Usted está aquí: domingo 16 de julio de 2006 Opinión La historia de Marie y Julien

Carlos Bonfil

La historia de Marie y Julien

Escenas de la vida paralela. En 1975, el realizador francés Jacques Rivette (París nos pertenece, El amor loco) se propone filmar un ciclo de cuatro historias fantásticas titulado Las hijas del fuego, en referencia a un título de Gérard de Nerval. Del ciclo sólo se produjeron entonces dos cintas, hoy invisibles, Norte y Noirot; otra quedó en suspenso, Fénix, y una más interrumpida al tercer día de rodaje, Marie y Julien. En un clima político desalentador (la derecha giscardiana justificaba todo deseo de evasión romántica), Rivette proponía relatos plagados de misterios y eventos sobrenaturales, historias de aparecidos o algún delirio pasional entre un ser vivo y otro muerto, o con mayor malicia, entre un muerto deseoso de una segunda vida y un ser melancólico con ánimo suicida. Marie y Julien debía ser algo cercano a una comedia musical fantástica, con Leslie Caron y Albert Finney en los papeles estelares. El proyecto se vino abajo, y lo que siguió fue una filmografía con una insistencia en lo fantástico (El amor por tierra, Hurlevent); una épica ambiciosa, Juana de Arco, la doncella; dos comedias notables (Alto bajo frágil, Va savoir), y una cinta de espionaje totalmente enigmática, Secret défense, inédita en México. En 1993, a los 75 años, Rivette decide retomar una de sus viejas escenas de la vida paralela y filma La historia de Marie y Julien, con guión de Pascal Bonitzer y Christine Laurent, y con los protagonistas de El hombre de mármol (Wadja) y La bella latosa (Rivette), el polaco Jerzy Radziwilowicz y Emmanuelle Béart, en los papeles principales.

Cada una de las cuatro partes de la nueva cinta de Rivette (Julien; Marie y Julien; Julien y Marie; Marie) corresponde a una propuesta de punto de vista o al entrecruce de puntos de vista. En todo caso, a una propuesta de suspenso. El espectador tiene ante sí un enigma elemental: la irrupción en la apacible vida de un relojero de una mujer fallecida un año atrás, con la que empieza a vivir, entre la vigilia y el sueño, una relación pasional. Una anécdota secundaria refiere el chantaje que hace Julien a una falsificadora de tejidos antiguos (Anne Brochet, Madame X), los encuentros de Marie y esta mujer enigmática, la complicidad de Marie con Adrienne (Bettina Kee), la hermana muerta de esta misma mujer y la disposición escénica final en la que dos hermanas conviven, real y espectralmente, con la pareja de amantes. Un cuarteto en el que la vida (y la razón) de un hombre depende de la voluntad conjugada de tres mujeres -bellas damas sin piedad, hijas del fuego. El septuagenario Rivette filma magistralmente esta danza entre la vida y la muerte, convidando al espectador a sesiones de amor carnal (fotografía virtuosa de William Lubtchansky), siempre entre el lirismo contenido y la necrofilia. Del espectador se solicita también una suspensión de la credulidad, similar a ese mecanismo de relojería gigante que Julien acciona y detiene a su antojo. Y surge la pregunta: ¿Es posible regresar de entre los muertos para perturbar la serenidad de un hombre (Vertigo/Hitchcock), hasta orillarlo a una muerte antes no deseada, hoy anhelada? Entre los referentes reconocidos por el autor figura naturalmente el novelista Edgar Allan Poe, y esta nueva historia fantástica disemina las claves simbólicas de un erotismo con fuerte carga fúnebre, de una fatalidad que busca a tientas un desenlace optimista de romanticismo desaforado. Una historia de amor loco, paradójicamente interpretada por el más cuerdo, sereno y adocenado de los hombres -un relojero recluido en la soledad que comparte con su gato Nevermore- , y una mujer que viene de ultratumba a hacerle, finalmente, la vida posible.

La historia de Marie y Julien forma parte del Festival Cinematográfico de Verano de la Universidad Nacional Autónoma de México, y se exhibe esta semana en la Cineteca Nacional.

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