Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 25 de junio de 2006 Num: 590


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Salvatore Ferragamo, zapatero y artista
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JAVIER SICILIA

EL FRAY SERVANDO DE CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ

Hace tiempo había anunciado que le dedicaría una nota a la Vida de fray Servando (Era, Conaculta-inah, 2004), de Christopher Domínguez; hace tiempo también debí hacerlo. Sin embargo, la extensión de lo que habría que decir sobre esta obra magnífica que le valió el premio Xavier Villaurrutia a su autor, sobrepasaba lo que puedo decir en la brevedad de esta columna. No obstante, venciendo mis escrúpulos, lo hago ahora.

La Vida de fray Servando es más que una biografía. Su autor, siguiendo la tesis de Thomas Carlyle, para quien en el microcosmos de la vida de un hombre se puede mirar el macrocosmos de la historia, ha hecho de ella un libro de historia sobre el nacimiento de la modernidad en México y su rostro mestizo. En el mitómano fray Servando, hijo del barroco, pícaro deslenguado, fabricador de fábulas sobre su persona y la historia, seducido por las luces racionalistas de la Ilustración, Domínguez mira un conjunto de jeroglíficos de cuyo desciframiento emerge ese extraño rostro del que está hecho México: el mito y la razón. El núcleo de la Vida de fray Servando está allí: el 12 de diciembre de 1794, fray Servando, dominico de treinta y un años, hijo de una descendencia de clérigos, militares y burócratas del norte del país, es invitado a pronunciar el sermón de la misa que celebra los festejos del acontecimiento guadalupano. Servando, contra lo que se preveía, pronuncia un sermón incendiario: semejante a un racionalista ilustrado, afirma que la Virgen es una impostura; hijo de un pasado mítico y de los sueños barrocos, intenta demostrar que la tilma en donde está plasmada la Virgen de Guadalupe era la capa de Santo Tomás, el apóstol que, llegado a América en la figura de Quetzalcóatl, había iniciado su evangelización.

En esa lectura, tan falsa como incendiaria, de la evangelización del Nuevo Mundo, Domínguez mira no sólo el argumento pseudo teológico que, al privar a los españoles de su legitimidad como conquistadores de México, hizo de fray Servando el precursor equívoco de la Independencia –a la que en 1821, después de su largo exilio en Europa, sirvió como protagonista y testigo–, sino también, como en un espejo, el rostro de México.

Si Servando fue esa figura que por muchos años –ya cuando su cadáver momificado anduvo zarandeado de aquí para allá–, sedujo, es porque en él se podían mirar esos claroscuros que conforman a México: la nostalgia de un pasado que, en sus mitos fundacionales, se encuentra con la modernidad. Mundo de la imaginación donde todo, en un profundo mestizaje, aparece como un códice abigarrado, el México que Domínguez nos permite mirar en ese fragmento que fue fray Servando, es un México que, confrontado con la crítica devastadora de la modernidad, busca en sus mitos y tradiciones pensar el mundo dentro de lo moderno y darle un sentido. Sumergiéndose, como lo hizo Ocatvio Paz, en la contemplación del calendario azteca, para mirar allí el eros que redime al "tiempo carnicero" o, como los liberales jacobinos, en la contemplación beatífica de Juárez –el indio que, desde sus raíces premodernas se eleva hasta incorporar al suelo patrio el racionalismo liberal de Francia–, o como los conservadores, en la del Cristo Rey cristero que, sacrificado por un Dios Padre duro y sangriento, como Huichilopoztli, lleva a un México bárbaro a la cumbre de la salvación, o –algo completamente nuevo y tradicional– como el subcomandante Marcos y el zapatismo, que en la dignificación de los indios alcanzan al Marx revolucionario y vuelven a releerlo con las categorías de los mitos indios, el México que nos pinta Domínguez al descifrar la escritura del cuerpo de fray Servando, es un mundo hecho de misterios poéticos. Al unir en su sermón de 1794 el pasado indígena con Cristo, en su discípulo Tomás, Servando no sólo entró en la modernidad y en la leyenda de su vida, sino que escribió, sobre el más grande códice que tiene México, la tilma de Guadalupe, nuestro propio rostro: el del mito que se piensa y que, como la poesía, no tiene uno sino mil significados.

Erudito, lleno de evocaciones e interpretaciones, Christopher Domínguez ha escrito un libro imprescindible para mirar a México.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro y liberar a los presos de Atenco.