Usted está aquí: viernes 18 de agosto de 2006 Opinión La pulsión de muerte

José Cueli

La pulsión de muerte

Si bien la clínica sicoanalítica nos da ejemplos fehacientes de manifestaciones de la pulsión de muerte (no medible, no cuantificable) también nos conduce a una reinterpretación de la cultura donde Freud vio, con lúcida claridad, el despliegue de sus efectos. Nosotros hoy, azorados, día con día, presenciamos escenarios de muerte y violencia a lo largo y ancho del planeta.

El concepto de pulsión de muerte per se entraña, por tanto, una necesidad imperiosa de reinterpretación de la cultura y la naturaleza humana y sus más recónditos recovecos. La estrategia que se devela tras El malestar en la cultura y en El porvenir de una ilusión es la presencia de Eros frente a Tánatos.

La cultura conlleva un elemento trágico, las metas perseguidas por el individuo y que ocultamente la animan se manifiestan como figuras, unas veces en divergencia y otras en convergencia del Eros mismo. Al respecto, Freud sostuvo: ''El proceso cultural respondería a esa modificación del proceso vital, experimentada bajo el influjo de una tarea impuesta por Eros y urgida por Ananké, la necesidad real, a saber, la unión de los seres humanos aislados en una comunidad cimentada por sus recíprocas reaciones libidinales".

Pareciera, pues, que la fuerza de Eros animara la búsqueda de la dicha individual y propugnara por unir a los hombres en grupos cada vez más amplios. Pero no tarda en emerger la paradoja: el hombre se autotorga el poder conferido antes a los dioses y aparece el malestar en la cultura. ¿Cómo explicar entonces el aspecto trágico de la cultura? La libido se resiste a la tarea de abandonar sus antiguas posiciones, se resiste a las imposiciones de la cultura, pero esto no parece bastar para explicar el fenómeno. La pregunta persiste: ¿por qué esa insatisfacción del hombre como ser de cultura?

Lo que se oculta tras de esto es una pulsión que escapa a una simple erótica. Freud, entonces, responde: ''La parte de verdad encubierta tras de todo esto y que se niega deliberadamente podemos resumirla como sigue. El hombre no es, ni con mucho, ese ser bonachón, con un corazón sediento de amor, del que decimos que se defiende cuando se le ataca, sino un ser que, por el contrario, tiene que contar entre sus realidades pulsionales una buena suma de agresividad (...) En efecto, el hombre se ve tentado a satisfacer su necesidad de agresión contra el prójimo, a aprovecharse de su trabajo sin suficiente compensación, a utilizarlo sexualmente sin su consentimiento, a apropiarse de sus bienes, a humillarlo, a infligirle sufrimiento, a martirizarlo y matarlo".

Tras la hostilidad del hombre con el hombre mismo actúa silenciosa la pulsión de muerte que Freud define como una pulsión innata de agresividad en el hombre que se contrapone a la tarea cultural.

Esta pulsión de agresividad es el derivado y representante principal de la pulsión de muerte, que hemos hallado junto al Eros y que con él comparte la dominación del mundo. Así, Freud enuncia: ''(...) Me parece que ahora deja ya de ser enigmático el sentido de la evolución cultural; por fuerza debe presentársenos como una lucha entre Eros y la muerte, entre las pulsiones de vida y las pulsiones de destrucción, tal como se abren paso en la especie humana. La vida consiste esencialmente en esa lucha; y en lo sucesivo podemos describir el desarrollo de la civilización como una lucha de la especie humana por la existencia".

Como cultura, según Freud, ''tenemos la titánica empresa de hacer que la vida prevalezca sobre la muerte (...)"

Tarea que resulta imperiosa en los momentos que vivimos, en que una guerra no termina cuando ya otra ha empezado, cuando los políticos se despedazan entre sí mientras la paz y estabilidad de los pueblos, e inclusive su integridad física y síquica son atacadas con más furia y más perversidad que nunca.

 
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