Usted está aquí: martes 25 de julio de 2006 Opinión El fracaso de la OMC

Editorial

El fracaso de la OMC

En medio de amargas recriminaciones entre los representantes estadunidenses y del resto del mundo ­Unión Europea, Brasil e India, entre otros­ culminó ayer un encuentro en Ginebra en el cual se pretendía llevar a buen término los propósitos de la Ronda de Doha (2001). Cinco años de complejas negociaciones internacionales se han ido por la borda, debido al empecinamiento de las naciones ricas ­especialmente Estados Unidos y Europa­ de mantener sus políticas proteccionistas y los subsidios a la agricultura.

La noticia sería catastrófica si los promotores de la globalización en sus injustos términos actuales tuvieran la razón cuando afirman que el libre comercio internacional es la manera más efectiva de combatir la pobreza. Pero no la tienen. En las naciones pobres la apertura indiscriminada de mercados y las privatizaciones y desregulaciones asociadas a los tratados comerciales han tenido por consecuencia mayores índices de pobreza y marginación, corrupción galopante y una dramática destrucción de los tejidos sociales.

Ello no implica tampoco que el fracaso final de la Ronda de Doha sea necesariamente bueno para los países atrasados. En ausencia de un marco regulatorio general, las economías más débiles seguirán siendo uncidas a las más fuertes por medio de tratados bilaterales de libre comercio, con términos tan depredadores como el que el gobierno de Carlos Salinas firmó con Washington hace 14 años.

Pero si los gobiernos de las naciones pobres son capaces de resistir las presiones políticas y diplomáticas pueden aprovechar la circunstancia presente para diversificar sus intercambios en igualdad con otras economías de rango semejante ­un ejemplo es el acuerdo comercial firmado por México y Chile­ o, mejor aún, buscar su inserción en instrumentos regionales relativamente equitativos, como el Mercosur, los cuales colocan a las economías pequeñas y medianas en mejores condiciones para resistir los embates comerciales y financieros de los grandes centros de poder mundial.

El fracaso de las negociaciones comerciales mundiales, certificado ayer en Ginebra, tendrá en nuestro hemisferio una consecuencia inevitable: la postergación indefinida del Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA) impulsado por Washington. Cabe recordar que los integrantes del Mercosur habían condicionado la firma del ALCA a un acuerdo previo en el seno de la OMC, en el cual Estados Unidos debería cambiar de actitud en materia de subsidios agrícolas.

Si corre con suerte, Washington no podrá conseguir más que un tratado comercial con los gobiernos latinoamericanos que le son fieles, los cuales representan ­si se excluye a nuestro país, que ya es miembro del Tratado de Libre Comercio de América del Norte­ menos de 10 por ciento del PIB regional.

Finalmente, es deseable que el fracaso reportado ayer desde Ginebra sirva al menos para persuadir a los países ricos de la necesidad de un cambio sustancial en su tradicional estrategia de negociación con las más pobres: predicar el libre comercio mientras preservan sus políticas proteccionistas y los subsidios a sus propios productores.

Tal vez la globalización económica sea inevitable, pero sus términos actuales, injustos y depredadores, tienen que cambiar.

 
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