Usted está aquí: sábado 5 de agosto de 2006 Política A un mes de las elecciones

Enrique Calderón A.

A un mes de las elecciones

A un mes del cuestionado proceso electoral con el que termina el periodo de gobierno de Vicente Fox, caracterizado por la ineptitud, falta de rumbo, desaguisados, dispendio y sometimiento del Presidente a los caprichos conyugales, el país continúa en un escenario de total incertidumbre, al cual hemos llegado no por azar, sino como resultado de acciones y actitudes específicas, así como de la profunda crisis que padece México desde hace tiempo.

Resalta, en primer lugar, la obsesión enfermiza del Presidente de impedir a toda costa la posible llegada de López Obrador al poder, obsesión que terminó convirtiéndolo, desde los tiempos del desafuero, en la gran figura nacional, pese a que con anterioridad fuese desconocido en más de la mitad del país. Varias historias de líderes y héroes que habían iniciado sus carreras políticas luego de estar en la cárcel, como Gandhi, Castro, Walesa, Mandela y el mismo Hitler le eran seguramente desconocidas a Fox.

Anterior a este error extraordinario, el Presidente había cometido ya otro, al permitir e inclusive alentar las absurdas ambiciones de su esposa para sucederlo en el poder, como si se tratase de una monarquía, la situación rayaba en el absurdo; ignorando las implicaciones y requerimientos de la principal responsabilidad del país, Fox dio todas las señales posibles para facilitar que una mujer ignorante, con inclinación a la farándula, la superficialidad y la intriga, pudiese llegar a la Presidencia de la República. Ello estableció un punto de referencia: si Marta Sahagún podía ser candidata, muchos otros podían aspirar a lo mismo. El país podía ser gobernado una vez más por mediocres a partir de una campaña adecuada de medios. No había cotas mínimas para buscar el puesto.

Varios contendientes salidos de su mismo gabinete, marcado en su conjunto por la mediocridad, se lanzaron a una competencia que a nadie parecía importarle y de la cual surgió como triunfador el ex secretario de Energía, Felipe Calderón, con una larga carrera en su partido, pero al que el mismo presidente del Partido Acción Nacional se refirió como "un chaparrito con lentes", a falta de algún aspecto más que pudiera caracterizarlo.

Ante el desarrollo de esos acontecimientos, la figura de Andrés Manuel López Obrador fue tomando dimensión; la pura contraposición con Fox le daba puntos a su favor; los errores elementales del secretario de Gobernación lo convirtieron en víctima y en héroe ante la opinión pública; la estrategia de medios implícita en sus conferencias mañaneras rendían frutos; su opinión en todos los temas nacionales y locales lo posicionaba día con día, a la par con el crecimiento del enojo popular ante el desempleo, la pobreza, la inseguridad y la demagogia foxista. Nunca antes un líder de oposición había gozado de las ventajas de tener al mismo tiempo un puesto de gobierno al más alto nivel. Todo estaba a su favor; él se sentía indestructible y así lo dijo.

Tenía las elecciones de 2006 a la vista, el triunfo parecía estar en sus manos. Entonces la soberbia se adueñó de él y lo llevó a cometer errores, se convirtió en el dueño absoluto del Partido de la Revolución Democrática, tal como había sucedido con el presidente y el Revolucionario Institucional unos años atrás. Los cuadros directivos que se atrevían a disentir eran de inmediato marginados y sustituidos por gente más leal y confiable. En la medida que su poder crecía, la preocupación de sus adversarios y el temor del Presidente también. El no dio importancia a esto, menospreció a los empresarios, minimizó la importancia de los actores globales, marginó a los líderes de su propio partido, ignoró a quienes le abrieron el camino hasta su posición actual, olvidó -como dijo un día Adolfo Gilly- a los muertos de su partido, a los caídos en la lucha contra el sistema, desestimó la verdadera dimensión de los poderes fácticos, pensando que derrotaría a todos sus oponentes con su sola voluntad, hizo alianzas con los que él supuso le serían útiles y en ello no consultó a nadie, ni siquiera a los que decía respetar mucho; al mismo tiempo quitó de su campo de visión los graves problemas nacionales proponiendo ocurrencias puntuales en lugar de soluciones estructurales; la gran solución era él mismo, el país cambiaría con su solo acceso al poder.

Ya en la campaña electoral continuó pensando que tenía no sólo gran ventaja, sino el triunfo asegurado; no entendió las dimensiones de las fuerzas que en su contra había desencadenado. El país estaba dividido, una parte importante lo había idealizado como su líder, la otra se sentía atemorizada, quien era su oponente resultaba irrelevante. Así llegó el tiempo de las elecciones, tiempo dominado por las descalificaciones, la guerra sucia y la sospecha, la clara injerencia del Presidente en contra de su archienemigo.

Los resultados saltan a la vista. Un país escindido, dos partes en pugna, buscando cada una la legitimación de sus demandas, el reconocimiento de su triunfo, realizando acciones que dañan a la nación, desgarrándose las vestiduras al plantear que su lucha por la democracia y la justicia es el fin último que los mueve, como si en sus historias pasadas hubiese hechos que los avalaran. Al mismo tiempo resulta frustrante que los graves problemas que afronta México estén virtualmente ignorados, como si se pudiesen resolver solos.

 
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