Usted está aquí: martes 8 de agosto de 2006 Opinión La renuncia al pensamiento crítico

Javier Flores

La renuncia al pensamiento crítico

La vigencia de las instituciones, particularmente del Instituto Federal Electoral (IFE), es uno de los temas centrales en el discurso de políticos, científicos e intelectuales. Quienes presentan a este organismo como una especie de "blanca paloma" de la democracia, algo que hay que preservar y defender a toda costa, se han colocado en un extremo muy riesgoso dentro del complicado equilibrio entre el pragmatismo y el pensamiento crítico.

Nada puede quedar prohibido al pensamiento. La vigencia y utilidad de las instituciones, por muy sagradas que parezcan o nos las presenten, no son excepción. No basta con frases huecas como: "... hay que defender las instituciones que nos hemos dado los mexicanos y que tanto esfuerzo han costado". Eso no dice nada. Es preferible preguntarse si realmente la existencia del IFE se asocia con el avance de la democracia en México o no. También si puede contribuir a mantener de forma encubierta una cultura fuertemente arraigada de alteración de la voluntad ciudadana. ¿Acaso está prohibido preguntarse eso?

La actuación del IFE en las elecciones del 2 de julio de 2006 ha sido evaluada de muy diversas formas. Para sus defensores, salvo algunos "errores puntuales", es una institución eficaz, merecedora de toda confianza por su imparcialidad y autonomía. Este juicio, en mi opinión, es humillante para el Consejo General de este organismo. Al parecer resulta preferible admitir que quienes lo dirigen son unos tontos, que han cometido desaciertos, antes que examinar de manera crítica a la institución.

Claro, nunca se dice en qué consisten esas fallas, ni en su calidad ni en su número, porque es más importante defender dogmáticamente a una institución "que tanto nos ha costado a los mexicanos" que ejercer sobre ella el pensamiento crítico. Pero no tiene importancia, pues los tontines solamente alteraron las cifras del PREP y de los conteos distritales, declararon ganador anticipadamente a uno de los candidatos, abrieron unas urnas y defendieron al presidente Fox y a Felipe Calderón Hinojosa frente a los argumentos de la coalición Por el Bien de Todos. Para colmo, ahora el Tribunal Federal del Poder Judicial de la Federación encontró nada menos que otros 11 mil 839 "errores puntuales".

Resulta innegable que la actuación del IFE en la pasada contienda obliga a preguntarse si su propia estructura es la que posibilita la aparición de prácticas indeseables como las descritas. Para algunos de sus defensores el problema no está en la institución, sino en los hombres; por ello pueden alarmarse si alguien pone en duda la vigencia del IFE y al mismo tiempo solicitar la renuncia del actual Consejo General, como si eso lo resolviera todo.

Pero volvamos al principio: ¿ha servido el IFE a la democracia en nuestro país? Para responder, tendríamos que hacer otra pregunta: ¿hay democracia en México? Para algunos hay una evolución hacia la democracia, una transición, pero podríamos estar de acuerdo en que México no es aún un país democrático. Esto nos obliga a ir hacia atrás. En las elecciones de 2000 ocurrió algo realmente importante: un partido que había sido hegemónico durante 60 años cedió el poder a otro de oposición. El presidente Zedillo tuvo que tomar una decisión tremenda para el país y para su propio partido, y anunció -por cierto antes que el consejero presidente del IFE- la derrota del PRI. ¿Por qué lo hizo? Aquí tenemos un hueco muy grande. Se requeriría de estudios muy rigurosos para poder entender, por ejemplo, el peso de algunos factores, como los económicos y las presiones internacionales, en esa decisión presidencial. Pero si alguien quiere explicar esto por la simple presencia del IFE, pues... está bien.

Pero si para algunos (como yo) pudiera no estar suficientemente claro cuál ha sido el papel que ha tenido el IFE en la evolución de nuestra democracia, lo que sí es evidente en la elección del 2 de julio de 2006 es que esta institución es permeable a la maldad. Quisiera hacer una pregunta a los defensores del IFE. Imaginemos una próxima elección presidencial, ya sea dentro de seis años o quizá antes. ¿Mandarían por delante a este instituto al que otorgan confianza por su imparcialidad y autonomía? ¿De verdad nos harían eso?

Hay quienes en el ejercicio de un pensamiento crítico observan fallas no sólo en los hombres, sino en la institución. Esto abre el camino para analizar su estructura y sus atribuciones y plantear un escenario de reformas. Me parece muy atendible este razonamiento. Pero quién sabe si esto pudiera salvar al IFE.

Habría que hacerle un trasplante de hígado, otro de riñón, especialmente uno de corazón, elevarle el IQ. Otro trasplante de ovario y de testículo. Internarlo en terapia intensiva, darle respiración artificial...

Para mí el IFE está muerto; es más, ya huele muy mal.

 
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