Usted está aquí: martes 22 de agosto de 2006 Opinión Rechazados

Javier Flores

Rechazados

"Mira, pinche jilguerillo, si tú hablas en la asamblea te mueres." Eso me dijo hace más de 30 años un líder de los rechazados de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Nunca lo he podido olvidar. Me encontraba en la entrada del auditorio de la Facultad de Medicina cuando estaba a punto de iniciar una asamblea de estudiantes a la que yo tenía que asistir como representante de mi generación. El tema era discutir los mecanismos de apoyo para quienes en aquel entonces no habían podido ingresar. Yo era muy joven, no tenía ni 20 años. Se paró frente a mí, abrió un portafolios y sacó una pistola. Me miró directo a los ojos y recargó el cañón contra mi pecho. Me lastimó. No me acuerdo de su nombre, pero sí de su apodo: El Checa, y que pertenecía de un grupo denominado Los Enfermos.

Digo esto porque el problema de los rechazados es añejo, y porque siempre tiene dos componentes: por un lado el legítimo reclamo de miles de jóvenes que habiendo concluido la preparatoria no encuentran un lugar dentro de las universidades públicas. Y también porque esta injusticia es aprovechada por grupos que buscan crear conflictos dentro de la UNAM y otras instituciones de educación superior. Después de varias décadas esto está muy claro, pero, en mi opinión, es indispensable separar el problema en dos temas.

Pasan los años y las instituciones de educación superior públicas no crecen ni tampoco se crean nuevas. El país requiere más profesionales, especialistas, científicos y tecnólogos para enfrentar los problemas nacionales, así como para encarar una competencia internacional que se convierte cada vez más en factor decisivo para nuestra supervivencia como nación independiente. No se destinan los recursos para este crecimiento. No es que no los haya (véase, por ejemplo, lo que se gasta en nuestra inexistente democracia), sino que los gobernantes desestiman el papel transformador de la educación, la ciencia y la tecnología. Les resultan más redituables el atraso y la ignorancia de la población.

Frente a un panorama en el que las instituciones superiores públicas no crecen, el sistema educativo nacional genera proporcionalmente un número muy alto de egresados de la educación media superior (aquí hay que hacer una corrección, no es en realidad un número alto, al contrario, es muy bajo, considerando lo que el país necesita). Y aparece otro problema: la baja calidad de la educación que se brinda a estos jóvenes. El tema de la calidad viene de muy atrás, de la primaria y la secundaria... Maestros mal pagados y mal preparados y un sindicato que impide la formación y actualización de los docentes, pues todo lo observa como una negociación política.

La UNAM, como el resto de las instituciones en este nivel, dispone de pocos lugares, porque no cuenta con los recursos para crecer. Tiene un límite. Entonces se tiene que establecer un mecanismo de admisión y el criterio debe ser académico. Mediante un examen se define quién entra y quién no. La prueba para los jóvenes es terrible, angustiante. Es un filtro que deja fuera a miles, a veces por una décima. Muchos jóvenes muy talentosos quedan fuera. Es una injusticia, a mí no me gusta. Pero no es culpa de la UNAM.

Es injusto y deberíamos preguntarnos por el destino de los jóvenes que no ingresan. Hay una contradicción: son necesarios, el país los requiere y no hay lugar para ellos. Son rechazados, una palabra terrible que implica la exclusión en una de las etapas más importantes de la vida. No debemos sorprendernos de que se enojen, tienen toda la razón, y también sus padres. Es una tragedia para el país desperdiciar el talento de miles de jóvenes. No puede ser.

Hay que reconocer que quienes aprueban el examen de admisión de la UNAM, el IPN, la UAM, entre otras, tuvieron una formación previa de buena calidad. Sí tienen que ver las escuelas, los maestros, las clases sociales. Pensemos por un momento en la capacidad intelectual de los jóvenes. Reprueban el examen de admisión no porque sean tontos, sino porque tuvieron una formación previa deficiente, muchos fueron engañados. El examen no evalúa el IQ, sino los conocimientos formales. Merecen una nueva oportunidad.

Habría que establecer, por ejemplo, cursos propedéuticos de un año, impartidos por los mejores profesores, dirigidos a una franja de los no admitidos que al final tuvieran que presentar el examen. Me adelanto a las objeciones: las instituciones de educación superior no pueden suplir las deficiencias del sistema educativo nacional. Tienen razón, no tienen por qué hacerlo... pero al menos es una idea.

Pero más allá de los paliativos que a cada quien se le puedan ocurrir, la verdad es que no hay solución, a menos que se pudiera garantizar el crecimiento de las universidades y la creación de nuevas instituciones de educación superior, así como el mejoramiento de la calidad educativa en los niveles previos. Se trata de un problema integral del sistema educativo nacional. Resulta desesperante ver pasar los años y que los responsables, es decir, nuestros gobernantes, no hacen nada.

Finalmente, es importante que los estudiantes que no fueron admitidos y sus padres sean plenamente conscientes de que algunos de los grupos que los organizan no están preocupados por ellos. En la crisis política que se vive después de las elecciones, lo que realmente se pretende -como con Los Enfermos de los años 70- es "incendiar" a las universidades para propiciar con ello la desestabilización del país.

 
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