Usted está aquí: sábado 1 de julio de 2006 Cultura Toda la luz

Toda la luz

La Esfinge

Esther Seligson

Ampliar la imagen Esther Seligson, en imagen tomada de la solapa de su libro Foto: Rogelio Cuéllar

En breve, el Fondo de Cultura Económica pondrá en circulación el nuevo libro de Esther Seligson: Toda la luz, cuyo punto de partida, según indica la autora, es ''el Mito en tanto origen de toda búsqueda y encuentro", de tal manera que tiempo y espacio se despliegan en espiral. Agrega Seligson: ''la escritura quiere ser aquí un recorrido personal y único para cada lector, una forma de Conocimiento a la medida de su sed de absoluto, su nostalgia de plenitud, su capacidad de ensoñación". Con autorización de la autora, ofrecemos a los lectores de La Jornada un fragmento de este libro, a manera de adelanto

El amor que es ansia de paraíso obliga a bajar a los infiernos.
María Zambrano, El hombre y lo divino.

I

A la casa del amor llegó, desprevenido y con todo su equipaje.
-Detente, viajero, descalza tus pies, murmuró la Esfinge.

El sacó de entre sus hatos flores secas y el viejo libro de poemas.

Ella ofreció nísperos y un cuenco de risa fresca.

Aquel atardecer, de tan quieta, la luz parecía blanca y evitaba dispersarse, como si su único júbilo fuese derramar polen dorado sobre los árboles y que, al agitarse, las hojas proyectaran sobre los cuerpos caprichos sombreados en una danza sin fin.

II

-¿Podría leer tu alma?, preguntó el viajero a la Esfinge.
-Pon entre tus labios mi boca y bésala, larga, dulcemente.

-¿Sólo eso?, respondió azorado el viajero que había escuchado terribles historias sobre ella.

Y siguió de largo.

III

Somos ensoñaciones que se unen tras las huella del Pardés -esperanza abierta-, flor que asoma desde no se sabe qué profundidades, raíz de un mundo recóndito y luminoso, diáfano rumor azul, un colmo que se desborda, desdobla, devela
Somos ensoñaciones que se encuentran en el cruce de caminos, en la raya oscura de una llama vegetal, fuego que enciende otros fuegos, el viaje y la travesía, el ritmo de un canto y sus modulaciones.

Detener el cielo no podemos. Mas sí dejarlo rodar sobre nosotros, columnas de un templo acústico invisible

Somos ensoñaciones que se sueñan despiertas en la verticalidad de la aurora, en el anhelo de recoger sobre los labios el polen de la tarde que se fuga álamo, hojarasca, viento, una copa sin contenido, la estela de un nombre que se oculta, alfabeto inexistente.

IV

-¿Podría leer tu alma?, preguntó el viajero a la Esfinge.
-Pon entre mis labios una brizna de retama.

Pero la estación florecida había transcurrido, y el viajero no volvió más.

V

Extraño las flores que tu voz me abría cada mañana, trino apresurado de sol, la palabra anunciando la certeza de la luz para todo el día
Me hace falta la mano que esbozaba su caricia sin llegar a darla, los dedos maduros de rocío, y en la palma un higo virgen

Duele lo que, cercano, no sabía expresarse y narraba historias sin fin -otras- con un temblor imperceptible, veladuras de un oleaje enamorado

''Vuelvo", dijo el viajero. Mas no hay retorno sino a lo que ya no está: distinta es la luz del crepúsculo estival, oro disperso, a la del otoño que desciende en rápidos cobrizos.

Tan ligero se fue que hasta mintió la despedida, y aún gira el beso, grano de mostaza sin destino, cuando convocan las horas nocturnas su presencia.

VI

Al viajero silencioso que la miraba mohíno interpeló la Esfinge:
-¿Querrías leer mi alma?

-Me bastó verte una vez, respondió.
Y reanudó su camino

VII

''Si de nuevo pasas por Delfos, viajero, no preguntes al oráculo dónde quedó la casa del amor. Detente ante la piedra y recoge del suelo una retama
Calza tus sandalias. Al inclinarte y anudarlas, no en el huso de Penélope, o el temblor de Eurídice, sino en la lira de Orfeo hallarás respuesta.

Aquí, entre mis cabellos y mis brazos alrededor de tu cuello. Aquí, viajero, donde tu boca recogió el polen del atardecer que se fugaba álamo, hojarasca, viento..."

 
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