Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 6 de agosto de 2006 Num: 596


Portada
Presentación
Bazar de asombros
Carlos Monsiváis y la poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES
Carriego, Borges y Gardel: tres artistas de las "orillas" de Buenos Aires
ALEJANDRO MICHELENA
Lo vigente en Jorge Luis Borges
Cristalizaciones de Borges
ADOLFO CASTAÑÓN
Un texto desconocido de Borges en sus contextos
ANTONIO CAJERO
El mundo virtual de Borges
ADRIANA CORTÉS Entrevista con ARTURO ECHAVARRÍA
Al vuelo
ROGELIO GUEDEA
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

Columnas:
Y Ahora Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

Cinexcusas
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JAVIER SICILIA

LA IGLESIA DESENCARNADA O EL SUEÑO DE INOCENCIO

"La corrupción de lo mejor es lo peor." Estas palabras, escritas en el siglo iv por San Jerónimo, fueron retomadas en el XX por Iván Illich para mostrar que las instituciones de servicio en las que se funda la sociedad moderna –con su expropiación de las autonomías, la creación de controles y la administración y uniformización de la vida–, no es más que la corrupción de eso mejor que llegó al mundo con la Encarnación: la caridad o, en otras palabras, su institucionalización. Entre San Jerónimo e Illich se yergue el siglo XII y XIII en donde, junto con otros acontecimientos históricos, la figura del papa Inocencio III aparece como uno de los constructores de esa institucionalización.

Gerardo Laveaga, en El sueño de Inocencio (Planeta, 2006), hace un espléndido retrato de esa realidad. Historia novelada o novela de tesis, más que novela histórica –en ella los factos son más importantes que la construcción del drama de conciencia que aparece en la novela como un puro juego de oposiciones entre algunos de los personajes–, El sueño de Inocencio retrata uno de los momentos más importantes de la Iglesia por institucionalizar todo. En ella, Dios no es el personaje central, tampoco la Iglesia como cuerpo de Cristo en sus fieles, sino la Iglesia entendida como un poder abstracto que busca someter todo a su dominio. Nada hay en ella que no sea el juego del poder, la dura y dramática construcción de un orden que quiere regir las conciencias y los destinos del mundo y de los hombres para que, como lo dice el propio Inocencio a Bruna –personaje ficticio que funge en la novela como uno de los alter ego del Papa–, alcancen "la felicidad".

Semejante al Gran Inquisidor de Dostoievski, el Inocencio de Laveaga no cree en Dios, ni siquiera en la caridad que ha encerrado en la institucionalización del servicio que la Iglesia quiere hacer a los hombres al someterlos y administrar sus vidas y sus conciencias. En lo único que cree es en la fuerza del dominio que al despojar a los hombres de su libertad los haga desplazarse por el mundo como un rebaño obediente. Al leerlo, uno no puede dejar de ver en los rasgos de Inocencio el rostro de los tiempos modernos que Illich retrató: bajo el rostro de Inocencio y de su época, bajo sus guerras y sus masacres, bajo sus negociaciones y decretos, bajo su sueño de unificar todo en una misma creencia vemos desfilar, despojadas de la sacralidad de la Iglesia del siglo XIII, las instituciones modernas que bajo el imperio del Estado y de sus profesionales quieren unificar todo y someter al hombre a su administración.

Al igual que Inocencio logró, en nombre del poder de la Iglesia, institucionalizar la comunión, la confesión, lo que se debía o no creer, y criminalizar el pecado y las desviaciones de la fe, el laicismo moderno, hijo de esa misma Iglesia, ha logrado en nombre del Estado y sus nuevos clérigos, institucionalizar la salud, la energía, la educación, el trabajo, y criminalizar a quienes no se someten a él, los pobres, los jodidos, los que están al margen de su poder paterno, los que viven en el infierno de la pobreza, como antiguamente se vivía en el infierno del pecado y del error.

Al igual que en la Iglesia de Inocencio que nos retrata Laveaga, Cristo ha dejado de estar encarnado para volverse la abstracción del poder que controla y administra todo para bien de los hombres, en el Estado moderno, el hombre ha dejado de ser una carne viviente para volverse un objeto administrable por los poderes de las nuevas instituciones y de sus nuevos clérigos.

Sin embargo, a diferencia del Gran Inquisidor, el Inocencio de Laveaga no asesinará a Cristo. Confrontado al final de su vida con San Francisco –que en la novela funciona como la presencia de otro de los alter ego de Inocencio, Ángelo, el monje que en su juventud le había enseñado la libertad–, Inocencio se da cuenta de que se había equivocado, que no es la institucionalización, sino la libertad en la caridad el sentido de Cristo en el hombre. Pero la corrupción de lo mejor se había echado a andar y quizá ya nadie, hasta la Parusía, podrá detenerla.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro y liberar a los presos de Atenco.