Ojarasca 110  junio 2006


¿A quién le importan los migrantes?

Ante la insultante complacencia de Vicente Fox y su gobierno con las leyes de estrangulación impulsadas en el congreso de Estados Unidos y la militarización real (no sólo "administrativa" como finge pensar el canciller Ernesto Derbez) de aquella frontera con nuestro país, y ante la indiferencia de los partidos políticos y la opinión pública en México, los migrantes en Norteamérica están atrapados en un laberinto de la soledad que no imaginaron Octavio Paz ni Samuel Ramos medio siglo atrás, cuando desentrañaban "lo mexicano".

La actual convulsión de nuestra identidad nacional (whatever that means) es la mayor después de la conquista y colonización de la América india hace 500 años. Las contradicciones laceran. Millones de mexicanos (más del 10 por ciento de la población) está en Estados Unidos. Representan el 15 por ciento de la fuerza laboral allá. Según datos del San Francisco Chronicle (El Universal, 3 de junio), uno de cada siete mexicanos que trabajan lo hace en el vecino país. La reportera Carolyn Lonchead escribe: "según los expertos, la actual migración de mexicanos y centroamericanos representa una de las mayores diásporas de la historia moderna".

La opinión pública sabe por qué se van. Lo sabemos todos. Hasta los políticos, que no saben gran cosa de nada importante. Los mexicanos se van porque su horizonte aquí es sin tierras ni trabajo, sin derechos ni futuro. Allá les va del nabo, pero al menos ganan mejor por sobarse el lomo. Que no es poco. En 2005, las remesas de los migrantes sumaron 20 mil millones de dólares, y se consolidaron como base fundamental de la economía mexicana. Los compatriotas en el norte generan más ingresos que el petróleo y el turismo juntos.

De dientes para afuera, el gobierno panista y los empresarios que lo controlan expresan simpatía y preocupación por los migrantes. En los hechos los traicionan y abandonan a su suerte. Los empujan a irse, y le meten el hombro al patrón del norte. Basta ver los desfiguros de Fox en California a fines de mayo.

Esta es la segunda traición. La primera ha sido perpetuar programáticamente en México una situación que no deja a nuestros hermanos otra alternativa que salir a buscar jale y paga en otra parte. El "cambio" foxiano agudizó el neoliberalismo desnacionalizador, imponiendo procedes, procecomes y expropiaciones abusivas disfrazadas de "negociación por las buenas" (tipo Atenco, y La Parota). Con "aliados" así, no necesitamos más enemigos.

Se vacían los pueblos, se abandonan los campos, se deja paso al esclavismo de las maquiladoras, la apropiación inmobiliaria de los ricos y los turistas, y la "siembra" de walmartes y autopistas inhumanas por doquier.

Los múltiples aspectos de la descomposición social (dispersión irreversible de familias, la pérdida de lenguas y, más que de la riqueza cultural, del genio de nuestro pueblo) se resumen por ahora en dos o tres estampas aleatorias. Una muestra poblados vacíos de varones, donde sólo quedan ancianos, mujeres y niños. O bien el denigrante destino de los expulsados en las orillas de las ciudades. La otra, una muerta en el desierto de Juárez, o una violada y presa en Atenco, o una esclava de maquiladora que es poseída por el supervisor cada que éste quiere, pues si no pierde la plaza en la que gana una miseria pero no tiene hombre que la defienda, se fue para el norte, y ella acepta lo que sea con tal de que los niños coman.

¿A poco cree el lector que las remesas les quedan a los hijos, esposas y abuelitos que los migrantes dejaron atrás? Van a parar a los bancos, los comercios monumentales, los negocios privados que promueve el gobierno para despojar a la gente de tierras, casas, calles, agua. Y peor, las remesas ayudan a pagar la deuda externa, que no es nuestra sino de los poderosos que nos la quedarán debiendo hasta después de su muerte.

¿Podemos juzgar, no digamos condenar, a los mexicanos que prefieren permanecer allá, hablar inglés, arroparse en las barras y las estrellas (que a lo largo de La Otra Campaña, el delegado Zero ha llamado "turbias" en repetidas ocasiones)? Y sobre todo, ¿podemos ignorar, abandonar, a los campesinos y obreros que viven a escondidas, en resquicios e intersticios de un país que los desprecia? Indeseables acá, ilegales allá.

De ellos dependen la economía y la estabilidad de México. Lo dicen los analistas, lo saben los señores de Washington que son jefes directos del gobierno de Fox. Mención especial merece la vergüenza nacional que significa lo constatado recientemente por Amnistía Internacional: en nuestro país, el maltrato a migrantes centroamericanos es más brutal y vejatorio que el que sufren los nuestros en Estados Unidos. Valiente "hermano mayor" somos para guatemaltecos, hondureños y salvadoreños que necesitan atravesar el territorio mexicano (infierno para ellos) para alcanzar, igual que nuestros nacionales, el dichoso "sueño americano".

¿A quién le importan los migrantes? Por lo visto, a los Minuteman y los supremacistas, que los cazan; a la migra que los expulsa masivamente. Según el Pew Hispanic Center (citado por Carolyn Lonchead), "los mexicanos constituyen el 56 por ciento de la población migrante ilegal" en el vecino país. ¿Nos importan a nosotros?

El negocio arriba parece redondo: nos roban el trabajo y el lugar, el nombre, la identidad, el idioma, y para colmo, el dinero que, mal pagados, ganamos en el exilio para nuestra gente.

¿Cuánto más necesitamos para entender que nos están robando el país y la vida?


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Chiguile y Alondra, Barrio Libre


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