia. Se vale que el pueblo agredido por instituciones que han perdido legitimidad perturbe actividades escolares, políticas y fiestas patrias, si se está dispuesto a pagar el precio. Se vale hacerles pagar por la campaña sucia y por el fraude. Así como la acción de masas acabó con un aspecto inicuo, es decir, con el racismo de la democracia institucionalizada en Estados Unidos, la legítima resistencia popular podría conquistar la democracia real que hace falta.