Usted está aquí: jueves 27 de julio de 2006 Opinión ANTROBIOTICA

ANTROBIOTICA

Alonso Ruvalcaba

Remedia amoris

Ampliar la imagen Instantánea captada en la zona de tolerancia en Amsterdam, Holanda Foto: Fabrizio León Diez

UNO. TODOS LOS hombres, cuando menos una vez en la vida, han sentido que la mujer que aman les pone el cuerno; todos los hombres, cuando menos una vez en la vida, han pensado: "Si yo fuera mujer me cogería a todo el mundo". Esa explosiva combinación está, probablemente, detrás de un feliz subgénero de la poesía "misógina" (las comillas no son caprichosas): el de la mujer puta. Para Catulo Aufilena es peor que una puta avara, pues bonae semper laudantur amicae; / accipiunt pretium, quae facere instituunt: las putas cabales, recibido el varo, ejercen -a diferencia de Aufilena, que simplemente se lleva todo sin dar prenda. Para Marcial, casi todas las mujeres son putísimas: Quaero diu totam, Safroni Rufe, per urbem / si qua puella neget: nulla puella negat: he buscado, mi buen Rufus, por toda la ciudad: ninguna vieja sabe decir que no. ¿Quiere esto decir que no hay una mujer casta en toda Roma? No, pero non dat, non tamen illa negat: ésas ni cogen ni se atreven a negarse. El Pseudo-remedia amoris, poema muy culero del siglo XIII, recomienda, de plano, evitarlas a todas: a la gorda (pinguis), a la flaca (macra), a la alta (longa), a la pequeña (brevis), a la blanca (candida), a la negra (nigra), a la rubicunda (rubra), no sólo porque se vuelve necio el que las ama, sino porque sepe novum veteri mulier preponit amico: preferirán sobre el viejo al nuevo amigo: la inconstancia es su divisa. (Frailty, thy name is woman, grita el hiperracional Hamlet; y en su Gatomaquia, Burguillos: "¿Quién tendrá confianza / si quien dijo mujer dijo mudanza?") Pero ya a esas alturas empezábamos a atisbar que siempre habíamos querido coger con putas. "No pido calidades ni linajes, / que no es mi pija libro de becerro, / ni muda el coño, por el don, visajes", dice el viejo Quevedo, y antes nomás había que leer aquella sabrosísima foja de la Loçana andaluça, donde están enunciadas "putas graçiosas más que hermosas, y putas que son putas antes que mochachas. Hay putas apassionadas, putas estregadas, afeitadas, putas esclareçidas, putas reputadas, reprobadas. Hay putas moçárabes de Çocodover, putas carcaveras. Hay putas de cabo de ronda, putas ursinas, putas güelphas, gibelinas, putas injuinas, putas de Rapalo, rapaínas. Hay putas de simiente, putas de botón griñimón, noturnas, diurnas, putas de çintura y marca mayor. Hay putas orilladas, bigarradas, putas combatidas, vençidas y no acabadas, putas devotas y reprochadas de Oriente a Poniente y Setentrión; putas convertidas, repentidas, putas viejas, lavanderas porfiadas, que siempre han quinze años como Elena; putas meridianas, ocidentales, putas máxcaras enmaxcaradas, putas trincadas, putas calladas, putas antes de su madre y después de su tía, putas de subientes e deçendientes, putas con virgo, putas sin virgo, putas el día del domingo, putas que guardan el sábado hasta que han xabonado, putas feriales, putas a la candela, putas reformadas, putas xaqueadas, travestidas, formadas, estrionas de Tesalia..." O aquella otra que, escrita por un religioso, difícilmente puede ocultar una gotita de saliva: "La puta es muger pública y tiene lo siguiente: que anda vendiendo su cuerpo; comiença desde moça y no lo pierde siendo vieja, y anda como borracha y perdida. Es muger ganada y polida, y con esto muy desvergonçada, y à cualquier hombre se da y le vende su cuerpo, por ser muy luxuriosa, suzia y sinvergüenza en el acto carnal. Púlese mucho, y es tan curiosa en ataviarse que parece una rosa después de muy bien compuesta; y para adereçarse muy bien, mírase en el espejo, báñase, lávase y refréscase más para agradar..."

DOS ¿CUANDO COMPRENDIMOS que la puta era entrañable, más cercana a nuestro corazón que tantas mujeres castas; que ser puta es un símbolo de una subversión muy pero muy densa? Tal vez desde el principio: "amar es desnudarse de los nombres: / 'déjame ser tu puta', son palabras / de Eloísa, mas él cedió a las leyes, / la tomó por esposa y como premio / lo castraron después", dice Paz, siguiendo a Rimbaud, Baudelaire y el resto de aquellos espesos que nos lo habían hecho notar tan claramente. Karmelo Iribarren ya se lanza sin más a la apología. El poema se llama, simplemente, La vieja; arranca así: "Por cinco libras / y un paquete de rubio / podías tirártela / en un viejo 1500". Era una profesional en toda regla, La Dolores, y una vez, sola y borracha, al fondo de la barra, me contó su azarosa vida. Aunque en alguna ocasión posterior estuve tentado a irme con ella al coche, nunca lo hice: quién sabe por qué. Después dejé de verla para siempre. Y hoy, abriendo el periódico al azar, "me he dado con su esquela. / Ha muerto, al fin, en un asilo, / y olvidada de todos. / 'Como una perra enferma de arrabal / moriré cualquier noche / en una esquina' solía cantar / cuando estaba muy puesta. / Y tenía razón". Y Adrián Román, otro tataranieto de Baudelaire, encuentra (¡por fin!) que la puta es también la mujer que nos ha abandonado: "Si tuviera dinero le pagaría a una puta / -es un consuelo tan socorrido- / para que viera cómo me masturbo. / Mientras, tu nombre escaparía / como una urraca de mis manos".

TRES: ENVIO. QUE te alcance esta página, antigua amiga mía, mientras subes el elevador hacia otra casa: la escribí en el umbral que conduce al rastro, como te prometí en las noches circulares, cuando bebíamos y nos queríamos, sorprendidos de nosotros mismos, y vivir (vivir) era más o menos lo mismo que estar vivos.

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