Usted está aquí: domingo 16 de julio de 2006 Sociedad y Justicia EJE CENTRAL

EJE CENTRAL

Cristina Pacheco

Historia de Saúl

En el Museo del Papalote me encontré a la maestra Herminia Vidales. La conocí en 1997, en una escuela de Chalco donde daba clases a niños de quinto año. Su salón carecía de escritorio y estaba hecho con lonas, cartones, plásticos y tablas; el pizarrón, de tan rugoso, volvía ilegible toda escritura.

Sentados en bancos, piedras y cubetas, sus alumnos se apoyaban en mesas desiguales, aportadas por la comunidad. Su patio de juegos era un lodazal con un túmulo en el centro: sitio elegido para instalar algún día el astabandera.

Durante aquella visita Herminia concentró allí a sus alumnos y me autorizó a conversar con ellos acerca de su situación y sus proyectos. La mayoría de estos niños trabajaba por las tardes en refaccionarias, comercios y talleres, y no tenía más planes que conservar su trabajo. El resto anhelaba seguir con sus estudios, pero no estaba seguro de que sus padres -comerciantes, obreros y artesanos- pudieran costearles una carrera.

El último en responder fue Saúl. Alto, muy delgado, con un mechón de pelo lacio sobre la frente, al tomar la palabra adoptó la actitud de un orador: "Pienso seguir estudiando y echarle muchas ganas para convertirme en presidente de la República". Se escucharon las risas de sus compañeros. Esperé a que se tranquilizaran y le pregunté por qué aspiraba a ese cargo. "Para que mi papá no se enoje porque siempre encuentra a mi mamá llorando. Ella es de Aguascalientes. Me ha contado que en el rancho donde creció había árboles frutales y muchas flores; aquí, en cambio, nada más hay lodo y basura. Eso la pone muy triste y de malhumor", contestó.

Le hice otra pregunta: "Si llegaras a ser presidente de la República, ¿cuáles serían tus primeras acciones de gobierno?" Aún no olvido la expresión alegre con que me respondió: "Mandaré sembrar en toda la colonia árboles y flores para que mi mamá las vea y se alegre. Después arreglaré mi escuela: tendrá salones bonitos y pondré un astabandera en el patio".

II

La mañana en que rencontré a la maestra Herminia en el Papalote, me dijo que la escuela había progresado y me invitó a visitarla. Le aseguré que lo haría. Tal como anunció, encontré la escuela Niños Héroes en mejores condiciones. Las aulas de material prefabricado estaban equipadas con muebles cedidos por dos escuelas particulares y el pizarrón era terso. En la biblioteca a medio construir había ya algunos libros, entre otros Triunfador en los negocios, Cómo ser el número uno y La buena crianza del conejo.

Cuando salimos al patio y vi el astabandera recordé a Saúl, su proyecto de llegar a ser presidente de la República, y pregunté por él.

La expresión de Herminia se amargó: "Antes venía a visitarme. Ahora nada más lo veo cuando me lo encuentro por ahí, en alguna calle, bebiendo, inhalando. Si noto que está bien le hablo, le aconsejo que olvide esas porquerías que lo están matando y se ponga a estudiar para que un día cumpla su sueño. Me responde incoherencias. ¿Se imagina cómo me quedo? Muy triste de ver cómo se está perdiendo un niño tan inteligente: llevo años dando clases y de todos mis alumnos Saúl ha sido el mejor".

III

Quise saber qué hacían los padres de Saúl para rescatarlo de las drogas. Herminia sonrió con amargura: "Nada. Para empezar, están separados". Le pregunté si conocía los motivos de la ruptura. "Sí, fue por Saúl. Iba muy bien en las clases, pero de pronto empezó a llegar tarde, a distraerse mucho, a no hacer la tarea. Lo llamé aparte y le pregunté qué le preocupaba. Cosa rara, me costó mucho trabajo que me lo dijera: sus padres habían empezado a llevarse muy mal. Sin importarles que los escuchara, con frecuencia se decían cosas horribles: Anselmo dudaba de su paternidad y estaba pensando en tener otra familia; Socorro respondía que iba a matar a su hijo en el momento en que Anselmo la abandonara para irse con otra.

