Usted está aquí: miércoles 16 de agosto de 2006 Política Los libros de la ira

Carlos Martínez García

Los libros de la ira

Mientras sigue la disputa electoral, que ocupa la atención de gran parte de los analistas y medios de comunicación, surgen otros asuntos que debemos aquilatar, no vaya a ser que cuando nos percatemos de ellos suceda que sea tarde para detener las consecuencias negativas que pudieran tener en una sociedad crecientemente plural como la nuestra.

Está por dar inicio el nuevo año escolar para millones de alumnos de educación básica y secundaria. Parte importante de tal momento es la recepción y/o adquisición de libros de texto para los estudiantes de esos ciclos escolares. En el caso de secundaria ya surgió una reacción que no ha recibido la atención que merece por parte de la opinión pública. Se trata de la descalificación que ha hecho el Episcopado Mexicano de los libros de texto que contienen información sobre la sexualidad. Como siempre, los jerarcas se autodesignan guardianes de la conciencia de los mexicanos y pretenden decidir sobre los contenidos de los materiales educativos, los cuales -se les olvida a los clérigos- deben ser por definición laicos.

Según el obispo a cargo de la Comisión Episcopal de la Pastoral Familia, Rodrigo Aguilar Martínez, los textos contienen información que fomentan "parafilias como el vouyerismo, el fetichismo y el exhibicionismo" que estimularían el autoerotismo, la masturbación y la pornografía. A juzgar por estos dichos, los libros en cuestión son materiales propios de una Exposexo y objetos codiciables para paidófilos. El jerarca también consideró que los tratados están orientados a la "búsqueda del placer" y carecen de contenidos éticos.

Aguilar Martínez opinó que los textos tienen un sentido reduccionista de la reproducción humana, ya que no enfatizan suficientemente que el ámbito apropiado de la misma es el matrimonio, donde debe darse la procreación de los hijos.

La reacción episcopal pretende levantar apoyos entre padres de familia, la mayoría de ellos católicos y, según los cálculos de la alta burocracia clerical, dispuestos a defender los puntos de vista sostenidos por la Iglesia católica. Una vez más tales aspiraciones se van a topar con la realidad.

En México ser católico, o decirse, para nada implica dependencia valorativa de las enseñanzas oficiales de la Iglesia católica. Encuesta tras encuesta sobre las creencias y actitudes de la población mexicana hacia temas sensibles para la jerarquía católica así lo demuestran. Por lo tanto, es una franca distorsión sostener, como hace el obispo Rodrigo Aguilar Martínez, que los libros que exacerbaron su crítica y enojo están lejos de los deseos de los progenitores de los estudiantes que van a consultarlos. Pero como no se trata de ser respetuosos con los deseos de aquéllos a quienes se dice defender, sino de presionar a las autoridades educativas para que retiren de los programas escolares los textos aludidos, entonces los del Episcopado Mexicano dicen tener tras de sí la legitimidad otorgada por millones de católicos. Tal legitimidad es inexistente y ya es hora de que las dirigencias clericales dejen de enarbolar banderas en nombre de otros.

Una de las caras de la democracia tiene que ver con tener acceso a información clara, concisa y suficiente para tomar decisiones. En muchas ocasiones la decisión apropiada depende de poseer elementos informativos que iluminen mejor las opciones sobre las que debemos elegir. En pocas palabras: la información concisa facilita las decisiones con sesos. Por otra parte, hacer una decisión, el derecho a optar, tiene repercusiones éticas. Pero es por lo menos contradictorio enfatizar la dimensión ética sin al mismo tiempo reforzar el cúmulo informativo sobre el que descansa el decidir llevar al cabo, o no, determinada acción.

Acostumbrados a los estereotipos, imágenes simplificadoras y reduccionistas, algunos se sorprenden de que surjan ciertas reivindicaciones donde pensaban habría predominantemente otro tipo de preocupaciones. Hace pocos años, en Chiapas, en el marco de una reunión de indígenas evangélicos con el ombusdman José Luis Soberanes, hubo varias denuncias sobre violaciones a los derechos humanos en el tema de la libertad de cultos. En cierto momento tomó la palabra un pastor itinerante tzotzil, quien tenía a su cargo visitar varias decenas de congregaciones protestantes en los Altos, y dijo que en las comunidades bajo su responsabilidad era creciente el interés por conocer más sobre métodos de control de la fecundidad. Compartió que él, además de predicador y maestro en asuntos de su fe, era promotor de métodos como la vasectomía. Terminó su participación con la idea de que, para él, los derechos humanos debían incluir el derecho de los pueblos indígenas a tener información precisa sobre cómo funciona la sexualidad humana.

El tema abordado demanda definiciones. Por ejemplo, ¿qué piensa Felipe Calderón y la cúpula del PAN de este asunto? No pueden argüir estar inmersos en el debate poselectoral para eludir el tópico del derecho de los estudiantes a tener información científica sobre el tema de la sexualidad y sus alrededores.

 
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