Usted está aquí: jueves 29 de junio de 2006 Opinión Primero los pobres

Adolfo Sánchez Rebolledo

Primero los pobres

Se acabó el tiempo de hablar y es hora de ir a las urnas. Atrás quedarán meses, años, de forcejeos al límite, de gastos escandalosos cuanto innecesarios, la sensación de que algo no funciona bien en la democracia recién instalada. Se ha privilegiado el dinero sobre las ideas, la imagen sobre el concepto, en fin, la noción de una campaña a la americana en un país marcado por la desigualdad y la más extrema miseria. Pero se trata de una elección real, donde, en efecto, se deciden cosas importantes para el presente y el futuro del país.

Los candidatos, a quererlo o no, expresan la pluralidad nacional, los afanes y las necesidades de millones de personas, cuyo destino, en parte, se juega con su voto. No se puede negar que en la contienda actual se enfrentaron quienes defienden con todos sus dientes la continuidad y quienes exigen el cambio, toda vez que la experiencia foxista ni quiso ni pudo remontar la situación heredada de los últimos gobiernos priístas. Que los conservadores de la vieja derecha y los "modernizadores" de la última ola se rasguen las vestiduras contra la amenaza de la "restauración" no es más que un truco para que las cosas sigan igual, al menos para los que jamás dejaron de ganar.

Durante años y meses la campaña contra Andrés Manuel López Obrador se ha regido por ese temor al cambio, más si éste se presenta inspirado por la urgencia de combatir la desigualdad. La emergencia del lopezobradorismo como un movimiento social asentado en la confianza de los "más pobres" ha desatado una furiosa reacción clasista, tan irracional como desestabilizadora. Por ello sus adversarios, comenzando por el presidente Fox, no se tentaron el corazón para llevar al país a una gravísima crisis política mediante el desafuero, como no paran mientes hoy en acusar al candidato López Obrador de todos los males imaginables. Pero en el fondo de todos sus temores está, justamente, el rechazo a la inminente "invasión de los bárbaros" que acechan su tranquilidad, es decir, a "esa multitud marginada (que) ha encontrado un movimiento político capaz de expresar su desesperación con el orden establecido" (Juan Pardinas, Reforma, 25 de junio de 2006).

Ese fantasma, despertado en clave de la guerra fría, ha introducido un elemento perturbador en la contienda con un argumento intrínsicamente autoritario: López Obrador como "peligro" para México, esto es, como un jugador extraño y prescindible. No deja de ser paradójico que los mismos que han pensado y dirigido la modernización del país como un acto de exclusión social pongan en guardia a los demócratas contra una supuesta "vuelta al pasado", como una restauración de la "Presidencia imperial", como si, en efecto, el país en el que vivimos fuera el mismo que vio nacer el desafío democrático y en nada hubiera cambiado la vida institucional, la cultura política de los mexicanos.

A ellos hay que recordarles una verdad elemental: la democracia se defiende ejerciéndola, no cerrándole el camino a las fuerzas que disienten del pensamiento conservador de las elites. La disyuntiva izquierda y derecha no es una invención ideológica: así se han dispuesto las fuerzas sociales y las corrientes política en la contienda. No se trata de una disyuntiva entre el capitalismo y alguna opción por describir, sino de una agenda dentro de la democracia para rectificar el curso del país.

En la mesa está la discusión sobre los fines del Estado y la naturaleza de la política económica que profundiza la desigualdad sin ofrecer opciones a millones de pobres urbanos y rurales, el futuro de los recursos naturales y el acceso obligatorio a los servicios de salud, educación vivienda.

México necesita estar en el mundo sin claudicar en los intereses que le son propios, impulsar una visión universal sin perder suelo, raíces. Es hora de exigir una racionalidad distinta al Estado, fomentar perspectiva solidaria en la solución de los grandes problemas nacionales, en suma, una responsabilidad bien definida, exigible al presidente y a sus secretarios. Falta poco.

 
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