Usted está aquí: domingo 2 de julio de 2006 Política Felipe Calderón pasó de la campaña del rezago a echar las campanas al vuelo

Engallado, un día sacó de la contienda a Madrazo y dirigió la mira hacia López Obrador

Felipe Calderón pasó de la campaña del rezago a echar las campanas al vuelo

CLAUDIA HERRERA BELTRAN

Ampliar la imagen Felipe Calderón tuvo que realizar ajustes ante un mal inicio de campaña Foto: María Luisa Severiano

Del hijo desobediente al candidato de Vicente Fox, del político de la era del engrudo al de los espots en horario estelar, del defensor de los viejos valores del PAN al de las campañas negativas, del rezagado al que se proclama seguro triunfador. Con pragmatismo, Felipe Calderón y su discurso se adaptaron en cinco meses y medio a partir de dos pesados referentes: Fox, figura antagónica dentro de su partido y con quien debió aliarse, y Andrés Manuel López Obrador, el aventajado desde el inicio y su obsesión en la contienda.

Este abogado de 43 años, uno de los candidatos más jóvenes en la historia de las contiendas electorales, llega al 2 de julio después de haber recorrido un camino de altibajos y contrastes.

Su campaña discurrió entre la alegría de derrotar al favorito del Presidente, la crisis inicial cuando estaba muy lejos de López Obrador, la algarabía porque algunas encuestas lo daban como puntero, el golpe que representaron los señalamientos sobre supuestos contratos otorgados a su cuñado Diego Zavala y la declaración del fin de la tormenta.

Aunque era menos conocido que sus contendientes del PRI, Roberto Madrazo, y de la coalición Por el Bien de Todos, Calderón llegó a la contienda con un bono favorable: había derrotado a Santiago Creel, el predilecto de Fox; incluso presumía de su sana distancia con el Presidente y de tener un expediente limpio de corrupción, lo que lo llevó a adoptar el lema del "candidato de las manos limpias".

Pero a medida que avanzó la contienda esta imagen se fue deslavando y la campaña transcurrió entre evidentes contradicciones, como lo expresara el propio candidato en San Luis Potosí, en uno de sus discursos más relevantes, cuando se definió como "el candidato del cambio y de la continuidad".

Nunca rompió con el foxismo. Al contrario, en los meses recientes se aferró a quien parecía representar la antítesis de su candidatura, y ofreció perpetuar Oportunidades, Seguro Popular, becas escolares, los programas del campo. El último día hasta apareció al lado de los hijos de Marta Sahagún, de quien buscó deslindarse en el momento más difícil de las acusaciones en su contra.

Para el abanderado blanquiazul la primera etapa fue difícil. Cargó con los costos del respaldo que él y su partido dieron a la llamada ley Televisa a cambio de un trato privilegiado de la televisora; recibió severas críticas por sus posiciones conservadoras en temas de sexualidad, y por si fuera poco, su equipo era un caos y la estrategia propagandística y de organización de actos, equivocada.

Apesadumbrado, a principios de marzo reconoció el desastre, relevó a su publicista y, en marcuerna con el dirigente de su partido, Manuel Espino, comenzó la criticada guerra de espots. Frases como "López Obrador es un peligro para México", y anuncios que comparaban al tabasqueño con el presidente venezolano Hugo Chávez o lo presentaban como el responsable de una crisis, fueron motivo de una dura batalla en los órganos electorales, que al final representaron un revés para el panista.

A la par comenzaron a aparecer encuestas que acercaban al panista a López Obrador o incluso lo colocaron con 10 o más puntos de ventaja, lo que provocó otra agria polémica sobre la veracidad de estos instrumentos.

Con esta nueva estrategia, las correcciones en el diseño de las giras y hasta en el lema de campaña, que se transformó en "Para que vivamos mejor", y la ausencia del perredista en el primer debate, Calderón se engalló, y de ser el candidato rezagado, un día de plano sacó a Madrazo de la lucha y a diario se burlaba de López Obrador.

Los ataques al tabasqueño se convirtieron en el centro de su discurso. A donde iba lo acusaba de ser el candidato de la "deuda", el "José López Portillo" de estos tiempos, el que iba a hundir el país.

Hasta que llegó el segundo debate y López Obrador lo acusó de tener un "cuñado incómodo" y presentó información sobre los contratos que habría otorgado a Diego Zavala, dueño de la empresa de informática Hildebrando, cuando era secretario de Energía. Se reditó la guerra de espots, en que panistas y perredistas se acusaron mutuamente de mentirosos y se abolló la imagen del "candidato de las manos limpias".

Hoy se sabrá si este proceso de adaptación del panista, que cuando era presidente del blanquiazul hizo célebre la frase "ganar el gobierno sin perder el partido", valió la pena.

 
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