Usted está aquí: miércoles 19 de julio de 2006 Opinión Vidas desiguales

Arnoldo Kraus

Vidas desiguales

La unión humana y filantrópica de Bill y Melinda Gates con Warren Buffett puede servir, lo deseo fervientemente, para demostrar a los países ricos y a la Organización de las Naciones Unidas cuán ineficientes y mediocres son. Gates y Buffett han destinado, y continuarán haciéndolo, buena parte de sus riquezas para paliar el infortunio laboral y de salud de los más pobres, sobre todo, de los africanos. Infortunio no gratuito, sino resultado del vandalismo ancestral de sus mandatarios, de la incultura y de la opresión impuestas por naciones extranjeras, sobre todo, por las europeas en el siglo recién finalizado y por los estadunidenses en el pasado y en el presente.

La opresión de los blancos sobre los negros no sólo se refiere a la expoliación programada de los recursos africanos, sino a la inquina sembrada con fines complejos de definir, aunque siempre diseñada con fines utilitarios. Entre otros ejemplos, destaca el de los belgas, quienes dividieron a los ruandeses en dos grupos "artificiales": los hutus y los tutsis. La invención belga culminó, hace poco más de una década, con la muerte de casi un millón de tutsis en lo que fue uno de los genocidios más siniestros de la historia. La opresión se asocia también con la ciencia y con el uso que de ésta se hace. Crisol para la investigación de nuevos fármacos es la conjunción de cerebros occidentales con los cuerpos enfermos de los africanos.

Desconozco con exactitud cuál es el porcentaje de experimentos para tratar el síndrome de inmunodeficiencia adquirida efectuado en Africa, pero estoy seguro de que muchos fármacos han sido probados ahí: la confluencia de la ciencia occidental y de los "conejillos de indias" negros o, en su tiempo, latinos, ha sido la norma. Los beneficios de esas investigaciones, Perogrullo dixit, son múltiples: científicos -para los investigadores que publican-, humanos -para los pacientes que pueden pagar ese tipo de terapias, cuyo promedio mensual es de mil 200 dólares- y económicos -para las compañías farmacéuticas, cuyos ingresos a nivel mundial sólo son superados por la industria militar y el narcotráfico. Lo que sí sé bien -como el erizo del poeta griego Arquíloco- es que las normas éticas aplicadas para investigar en Occidente distan mucho de ser las que se ejercen en los países pobres.

Entiendo que pueda incomodar y a muchos desagradar el término "tiranía de la ciencia", ya que ésta no es autónoma, pero, cuando se repasa lo que sucede con la distribución y el uso desigual de los medicamentos, es imposible soslayar la importancia de términos como justicia distributiva. La desgracia es que casi nadie -Gates y Buffett son una de las grandes y admirables excepciones- ha considerado que la ciencia debería casi siempre relacionarse con la justicia distributiva. Sirvan las reflexiones previas para entender lo inentendible: mientras en la mayor parte del mundo la esperanza de vida va en aumento, en Africa ha disminuido, a partir de 1990, cuatro años.

La esperanza de vida en Africa no sólo se ha reducido por la presencia de infecciones curables o controlables como la tuberculosis, el paludismo o el sida, sino por la opresión a la que aludía anteriormente. El analfabetismo y la pobreza son fieles aliados del sida y fenómenos inseparables de esa cruda y ancestral explotación. Los números sintetizan cuán grave es la tragedia y cuán invisibles pueden ser algunos humanos. El sida afecta a 25 millones de africanos y su presencia ha acortado la esperanza de vida en el continente a 46 años; en cambio, en Estados Unidos, la media es de 77 años, en Europa de 73 y en Latinoamérica de 71. El sida no sólo mata por ser una enfermedad agresiva. Mata al asociarse con las atrocidades impuestas por europeos y estadunidenses que impiden que los niños estudien, que prostituye a las niñas y que actúa como disparador para que otras infecciones se diseminen y recrudezcan su agresividad.

El sida y sus aliados han sepultado los Objetivos del Milenio de la ONU, programa diseñado para disminuir la pobreza, el analfabetismo y la mortalidad en el mundo. El sida es una infección grave, pero gracias a los inconmensurables avances de la ciencia puede controlarse y convertirse en una enfermedad crónica. El sida no es el demonio. El demonio es la tragedia que se vive en Africa, en algunas regiones de Asia y de Latinoamérica: 100 mil personas mueren al día a consecuencia del hambre. La tragedia es el desparpajo con el que han tratado y siguen tratando los países ricos y dueños de la ciencia a los habitantes de las naciones pobres.

Andado el tiempo sabemos que ni la ONU ni las naciones ricas modificarán el destino de los más pobres. Queda la esperanza de que los Gates, los Buffett y los Bonos demuestren a las naciones ricas lo que deberían hacer.

 
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