Usted está aquí: martes 20 de junio de 2006 Opinión La disputa por el salinismo

Marco Rascón

La disputa por el salinismo

La usurpación de Carlos Salinas de Gortari devino en doctrina. Durante su sexenio hubo reforma del Estado por conducto de las reformas constitucionales a los artículos 3, 27, 28 y 130, entre otras muchas. Su mayoría legislativa en 1991 se asumió como un nuevo constituyente y sentó las bases de la integración económica hacia el norte conduciendo la negociación del Tratado de Libre Comercio, para lo cual fue necesario un amplio proceso de privatización del que surgió una nueva oligarquía, encabezada política y económicamente por Carlos Slim, quien a 16 años de la privatización de Telmex es el tercer hombre más rico del planeta.

Quebrada la sucesión presidencial con el asesinato de Luis Donaldo Colosio, llega a la Presidencia un oscuro personaje forjado en los entretelones de los organismos financieros internacionales y el conservadurismo extremo de la Universidad de Yale. La llegada de Ernesto Zedillo a la Presidencia constituyó, paradójicamente, la ruptura del grupo neoliberal, pues mientras Salinas es un privatizador, manipulador y creador de nuevos intereses locales, Zedillo fue un procónsul interventor de quiebras que radicalizaron y aceleraron el modelo; en su papel de comisario del imperio condujo la llamada "transición pactada". Fue el gran desmantelador de los pilares del viejo régimen, fuente, por una parte, del autoritarismo, la represión y la corrupción, pero, por otra, eran las características de un Estado fuerte, aunque voluble, que hacía del entreguismo una ciencia del malabarismo, bajo el discurso de la soberanía y la unidad nacional.

El gran patriarca del México de hoy, sin embargo, es Carlos Salinas, ideólogo de la nueva estructura, a la que ningún candidato desafía ni propone alternativas, y que postula: autonomía del Banco de México y atadura del gasto gubernamental a las variables macroeconómicas, como inflación y paridad monetaria.

En la campaña electoral actual, luego de muchas palabras, Andrés Manuel López Obrador ha retomado del salinismo el Programa Nacional de Solidaridad (Pronasol) para combatir "la pobreza extrema"; Felipe Calderón continuará con las privatizaciones y el ascenso político empresarial, y Roberto Madrazo alentará los negocios discrecionales e ilegales que permite el poder. Los tres no sólo profesan salinismo en sus discursos, sino que se han repartido a los protagonistas de la doctrina.

Con López Obrador, Rogelio Ramírez de la O dice claramente que el proyecto es el de Carlos Salinas, "pero bien hecho" y agrega a Manuel Camacho y Manuel Bartlett, quienes junto con Socorro Díaz son los símbolos de 1988, ahora perdonados por el PRD usurpado. Con Calderón todo el panismo se ha aliado a las reformas salinistas, empezando por Luis H. Alvarez y Diego Fernández de Cevallos. Con Madrazo se alinean los grupos más siniestros del estado de México, encabezando una campaña detrás de la cual se advierten obsesiones escatológicas al mostrar a delincuentes que se orinan. ¿A qué edad dejó de orinarse Madrazo en la cama?, preguntaría el sicoanalista que lo examinara, si hubiera una ley que lo exigiera.

Dado este panorama, López Obrador no es un peligro para México, pero tampoco un reformador antineoliberal; palabras y personajes de su entorno así lo muestran. Felipe Calderón es un continuador ortodoxo y Roberto Madrazo el viejo régimen. Todos han hecho de la población más empobrecida y de una clase media aterrada, los interlocutores de su discurso, concepción netamente salinista, contenida en lo que fue la tesis su maestría en Harvard, a la cual tituló: Agua, Tierra y Huella.

Carlos Salinas analiza tres comunidades mexicanas. Agua y Tierra son dos: la primera es autosuficiente y próspera; la segunda está en lucha y, en consecuencia, es demandante. La actitud de una y otra las hace críticas frente al Estado. Ambas quieren democracia y demandan recursos sin compromiso político. Por tanto, son parte de una sociedad avanzada y pueden ejercer la resistencia, pero también propuestas propias sin caer en el paternalismo. Huella es la comunidad más débil políticamente, la que no ha recibido nada, sólo promesas, pero es leal a la politiquería, sumisa, dependiente y aliada natural. A ella se dirigió el Pronasol salinista. Es, asimismo, la principal consumidora de televisión y sus prototipos urbano y rural no esperan democracia ni transiciones, sino simplemente subsistir y que le sea aligerada la carga. Mientras la clase política hace cuentas y especula, los de Huella no distinguen entre política social y filantropía, por eso Salinas los convirtió en sus aliados para justificar la privatización, pues decía que con lo que se pagó por Telmex y otras empresas se les beneficiaría con máquinas de coser, banquetas, iluminación y despensas de Pronasol. Una alianza tejida a través de la política neoliberal entre extremadamente ricos con extremadamente pobres.

Después del 2 de julio, gane quien gane, México seguirá atrapado en el salinismo doctrinario y se cumplirá la profecía de Angel Gurría, quien aseguró que su generación llegaría para quedarse 24 años. Ya nada más les faltan seis.

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