Usted está aquí: viernes 7 de julio de 2006 Política ¡Aquí no se rinde nadie!

Jaime Martínez Veloz

¡Aquí no se rinde nadie!

Un mito muy en boga, pero igual de endeble a la suposición absurda por la que se nos pretende hacer creer que ya estamos viviendo en la "democracia", tiene que ver con la falsa idea del fortalecimiento de las instituciones nacionales. Nada más alejado de la verdad. Ambos mitos -la consolidación institucional y el dizque fortalecimiento democrático- constituyen más bien argucias difundidas hasta la saciedad con ánimo de generar el consenso social alrededor de la injusta estructura de dominación reproductora del status quo que nos oprime.

Suponer como auténtico el fortalecimiento institucional es pretender negar el peligroso rezago de la corrupta justicia mexicana, o creerse la farsa que constituye el blandengue intento de castigar las matanzas de Estado y la guerra sucia; o suponer nobles intenciones hacia los ahorradores con el despojo perpetrado con el Fobaproa, o pretender refutar la crisis de las iglesias, evidenciada con los escándalos de abuso sexual y pederastia de más de una oveja descarriada del Señor.

Creer en el mito de la institucionalidad es aceptar el dogma de fe en la infalibilidad de ese supremo consejo de notables vacas sagradas, el Instituto Federal Electoral (IFE), cuya silla les quedó muy grande. Rebasado por la pretensión golpista de la retrógrada derecha, representa una de esas instituciones alrededor de la cual se han forjado leyendas que han servido para pretender hacernos creer en ese vellocino de oro, o sea, en el referendo electoral como clímax de la democracia.

De hecho, con el rutinario ejercicio electoral nos intentan lavar el cerebro para igualar este rutinario acto con el espíritu de la democracia. Para los ideólogos de la oligarquía, como el anticomunista Krauze (versión cool de Luis Pazos), la democracia debe ser entendida como el aburrido acto esporádico de seleccionar entre un reducido número de capataces (todos similares) a quién de ellos se delegará la facultad de decidir qué es lo mejor para la sociedad. Este criterio elitista busca legitimar un estado de privilegios dándole un barniz de legalidad a un sistema por naturaleza excluyente. El autor de Por una democracia sin adjetivos terminó como el autócrata adjetivador número 1, "El mesías tropical", le llama a López Obrador.

Con el mito de agotar en votaciones la democracia, se nos pretende transformar en comparsas para evitar la auténtica democracia, es decir, la masiva incorporación permanente de la comunidad en todo el proceso de toma de decisiones en asuntos de gobierno. La democracia no es el esporádico ejercicio aburrido de seleccionar al capataz más benevolente; la democracia es un estilo cotidiano de vida mediante el cual la gente se da cuenta de que es posible tomar en sus manos su destino y el de sus seres queridos. Esta eventualidad generó una reacción absurda de las oligarquías retrógradas, prestas a descalificar desordenadas organizaciones informales como el Frente Popular Francisco Villa (terror de las buenas conciencias), sin ponerse a pensar que del mismo modo la sociedad mexicana tiene que tolerar grupúsculos, esos sí nefastos, como el Consejo Coordinador Empresarial, por nombrar sólo uno de ejemplo.

El embrionario experimento popular reunido en torno a la candidatura de Andrés Manuel López Obrador despertó no sólo el temor de sectores timoratos de las clases medias y altas, sino también su odio clasista e histeria racial. Ausente como ha estado siempre de los avances progresistas del país, la burguesía ha mostrado su auténtica estatura, con tres características que la definen de cuerpo entero: retrógrada, inculta y pueblerina. Movería a risa de no ser porque lo creen, escuchar sus idioteces sobre la invasión de cubanos y venezolanos (o marcianos, para el caso es lo mismo) dispuestos a adoctrinar a las siempre peligrosas clases desamparadas de México, prestas a "expropiar" a las clases medias su patrimonio. Sin embargo, para un porcentaje muy alto de mexicanos (por lo menos para quienes votaron por la izquierda), el siniestro Calderón sí representa un alto riesgo. El mismo lo manifestó cuando se encargó de promover su basurienta campaña propagandística, declarando que López Obrador era "un peligro para México". ¿Y ahora llama a la reconciliación? Al peligro se le extermina, no se concilia con él. Y ésa fue la amenaza del panismo fascista con respecto a los sectores progresistas. En la defensa del voto de la izquierda va también la sobrevivencia ante la guerra de clases desatada por el embrión fascista representado por el candidato de la ultraderecha. ¡Aquí no se rinde nadie!

[email protected]

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.