"Después de muchos días de oírlos pelear y discutir, Saúl los encontró de nuevo muy amigables y contentos, como si nada hubiera sucedido. Le pidieron perdón y le aseguraron que todo sería como antes. El niño recuperó la sensación de formar parte de una familia y de ser querido por sus padres.

"Una noche, cuando regresaron bebidos de una fiesta, los oyó insultarse otra vez. Su padre dijo que ella era una puta, y que para salvar al niño de su mala influencia se lo llevaría lejos, donde Socorro jamás pudiera verlo. Enloquecida, ella fue a la cocina, tomó un cuchillo y lo acercó al cuello a Saúl, decidida a clavárselo. Por fortuna el niño logró escapar y durante toda la noche no regresó a su casa.

"A la mañana siguiente Anselmo y Socorro vinieron a preguntarme por él. Les contesté que Saúl no había llegado a clases y aproveché para decirles que su hijo estaba muy cambiado, que algo muy grave debía sucederle. Como si no supieran de qué hablaba, sólo me pidieron que si el niño se presentaba en la escuela le informara que ellos estaban muy preocupados esperándolo en su casa.

"Pasaron dos días y Saúl no regresó. Hablé con otros maestros y decidimos ir a ver a sus padres para ayudarlos a encontrar al niño. Anduvimos por todas partes hasta que al fin hallamos a Saúl en un depósito de triplay: a la mañana siguiente de que se escapó fue a pedir trabajo. Se lo dieron de cargador a cambio de comida y un sitio para dormir.

"Todos le hacíamos preguntas, pero él sólo contestaba que no quería volver a su casa. Socorro se puso como una Magdalena, habló de sus sacrificios y nos tomó como testigos de que Saúl era un mal hijo, un desconsiderado y no podía entender su comportamiento. Me dieron ganas de decir todo lo que el niño me había contado, pero me callé por temor a complicar más las cosas.

"Los trabajadores de la bodega y mis compañeros le aconsejaron a Saúl que regresara con sus padres. El niño me miró, como si quisiera escuchar mi opinión, pero no le dije nada porque pensé que sólo él debía decidir. Optó por volver a su casa. Supuse que tal vez fuera lo mejor, porque el sitio más adecuado para un niño está junto a su familia. Después de todo lo que sucedió ya no estoy tan segura".

IV

Le pregunté a Herminia por qué dudaba. "Debí imaginar que ni Socorro ni Anselmo habían cambiado y no eran capaces de devolverle la tranquilidad a su único hijo. Por cobardía o falta de experiencia, el caso es que me imaginé que Saúl iba a recuperar su infancia, su vida.

"Mis ilusiones fueron desmoronándose al ritmo en que Saúl me ponía al tanto de lo que siguió ocurriendo entre sus padres. Cuando Socorro imaginaba que Anselmo podía abandonarla, lo amenazaba de nuevo con matar al niño; si Anselmo era el contrariado, salía con que iba a secuestrar a su hijo y a llevárselo hasta donde ella no pudiera verlo jamás.

"Un lunes Saúl me contó que la noche anterior sus padres se pelearon con tanta violencia que él, desesperado, tomó un cuchillo y los amenazó con matarse. Le dijeron que estaba loco y endemoniado. Socorro culpó a su marido de tener la sangre envenenada como toda su familia. El le repitió que Saúl no era hijo suyo, sino del diablo.

''Saúl vino a refugiarse en la escuela. Por la mañana lo encontré acostado junto a la puerta. Lo llevé al salón. Le dije que así como estaba, todo sucio, no podía quedarse a la clase. Me respondió que ya no iba a estudiar y sólo había venido a despedirse.

"Le advertí que si dejaba las clases nunca llegaría a ser presidente. Se levantó. En vano intenté detenerlo. Sólo conseguí que me prometiera pensarlo bien. No regresó. Esa vez sus padres ya no fueron a buscarlo. Al poco tiempo se separaron: ella volvió a Aguascalientes y de él no supimos nada.

"Esperé mucho tiempo que volviera Saúl. Una mañana vinieron a decirme que lo habían visto tirado en el basurero. Corrí a buscarlo. No me reconoció, ni siquiera cuando le recordé que él había soñado con transformar aquel basurero en un jardín".

 
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