Usted está aquí: domingo 2 de julio de 2006 Cultura Los quince de Shostakovich

Juan Arturo Brennan

Los quince de Shostakovich

Hoy, justamente, se inicia la segunda mitad del año en que se conmemora y se celebra el centenario natal de Dmitri Dmitrievich Shostakovich (1906-1975). Como suele ocurrir respecto de estos asuntos en nuestro medio, el balance del primer semestre es contradictorio, y ciertamente hay deudas musicales pendientes. Más allá de que el 250 aniversario natal de Mozart le haya hecho sombra al centenario del compositor ruso, lo cierto es que ha faltado mucho por hacer, ha faltado mucho por proponer. La atención que se ha puesto a Shostakovich en estos seis meses ha sido, en el mejor de los casos, esporádica. Como era de esperarse, nuestras orquestas han programado aquí y allá algunas de sus sinfonías, con la notable excepción de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México, que a iniciativa de su director artístico, Enrique Barrios, ha propuesto el ciclo completo de las 15, en riguroso orden cronológico, y ya ha cumplido con éxito dos terceras partes del camino.

Por lo demás, casi nada de la música vocal de Shostakovich, o de su música para piano, o de su producción coral. Apenas unos chispazos de su obra de cámara, y de sus seis conciertos, programados por algunas agrupaciones orquestales a lo largo del año. A nadie se le ocurrió, por cierto, poner en escena su formidable ópera Lady Macbeth del Distrito de Mtsensk, pero ahí viene un montón de funciones de La bohème. Un par de bienvenidas incursiones en su música de cine, poco o nada de su música para teatro, y en medio de todo ello, una carencia fundamental: a menos que ocurra algo inesperado en el segundo semestre de 2006, quedará faltando el indispensable ciclo de los 15 cuartetos de cuerda de Shostakovich que son, junto con sus 15 sinfonías, la región más relevante de su catálogo. Hasta el momento, sólo se han programado y ejecutado algunos de los cuartetos, sin que haya surgido la propuesta de realizar el ciclo integral.

Se ha dicho con frecuencia, y no sin razón, que Shostakovich reservó para sus cuartetos de cuerda la expresión de percepciones, sentimientos y pasiones que, por razones políticas, no pudo expresar abiertamente en el ámbito más público y expuesto de las sinfonías. Dicho de otra manera: si las sinfonías eran sus declaraciones para consumo generalizado, sus cuartetos de cuerda equivalen a su diario privado. ¿Cierto? Sí y no. Aunque es evidente que el cuarteto de cuerdas es un medio más austero y restringido que el de la sinfonía, me parece que Shostakovich logró, a base de talento, oficio y pasión, convertir sus 15 cuartetos en una especie de ciclo sinfónico íntimo. ¿En qué sentido? Sencillamente, en el sentido que Gustav Mahler (1860-1911) daba a la sinfonía como forma de expresión. Decía Mahler que una sinfonía debía ser como el mundo, que debía contenerlo todo; él mismo lo logró en sus 10 sinfonías, como también lo logró Shostakovich en las suyas, como heredero principal y evidente del pensamiento sinfónico mahleriano. Pero también los 15 cuartetos de Shostakovich son como el mundo; hay en ellos una amplísima variedad de formas y estructuras, de estados de ánimo, de modos de expresión, de timbres y texturas, de componentes armónicos. Además de ese sorprendente rango musical, Shostakovich logró en sus cuartetos un universo expresivo formidable, en ausencia de elementos programáticos explícitos, y todo ello con una paleta instrumental restringida y austera. Uno entre muchos datos fascinantes sobre los 15 cuartetos de Shostakovich: en ellos, el compositor ruso utilizó 15 tonalidades diferentes, hecho que en sí mismo representa ya una declaración contundente de principios musicales. Todo melómano adicto al mundo sinfónico de Shostakovich debería aprovechar este centenario para darse el lujo y el gusto de escuchar también sus cuartetos, ciclo indispensable para la comprensión del atormentado laberinto espiritual del compositor de Leningrado.

Para ello recomiendo, de entre varias grabaciones del ciclo completo, la realizada en vivo por el Cuarteto Emerson en distintas sesiones del Festival Musical de Aspen. La toma de sonido y la edición son de muy buen nivel, los ruidos espurios se han reducido al mínimo y, lo que es más importante, las ejecuciones conservan la electricidad de toda buena ejecución en vivo, aunada a un muy buen nivel técnico y expresivo. Como ventaja añadida, las notas que acompañan a este álbum del sello DGG son muy completas, y exploran la música desde interesantes puntos de vista, tanto musicales como biográficos y personales.

 
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