Usted está aquí: lunes 14 de agosto de 2006 Opinión Ciudad Perdida

Ciudad Perdida

Miguel Angel Velázquez

Los agoreros y la inoculación del terror

Entre el silencio militante y la condena pública

Blanden la conciliación las buenas conciencias

Como reza el lugar común: En un acto sin precedente, Andrés Manuel López Obrador tomó posesión del Centro Histórico de la ciudad de México, y algo más, animado por la voz del Zócalo que le aseguraba, otra vez, que no está solo, y se regocijaba con la idea de festejar el Grito la noche del 15 de septiembre, obvio, sin la presencia oficial, y como preparativo para la gran asamblea del día 16.

No dijo que se impediría el desfile militar, pero tampoco expresó que el plantón se fuera a levantar con ese motivo, por el contrario, citó, como ya dijimos, a una magna asamblea en la plancha del Zócalo, lugar que utilizan en esa fecha, año con año, los diferentes contingentes militares que marchan alrededor de la plaza.

El plan responde, sin dar vueltas, a los agoreros que trataban de interpretar la posibilidad como un insulto desafiante a las instituciones, y a otros que como por arte de magia, como el hallazgo después de la búsqueda azarosa de lo oculto, descubrieron que Andrés Manuel López Obrador es el líder de algo más que unos millones de ciudadanos que reclaman limpieza en las elecciones.

Tal vez esto (el canto de los agoreros) es el resultado de la necesidad de restarle importancia noticiosa o de no querer reflexionar sobre el fracaso del IFE, pero de cualquier forma es, a no dudar, la cortina de humo con la que se trata de impedir que muchos ciudadanos tengan en conciencia el derrumbe del organismo electoral que creó el neoliberalismo para hacer de la política un mercado.

Así, con la razón de su crítica desarmada, se proponen crear un nuevo motivo para inocular terror entre la gente, como ya se hizo una vez con aquello del "peligro para México"; se vuelve a la carga ahora con la novedad de que el movimiento que encabeza López Obrador es una rebelión.

El movimiento, que para la gente significa, sobre todo, desperezarse en nombre del cansancio que dejó la falsa promesa, la confiabilidad destruida en los organismos públicos, la escenografía holliwoodesca de la democracia, el robo de la hacienda pública y muchos otros etcéteras, pero fundamentalmente la impunidad, debería quedar, según el análisis de algunos, nada más como una carga moral para quienes han cometido todas esas atrocidades.

Así ha sido, y así debería ser, para que las buenas conciencias no se asusten, para que no impongan el discurso del terror que casi les regala una elección. Ya Fox les endilgó el calificativo de renegados, ahora, otros menos pedestres le llaman rebelión.

Pero la cosa es que el veinte les cayó tarde. El 13 de julio, López Obrador, en una entrevista concedida a La Jornada, explicó que el cúmulo de tantas humillaciones a la sociedad, exigía algo más que la Presidencia de la República: la trasformación profunda del país en bien, primero, de los humillados.

Sólo que esta rebelión, para disgusto de los amos del terror, mira en las protestas pacíficas su forma de actuar. Ninguna mejor demostración que las frases escritas en cartulinas, en páginas sueltas de cuadernos, en cualquier espacio de papel, que tapizaron el impoluto y trasnacional club de banqueros, para protestar por las ganancias insultantes de una banca sinvergüenza y tacaña, sin dañar sus muros.

Las lecciones de la gente se multiplican. El cochinero confirmado por el recuento de votos que ordenó el tribunal electoral explica, hoy con más razón, el muy pesado y molesto, para muchos, plantón en Reforma.

La medida es extrema, pero es menor a la burla que se trata de cometer en contra de muchos mexicanos que manifestaron, con su voto, la urgencia de la trasformación, pero que han sido defraudados.

Desde luego hay voces silenciadas por el conservadurismo militante que también, ciegas ante la violación de los derechos de la gente a tener una elección limpia, transgreden su función pública para condenar a los contrarios a sus simpatías políticas.

Y así, desde el cargo que les debería imponer por principio la prudencia ante la incertidumbre, arremeten en contra de la autoridad que se niega a los gritos constantes que le exigen represión para, desde la hipócrita postura del justo, pedir la conciliación blandiendo la amenaza.

Ese es el caso del ombudsman azul, Emilio Alvarez Icaza, a quien el mandato de la derecha panista impulsa a amenazar a la autoridad del Distrito Federal, por la violación a los derechos humanos de los automovilistas de la capital.

En su descargo, el defensor de los derechos azules habrá de decir con firmeza que el asunto de la elección federal no es su asunto, pero que la atrocidad del bloqueo en Reforma sí le toca, y condena con ello a toda la gente del plantón. Y ni quien lo dude, Alvarez Icaza simplemente cumple con lo que le ordenan. Lo comprendemos.

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