Usted está aquí: jueves 27 de julio de 2006 Opinión Intelectuales: ahora "terroristas"

Editorial

Intelectuales: ahora "terroristas"

En una conferencia de prensa en la sede diplomática que encabeza, el embajador israelí en México, David Dadonn, acusó ayer a un amplio grupo de personalidades mexicanas de la academia, el arte, la cultura, el periodismo y los negocios ­unas 350­ de "apoyar indirectamente al terrorismo", de "hacer diferencias entre víctimas civiles israelíes y libanesas" y de "enrarecer el clima bélico en Medio Oriente". El motivo de estos improperios fue un desplegado en el que los acusados exhortan a la ONU a promover "la inmediata suspensión de la incursión militar, el bloqueo total y la destrucción de toda la infraestructura en Líbano", condenan "enérgicamente las acciones paramilitares de Hezbollah y denuncian el accionar de las fuerzas armadas de Israel en el país vecino", el cual "ha provocado la muerte de al menos 400 libaneses y 500 mil desplazados". Adicionalmente, el representante del régimen de Tel Aviv en nuestro país exigió a los firmantes que se retracten públicamente.

La prepotencia humana parece no tener límites, pero no es fácil encontrar en los anales de los pronunciamientos diplomáticos uno tan orwelliano, o tan digno de Goebbels, como el ofensivo disparate proferido ayer por el representante israelí: acusa al país agredido de ser el agresor, tilda de inequitativos a los intelectuales mexicanos cuando el documento que firmaron contiene una condena explícita a los ataques de Hezbollah contra Israel, argumenta que los soldados de Tel Aviv "defienden nuestra soberanía", por más que estén invadiendo y arrasando otro país, y asegura que el gobierno que preside Ehud Olmert "ha hecho todo lo posible para que los civiles libaneses no mueran por el conflicto", pese a las agresiones evidentemente intencionales de la artillería y la aviación del Estado hebreo contra ambulancias, barrios residenciales y, en horas recientes, un puesto de observación de las fuerzas de la ONU, en el cual los invasores asesinaron, con pleno conocimiento y premeditación, a cuatro elementos de los cascos azules.

En el peor de los mundos al revés, el delegado de un gobierno que practica sin ningún disimulo el terrorismo de Estado acusa de complicidades con el terrorismo a ciudadanos mexicanos destacados, comprometidos con la paz, de trayectorias honorables y productivas, que gozan en no pocos casos de reconocimiento internacional, incluso en Israel.

La descontrolada agresividad de Dadonn podría explicarse en el contexto del desconcierto diplomático, político y militar de las autoridades de Tel Aviv ante las inesperadas dificultades bélicas que enfrentan en Líbano y ante el previsible repudio mundial por sus prácticas criminales y hasta genocidas en ese país y en los territorios palestinos ocupados. Acaso sea un intento, torpe si los hay, por aplicar las instrucciones de su jefa, la canciller Tzipi Livni, quien, con un descaro equiparable, llamó a la comunidad internacional a "solidarizarse" con las atrocidades del aparato militar israelí contra los libaneses y los palestinos. Pero el embajador de Israel en México ha escogido una circunstancia particularmente inoportuna para acusar de "apoyo al terrorismo" a intelectuales de la talla de Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis y otros, quienes están siendo objeto de un hostigamiento fascista por parte de la ultraderecha local, como se ha venido consignando en estas páginas. En tales condiciones, la calumnia lanzada por Dadonn adquiere el tono de una peligrosa provocación; vincular de cualquier manera a éstos y a otras figuras públicas con el terrorismo puede volverse justificación para nuevas agresiones. Resulta inevitable, en este contexto, preguntarse si el representante de Tel Aviv no es partícipe de la campaña de odio lanzada por los círculos más cavernarios e intolerantes del grupo en el poder contra los mejores exponentes de la inteligencia nacional.

Quien tendría que retractarse, en todo caso, es Dadonn, porque sus palabras constituyen un agravio para el conjunto de la sociedad mexicana, una ominosa afiliación a la agresividad yunquista contra mexicanos ilustres, un pésimo favor a los intereses de su país y una bofetada al oficio diplomático. Si no lo hace, podrá, ciertamente, seguir poniendo el título de embajador en sus tarjetas de visita y recibiendo invitaciones a convivios en la Secretaría de Relaciones Exteriores, pero él mismo habrá puesto fin a la parte sustancial de su encomienda en este país, que era, hasta ayer, propiciar el entendimiento entre los pueblos israelí y mexicano.

 
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