Usted está aquí: viernes 7 de julio de 2006 Política Prevaleció el odio en el festejo blanquiazul

Las televisoras brindaron una asfixiante cobertura

Prevaleció el odio en el festejo blanquiazul

CLAUDIA HERRERA Y GEORGINA SALDIERNA

Frente a una de las macropantallas instaladas en la sede nacional panista, una mujer madura, maquillada de forma impecable, no dejaba de gritar: "¿Qué están mancos los del PAN?, ¡no dejen que se abran los paquetes!"

Eran las 2:34 de la mañana de ayer. Las huestes del blanquiazul estaban expectantes y con una fiesta a medias, porque Andrés Manuel López Obrador seguía arriba en los cómputos distritales, mientras en varios centros de cómputo los perredistas lograban que se hiciera un conteo voto a voto.

"¿Aaadón-de están?, ¿aaadón-de están, los perredistas que nos iban a ganar?!", coreaban y brincaban los panistas para sacudirse la tensión de cuatro días de espera desde aquel 2 de julio de indefiniciones, y sin dejar el tono beligerante de la campaña.

No importó que después Felipe Calderón, en su celebración adelantada, prometiera que habrá conciliación y gobernará para todos los mexicanos.

Tampoco les causó mella que su candidato hiciera un reconocimiento al denostado perredista. El odio y la confrontación seguían presentes.

"¡Buuuuuuuu!", fue la respuesta cuando escucharon el nombre del tabasqueño. Pero esto fue sólo una muestra del ambiente que imperó en la madrugada.

Protagonistas desde el principio de la campaña, ya fuera en los espots de ataques o en las transmisiones en vivo, las dos principales televisoras del país catalizaban los sentimientos de quienes seguían los programas especiales que realizaron a propósito del conteo de votos en los consejos distritales.

Juntos, la elite y los de a pie

A la medianoche, en el edificio panista comenzó el flujo de militantes, muchos enterados por las imágenes de Televisa y Televisión Azteca que hacían un seguimiento asfixiante, minuto a minuto, de la sesión del Instituto Federal Electoral y mostraban con gráficas coloridas la lucha, acta por acta, entre Calderón y López Obrador.

En el escenario de la celebración concurrieron jóvenes clasemedieros, señoras guapas y bien vestidas, los consolidados de Benito Juárez. En suma, los panistas de a pie, los que pegan propaganda y promueven el voto, y que de manera extraordinaria convivían con la elite del blanquiazul: los Zavala, los Elizondo, los Aranda.

Junto a ellos, integrantes de la farándula. Laura Zapata, con su vistoso abrigo negro de piel; Lolita de la Vega, convertida del priísmo al panismo, que con estilo tomaba la boquilla de su cigarro, y los previsibles directores del deporte mexicano, como el marchista Martín Bermúdez.

Entre la multitud pasaron de mano en mano las botellas. La champaña Moet & Chandon recorría un discreto camino. El tequila marca El Espolón se convirtió en bebida oficial, y las cubas de ron escondidas por los chavos en envases de Coca-Cola.

Ante los monitores televisivos, los simpatizantes de Calderón observaban cómo éste resucitaba después de un día completo de ir abajo del tabasqueño, y a cada avance reaccionaban emocionados, sin importar que su candidato no dejaba el segundo lugar. Fue como morir dos veces.

Confiados en que Calderón en algún momento remontaría su desventaja -lo que ocurrió después de las cuatro de la mañana-, sus seguidores no dejaban de reprocharse su responsabilidad sobre los ajustados números. "Cómo nos faltaron casillistas en Iztapalapa", comentaba Joel Moreno.

Como si advirtieran lo que vendrá con las impugnaciones de los perredistas, los panistas no lograban olvidar a su adversario. "Sonríe, no ganamos", se leía en calcomanías que reproducían una caricatura de López Obrador y portaban algunos chavos en sus camisetas.

Mientras Ricardo Monreal, el operador de López Obrador, aparecía en la pantalla pugnando por la apertura de más paquetes electorales, una mujer se desesperaba. "Ya te denuncié ante la Fepade, estúpido. Hablas de fraude y pruebas, o sea, ¡por favor!"

Cuando se asomó Calderón, en el clímax de la enésima celebración, decretó el fin de la contienda y prometió una época de paz y conciliación. Sonaba como un eco cuando unas mujeres de edad gritaban al fondo: "El Peje quiere llorar, quiere llorar".

 
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