Usted está aquí: lunes 10 de julio de 2006 Deportes Decepcionante adiós de Zidane; en unos minutos se volvió loco y tiró todo a la basura

Es uno de los más grandes de la historia, pero no cerró con broche de oro

Decepcionante adiós de Zidane; en unos minutos se volvió loco y tiró todo a la basura

Difícilmente podrá borrar la imagen de haber sido expulsado de la final por una burda agresión

DPA

Ampliar la imagen Entre aplausos y desencanto Zidane abandonó la cancha tras ser echado del partido Foto: Reuters

Berlin, 9 de julio. Zinedine Zidane tuvo todo en la mano para cerrar como uno de los más grandes de la historia. A su brillante pasado había añadido un maravilloso Mundial 2006 y un inverosímil gol en una más que completa final, pero cuando a su carrera le quedaban sólo unos minutos de vida, decidió embestir contra todo. Fueron unas décimas de segundo de locura.

En el juicio que le hará la historia podrá alegar enajenación mental transitoria y sus títulos y su magia nunca podrán quitárselos, pero tampoco se podrá borrar que fue expulsado por una burda agresión en su último partido como profesional, en la final de una Copa del Mundo.

Zizou ya era un mito. Deleitó en el Juventus, guió a Francia al histórico triunfo en el Mundial 98 y se elevó al reducido club de los elegidos con su gol imposible en la final de la Liga de Campeones con el Real Madrid.

Lo hecho en Alemania 2006 y su culminación en la final de hoy obligaba a Pelé, Di Stéfano, Maradona y Cruyff a hacerle un hueco en el Olimpo. Y quizá aún lo tengan que acoger, pero su deificación deberá llegar con el tiempo.

A esperar el veredicto

También deberá esperar el veredicto inclusive de Francia, país que lo adoró y al que con su expulsión dejó descentrado y a merced del acierto italiano en los penales.

Zidane destiló siempre futbol elegante con su sola imagen y hoy lo demostró desde el principio. En el calentamiento estuvo tranquilo, como el que ya se vio en una situación semejante otra vez. Hablador, bromista, saludó inclusive a Filippo Inzaghi, ex compañero en la Juve.

Cuando volvió a regresar al campo su cara ya era otra cosa: puro fuego concentrado salía de sus ojos mientras escuchaba La Marsellesa. Nada podía decir que esa llama lo quemaría completamente por dentro hacia el final del partido.

El encuentro arrancó y el astro parecía sentirse en el salón de su casa. Frente a los nervios italianos, incapaces al principio de controlar la pelota, él aportaba calma a toda su tropa.

No era ninguna pose, era así. Cuando Materazzi derribó a los cinco minutos a Malouda, el mago recogió con paso calmo el balón de manos del árbitro argentino Horacio Elizondo, que se acercó para ofrecérselo casi reverencialmente.

Zidane lo colocó con mimo, tomó apenas un par de pasos de carrera y lanzó. Cualquiera habría temblado en el primer penal en una final desde el que dio el título a Alemania en Italia 90. Pero no el gran mago, que tenía un nuevo truco que aún no conocía el público.

Tocó el balón con suavidad, como sin querer, y mientras Buffon se lanzaba a su derecha la pelota voló eternamente, pegó en el larguero, botó dentro y se salió, pero al juez de línea no se le escapó.

Fue su tercer gol anotado en una final mundialista, tras los dos que le anotó a Brasil de cabeza en la gloriosa disputa del título de 1998. Igualó así con los brasileños Pelé (58 y 70) y Vavá (58 y 62) y el inglés Geoffrey Hurst, autor de un hat trick, en 1966.

El estadio, que ya venía predispuesto a admirar al ídolo en su último partido, se vino abajo. La historia parecía que iba a tener final feliz.

Luego Italia pensó algo diferente; empató y Zidane se diluyó algo más ofensivamente cuando los azzurri tuvieron la pelota. Tocaba apretar los dientes y el astro se puso a trabajar como el que más.

En el segundo tiempo su figura se agrandó de nuevo con el empuje francés, y volvió el genio. Toques, recortes, controles, pases; Zizou parecía estar en todas partes.

Lección de futbol

Cada jugada en la que intervenía era una lección de futbol puro, el más simple y a la vez el más complicado de hacer. "Controlo, paso y me voy", parecía decirle a los millones de niños que veían la final por televisión.

Llegó la prórroga y sus 34 años parecieron ser 24. Era el jefe y tenía que dar ejemplo, y lo dio. Y a punto estuvo de desatar el delirio, de acabar con los adjetivos, con un cabezazo en el minuto 104 que sólo la intervención de Buffon salvó.

Y entonces Zidane se volvió loco. Como contra Arabia Saudita en Francia 98 o contra el Hamburgo cuando jugaba en el Juventus, la tensión pudo con él. Respondió a una provocación de Materazzi y embistió contra el italiano con la cabeza como un toro bravo.

El asistente lo vio y Elizondo no tuvo más remedio que expulsar al ídolo, al mito, a la leyenda, que lo había tirado todo a la basura.

Cabizbajo, bloqueado, sin capacidad para pensar, sólo acertó a lanzar al suelo el brazalete de capitán antes de irse para siempre por el túnel de vestuarios. Con una gran mancha en su expediente.

Zinedine Zidane ni siquiera salió a la ceremonia de premiación de Francia a recibir su medalla.

 
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