Usted está aquí: jueves 3 de agosto de 2006 Opinión Hiroshima y Nagasaki

Miguel Marín Bosch*

Hiroshima y Nagasaki

Resulta difícil pasar por alto la cada vez más violenta situación en Medio Oriente. Cada día aumentan las atrocidades y las muertes de civiles, incluyendo a muchos niños. Estados Unidos sigue tratando de ganar tiempo para que Israel pueda cumplir su cometido de acabar con las bases militares de Hezbollah en el sur de Líbano. Día a día aumentan los ataques aéreos y terrestres israelíes, que día a día se tornan más indiscriminados. Israel dice que "requiere de una o dos semanas más". Seguramente las tendrá, ya que Estados Unidos tiene maniatado al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Tras los ataques a Qana, Israel suspendió por 48 horas sus bombardeos. El pasado lunes, cuando Condoleezza Rice insinuó la posibilidad de un cese al fuego, Hezbollah lanzó unos misiles hacia Israel, el primer ministro Ehud Olmert dijo que no a un cese al fuego e intensificó y amplió los ataques al sur de Líbano.

Los ataques aéreos contra la población civil se estrenaron en serio hace siete décadas durante la guerra civil española, pero nadie pudo imaginarse los horrores que producirían durante la Segunda Guerra Mundial. Todos nos acordamos de los ataques contra Londres y de la destrucción de Dresde desde el aire. También tenemos muy presente la destrucción de Hiroshima y Nagasaki, no por centenares de miles de bombas convencionales, sino por un par de bombas atómicas. En estos días se cumplen 61 años de esas masacres. Pero hace unos meses se cumplieron también 61 años de los ataques sobre Tokio, cuyo impacto en la opinión pública palideció ante el embate atómico.

En marzo de 1945, Estados Unidos atacó a Tokio con bombas incendiarias. Los blancos fueron en un 87 por ciento en zonas residenciales. Se lanzaron 2 mil toneladas de esas bombas. Las autoridades estadunidenses señalaron que nunca en la historia tantas personas habían perecido en el lapso de seis horas que duró el ataque aéreo. Más de 100 mil hombres, mujeres y niños murieron durante la noche de bombardeos, y más de un millón de personas fueron heridas. Lo que diferenció a la bomba atómica de estos ataques indiscriminados en contra de civiles fue que una sola bomba bastó para su destrucción.

Ello significó que un avión y su pequeña tripulación podrían destruir una ciudad, a cambio de los más de 300 aviones que llevaron a cabo la matanza de Tokio. Otra diferencia fue el número de muertes que una bomba atómica podría causar: las bombas incendiarias sobre la capital de Japón causaron la muerte de uno de cada 10 habitantes; en Hiroshima el porcentaje de muertos fue del orden de 54 por ciento. El ejército estadunidense calculó que la bomba que destruyó Hiroshima había sido 6 mil 500 veces "más eficiente" (es frase de ellos) en causar bajas que una convencional.

Hacia las dos de la mañana del 6 de agosto de 1945, el coronel Paul Tibbets y su tripulación despegaron del aeropuerto de Tinian, una de las islas Marianas, a bordo de un bombardero B-29, bautizado Enola Gay (nombre de la madre de Tibbetts). Tenían varios posibles blancos (Hiroshima, Kokura, Niigata y Nagasaki), pero el principal era Hiroshima. Al artefacto que lanzaron sobre Hiroshima a las 8:15 de la mañana, los científicos en Los Alamos le habían puesto el nombre de "niño pequeño" (Little Boy). Medía 10 metros de largo, con un diámetro de 71 centímetros, y pesaba 4 mil 400 kilos. Su carga explosiva era uranio. Fue la bomba más grande construida hasta entonces. Su potencia explosiva era de unos 20 kilotones, es decir, el equivalente a 20 toneladas de TNT, un explosivo de uso común como la dinamita. Esa bomba tenía la potencia equivalente a todas las bombas convencionales que pudieran transportar 200 de los bombarderos más grandes de Estados Unidos.

Tibbetts había comenzado su carrera de piloto en 1937 y estuvo en Europa y el norte de Africa antes de ser reclutado para la misión más importante de su vida. Nunca se arrepintió y en alguna ocasión dijo: "Nunca hemos librado una condenada guerra en ningún lugar del mundo sin que matáramos personas inocentes. Ojalá los periódicos dejaran de publicar mierda: 'Has matado a tantos civiles'. Esa es su mala suerte por estar ahí".

Tres días después de Hiroshima, el comandante Frederick Bock y su tripulación recorrieron a bordo de otros B-29 (llamado Bock's Car) la misma ruta que había seguido Tibbetts a Japón desde Tianan. Al acercarse a su blanco principal se les notificó que el cielo sobre Kokura estaba muy nublado. Cambiaron de rumbo para dirigirse a Nagasaki. Así fue como unas nubes sobre Kokura ocasionaron la devastación de Nagasaki.

El artefacto atómico que transportaba Bock era distinto al que había llevado Tibbets a Hiroshima. Bautizado "Hombre gordo" (Fat Man) tenía más de tres metros de largo y metro y medio de diámetro. Pesaba unos 200 kilos más que Little Boy y su capacidad explosiva era de más de 20 kilotones. ¿Por qué esos nombres? Porque una bomba contenía uranio enriquecido y la otra plutonio. La bomba de Nagasaki contenía plutonio. El diseño fue distinto de la primera bomba. Los científicos de Los Alamos querían hacer un experimento y comparar los efectos de los distintos materiales físiles.

Según un estudio de la ONU, en Hiroshima perecieron de golpe 78 mil personas, hubo 84 mil heridos y decenas de miles que murieron después a raíz de los efectos de las radiaciones. En Nagasaki las estadísticas fueron igualmente horripilantes: 27 mil muertes al instante y 41 heridos sin contar los que desaparecerían después. "Fue su mala suerte por estar ahí."

Recordar es honrar.

* Ex subsecretario de Relaciones Exteriores y director del Instituto Matías Romero.

 
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