Usted está aquí: lunes 19 de junio de 2006 Deportes Cosas del Futbol

Cosas del Futbol

Josetxo Zaldúa

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La orgullosa Francia tiene dos generales: Napoleón Bonaparte y Charles de Gaulle. Ambos deben estar revolcándose en su tumba por el pobre desempeño de su ejército azul. Primero los suizos, ayer los coreanos.

Conociéndolos sin conocerlos, es fácil imaginar que los generales se tomaron el tropiezo contra los blancos suizos con cierta filosofía: el francocentrismo es generoso en ciertas situaciones. Pero que los amarillos coreanos les hicieran la misma faena es demasiado. Pobres generales.

Zinedine Zidane sintetizó, al momento de ser remplazado cuando apenas faltaban cinco minutos para el pitazo final, la devastadora frustración francesa. Pasó por delante de su entrenador sin mirarlo, mucho menos darle la mano. Le faltó escupirlo. La elegancia de Zizou se fue por el desagüe.

La marea naranja fosforescente coreana del sur nubló a los franceses. El árbitro mexicano Archundia lo certificó con un excelente trabajo, aunque uno de sus líneas se comiera un gol francés realizado por Vieira. Gajes del oficio.

Francia, una excelente fábrica de futbolistas, está al filo de la eliminación. Su estratega parece más dedicado a la influencia del zodiaco, y de los futbolistas pesados del vestuario, que a asumir el mando. El resultado está a la vista. Es un equipo sin alma.

Un poco antes del bochorno francés Brasil deparó un pobre espectáculo frente a sus rivales australianos elegantemente vestidos de azul oscuro. Los dueños del arte futbolero salieron a pasear, en una demostración de nulo profesionalismo. Les valía todo, comenzando por su técnico, y terminando por la camiseta que dicen defender.

Su juego fue patético, pero la calidad de sus elementos es tal que pueden prescindir del juego de conjunto. Aún haciéndolo mal son letales. En eso, a veces, se parecen a los alemanes.

La decadencia francesa no alegra porque siempre fue un equipo que cuidaba la pelota, que gustaba del futbol sin especulaciones. Fue, en sus orígenes, un combinado romántico, un equipo que parecía beber de la locura infinitamente romántica de Emile Zola. Hoy no queda nada. Ni cenizas.

Y Brasil, el Brasil de Jorge Amado, de Baden Powell, de A.C. Jobin, de Vinicius de Moraes, de Toquinho, de Chico Buarque, de Elis Regina, de Caetano Veloso, de Gilberto Gil, de tantas y tantos íconos de la alegría contagiante de los brasileños, evidenció ayer una suerte de aburguesamiento futbolístico que, más adelante, puede costarle caro.

Si de morir se trata, mejor hacerlo siendo fiel al modo de ser de cada quien.

 
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