Usted está aquí: lunes 14 de agosto de 2006 Opinión Aprender a morir

Aprender a morir

Hernán González G.

La palabra del médico

José Castillo Farreras, lúcido lector de este espacio, envía su interesante ensayo "Exégesis de la palabra del medico", cuya extensión hace imposible transcribirlo íntegro, inclusive en varias entregas, por lo que compartimos con los lectores fragmentos de dicho trabajo, realizado con amorosa inteligencia.

Deseo hablar aquí de la palabra del médico no como crítico del ejercicio de la medicina -advierte José Castillo-, pero sí como una pequeña y respetuosa voz que llame la atención. Algunas de sus consecuencias pudieran caer en el campo de la bioética, y a esto deseo acercarme, sin olvidar que en todas las profesiones, oficios y ocupaciones, las palabras son algo que debemos cuidar. Porque aunque las palabras alivien, curen o salven, real o virtualmente, también pueden lastimar, herir o matar, real o virtualmente.

Entonces es importante apercibir a todo mundo de lo que se dice en la expresión común "Mida usted sus palabras". Pero no porque nos ofendan ni enojen sino porque pueden lastimarnos y matarnos prematuramente si no se miden. Y pueden matarnos no sólo en lo que de naturaleza tenemos, como un paro cardiaco, también en nuestra entrañable parte humana, parecido a lo que hace el hipnotizador en el espectáculo que por minutos nos convierte en un clown ridículo, totalmente ajeno a lo que somos, sin haberlo permitido ni deseado...

Mis padres muertos, por ejemplo, ya no viven por sí mismos, viven en mí, pero vivir en mí es vivir en otro. Jaime Torres Bodet, en un singularmente hermoso poema a su madre, Continuidad, dice: "No has muerto. Has vuelto a mí. Lo que en la tierra/ -donde una parte de tu ser reposa-/ sepultaron los hombres, no te encierra;/ porque yo soy tu verdadera fosa".

En las escuelas superiores debiera enseñarse no sólo a amar la profesión, también la manera de evitar, en lo posible, palabras y expresiones que no curan y sí atormentan al paciente, aunque entiendo que en esto es el sentido común y su práctica los que, más que la escuela, educan al médico y a cualquier profesionista de vocación. Un curso intensivo de ética médica, empero, no estaría nunca de más.

Sé que en algunos hospitales hay comisiones de ética, lo cual es excelente. Y, por supuesto, repetir hasta el cansancio al estudiante que la tortura está prohibida legal y moralmente, y que es inhumana e indigna de un profesionista e inexcusable en un médico. La presencia histórica del feroz doctor Mengele debería ya haber configurado en todos la idea de rechazo al "sabio torturador".

Hay expresiones y palabras -concluye- que, en ciertas circunstancias, debieran, si no prohibirse, condicionarse y limitarse en el vocabulario de cada médico, las que per se tal vez no fueran pero se vuelven duras en ciertos eventos y lugares, incluyendo la simple consulta... Existen excesos tal vez producto de la torpeza y la tosquedad, si bien la tosquedad y la torpeza son inmoralidad en un médico.

Ya retomaremos otros valiosos conceptos de esta sugerente reflexión de José Castillo Farreras.

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