Usted está aquí: domingo 9 de julio de 2006 Opinión La muerte del señor Lazarescu

Carlos Bonfil

La muerte del señor Lazarescu

Vale la pena insistir, por varias razones, en la calidad de La muerte del señor Lazarescu, película rumana de Cristi Puiu. Primeramente, es la propuesta más interesante en el desigual Festival de Verano de la Universidad Nacional Autónoma de México que actualmente circula por varias salas capitalinas; segundo, fue premiada de manera unánime en el pasado Festival Internacional de Cine de la Ciudad de México, y tercero, su paso por la Cineteca Nacional esta semana bien podría ser una de las últimas ocasiones para poder disfrutarla en pantalla grande.

El sexagenario señor Lazarescu (estupendo, Ion Fiscuteanu) vive recluido en su modesto departamento de Bucarest acompañado sólo por sus gatos. Poco sabemos de su familia -un hijo en Canadá, una hermana en un pueblo cercano-; su vida social se reduce al contacto esporádico, no siempre amistoso, con sus vecinos, reticentes a aceptar su condición menesterosa, su alcoholismo y sus mascotas. Lazarescu es un paria social y, sobre todo, una figura extravagante que inspira lástima y repulsión; un ser venido a menos en una sociedad poscomunista con aspiraciones liberales nuevas: el infeliz recordatorio de un pasado vergonzoso.

Al cabo de varios días de intensos dolores de cabeza y vientre, este hombre se descubre al borde de la muerte. El moribundo social se transforma así, en espacio de pocas horas, en un ser gravemente enfermo, consciente súbitamente de su indefensión y de su soledad inmensa y de que el precario mundo a su alrededor se le va de las manos. Llama sin éxito a un servicio de ambulancias, y luego sus vecinos insisten en el llamado con un doble propósito de ayudarlo y deshacerse de él. A partir de este momento da inicio el alucinante itinerario del señor Lazarescu por el mundo de la burocracia médica, la escenificación repetida del trato desdeñoso al paciente incómodo, con la mediación de Mioara (Luminita Gheorghiu), la enfermera asistente de ambulancia, que soporta el trámite humillante de un hospital a otro, corriendo con su paciente la misma mala suerte. En el conjunto de calamidades de una larga noche, un accidente ha afectado a la población de Bucarest y saturado varios hospitales. A la escasez de camas y quirófanos se añade la indolencia de internistas frente al drama personal o la desgracia colectiva. A esa indiferencia la refuerza después la suficiencia profesional de los médicos que asestan al señor Lazarescu diagnósticos aproximativos o contrastantes, sin dudar un instante de su veredicto inapelable. Un coágulo cerebral, un tumor maligno en el hígado o en el estómago, una necesidad imperiosa de intervenir quirúrgicamente aplazada de modo delirante, por la incapacidad o renuencia del paciente a firmar papeles que no comprende. Un edificio burocrático a punto de aplastar a un ciudadano inerme, carente de toda capacidad de negociación o revuelta, resignado y triste en un abandono casi absoluto.

Cristi Puiu ha capturado con acierto esta atmósfera apocalíptica, donde la tragedia personal es reflejo de una realidad social que no ha perdido un ápice de sordidez en el tránsito de un sistema político a otro. Las invasiones bárbaras, a las que hacía referencia el canadiense Dennys Arcand, se vuelven aquí inercias burocráticas capaces de demoler la voluntad de un hombre antes de que una enfermedad degenerativa acabe por cancelar su existencia.

En un tono que oscila entre el drama social y la comedia negra, Cristi Puiu elige un punto de vista de generoso y lúcido. La enfermera Mioara persiste en su empeño por salvar de la vida de Lazarescu lo finalmente rescatable, esa dignidad humana que todo mundo le niega. Su propia estima moral va de por medio. No ofrece la cinta una visión de pacientes mártires y médicos villanos, sino, de un modo más complejo, el reconocimiento de la vulnerabilidad compartida en un edificio social a la deriva. Ignoramos la suerte final del señor Lazarescu, pero su muerte social parece haber sido decretada mucho antes de caer enfermo. En esto radica la contundencia del título elegido.

La muerte del señor Lazarescu se exhibe esta semana en la Cineteca Nacional.

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