Usted está aquí: martes 20 de junio de 2006 Opinión Talibanes o no tanto

Pedro Miguel

Talibanes o no tanto

" Es muy difícil determinar el número de los talibanes porque se mezclan con la población local", decía un despacho de Afp supuestamente emitido el 18 de mayo en Kandahar, en una región afgana donde los cadáveres se cuentan por decenas a raíz de los combates entre las fuerzas invasoras y un sector de la población local. Cualquiera que haya seguido los pormenores de alguna guerra de contrainsurgencia -Sudeste asiático, Centroamérica, Medio Oriente, Chechenia...- podrá apreciar el perverso candor de la frase. "Quitar el agua al pez", sintetizan los asesores en genocidio a sus pupilos tropicales, sin especificar en público lo que piensan hacer con "el agua", es decir, con esa "población local" tan afecta a mezclarse con peces talibanes, terroristas y sediciosos, y tan propensa, por ende, a graduarse de baja colateral. Unas semanas, unos meses, unas décadas después de los combates, se descubre que los reparadores de insurgencias no sólo capturaron y mataron al pez, sino que también evaporaron el agua en la que se movía. Eso quiere decir aldeas arrasadas, niñas y ancianos reventados por la onda expansiva de las bombas, mujeres y muchachos incinerados y una elevada incidencia de cementerios clandestinos y fosas comunes. Saddam y Bush dejan rastros parecidos, pero el segundo tiene más medios materiales y, en consecuencia, deja muchos más rastros.

Ahora los soldados estadunidenses están muy activos en el sureste de Afganistán, dedicados a matar a un pez que fue declarado muerto, de manera oficial, hace casi cinco años, y en el empeño cuentan con el respaldo de aviones, helicópteros y artefactos no tripulados. Treinta muertos en enfrentamientos; 40 muertos en enfrentamientos; 50 muertos en enfrentamientos, anuncian los despachos noticiosos como si cantaran ofertas en una subasta. Hay un malestar creciente entre los afganos de todos los bandos por el aumento en el número de "errores con víctimas civiles cometidos por los infantes de marina estadunidenses", cuenta otro cable que multiplica por cero cualquier sospecha de que los errores tal vez no son errores, sino parte de una estrategia.

Uno supone que, quitando los balazos, las bombas y la pronunciada sequedad ambiental, las cosas en Afganistán no son muy diferentes de como son en otros lados: habrá pueblos protalibanes, localidades más bien progubernamentales y poblaciones que respalden en su mayor parte a otras posiciones del espectro. Así como en México hay enclaves panistas, priístas y perredistas, y como en Perú existen localidades apristas y hasta pueblos fujimoristas, y como en Argentina hay bastiones del justicialismo y plazas fuertes del radicalismo, y como en España, donde antes pasará un camello por el puesto de control de Barajas que una victoria de los populares en Euskadi o Cataluña.

Da la impresión de que cuando Washington habla de bombardear talibanes se refiere al ataque contra pueblos protalibanes, en los que el maestro de escuela -si es que quedó alguno-, el plomero y el pordiosero son presentados después del paso de los aviones, y ya en estado de rigor mortis, como peligrosos terroristas eliminados.

Pero, a diferencia de lo que ocurre en Irak, donde Estados Unidos e Inglaterra asesinan por la libre, las fuerzas occidentales en Afganistán cuentan con una patente de corso expedida por la ONU, y pronto la mayor parte de ellas quedará bajo el mando de la Alianza Atlántica. Veremos cómo algunos gobiernos, que hasta ahora habían mantenido fuera de la masacre iraquí las pezuñas, se las ensuciarán con sangre de afganos, independientemente de que se les clasifique como talibanes o como bajas colaterales.

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