Usted está aquí: miércoles 14 de junio de 2006 Política Las formas religiosas del futbol

Bernardo Barranco/ II

Las formas religiosas del futbol

El futbol es más que un deporte, un espectáculo o un negocio millonario: es un fenómeno social de escala planetaria. La fiebre futbolera está tocando su cenit en este Mundial. Decíamos en una entrega anterior (La Jornada, 3/5/06) que la falta de significación de las sociedades modernas suscita búsquedas de existencia y que el futbol puede ser una respuesta lúdica y momentánea de rencantamiento frente a un mundo incierto y opaco.

En un libro reciente, Futbol, una religión en busca de un Dios, del novelista y ensayista español Manuel Vázquez Montalbán, fallecido en 2003, leemos: "El futbol es una religión laica en la Europa posmoderna; los fanáticos muestran una afición, a veces irracional, por un deporte que nos permite una vivencia religiosa indispensable para nuestro sistema emocional... Los jugadores ya no son los sacerdotes fundamentales, como tampoco los feligreses son los dueños de la iglesia: la llenan, pero el poder condicionante del dinero pasa por las exclusivas de televisión y la publicidad".

En nuestro anterior artículo observamos algunas analogías de las formas pararreligiosas del futbol, empezando por el lenguaje y la traspolación de conceptos, el carácter lúdico del juego que "religa" a los más diversos sectores sociales, culturales y lingüísticos del planeta; especialmente se mencionaba la dualidad del futbol como nuevo opio social y rencantamiento, e inclusive espacio de crítica social.

Este Mundial no escapa en cuanto fenómeno colectivo a la articulación de emociones y rituales que trascienden a grupos y pueblos, provocando una vivencia colectiva y festiva, que mezcla la unidad y la diversidad en la simplicidad de las reglas de un sencillo juego. En ese sentido el futbol, en cuanto religión civil, laica o secular, crea una trascendencia terrena que legitima la vida de la colectividad, refuerza su identidad y sus raíces. Percibir al estadio de Nuremberg, donde México ganó a Irán, como una nueva y lejana meca no sorprende; sí, que atrajo a más de 30 mil mexicanos que viajaron, como en los antiguos peregrinajes, y a más de 60 millones de televidentes, incluyendo los 5.4 millones de hispanos en Estados Unidos, quienes rompieron récord de audiencia en la cadena Univisión. Recordemos que la perenigracion es un viaje y desplazamiento de las muchedumbres hacia lugares sagrados. En épocas remotas se iban a las montañas, riscos, cavernas, mientras que a partir de la antigüedad los lugares sagrados se desplazaron a los templos, a las tumbas de héroes o santos. Hoy los mundiales son los nuevos santuarios que atraen peregrinos de todo el mundo.

Sobre la sexualidad sagrada, el futbol libera rituales donde hay espacios, cadencias y cuerpos; cuerpos en movimiento, cuerpos que se transforman en creatividad estética del ballet hasta diversas formas de expresión corporal en los festejos que involucran a los espectadores, que en tanto fanáticos participan con festejos propios, cantos y porras.

El futbol también puede ser represión; hasta hace muy poco era el "deporte del hombre", actividad excluyente de mujeres que sólo podían jugar como espectadoras. Durante décadas fue un espectáculo machista, que en años recientes ha venido cambiando. Igual que en la Iglesia, donde sacerdotes y clérigos jamás son mujeres y sus preferencias son asunto privado. En los periodos de alta competencia, sus entrenadores les exigen celibato, y a esta privación se suman otros sacrificios, como la disciplina en los entrenamientos, concentraciones prolongadas, obediencia ciega y aislamiento. Y si no, recordemos al entrenador Manuel Lapuente, en Francia 98, pidiendo a los seleccionados mexicanos largos meses de asepsia sexual y alejamiento de las relaciones maritales porque son los hombres que se dedican casta y sufridamente a su misión: ser competitivos en el Mundial. Aquí hay cierto rito de purificación que implica renuncia.

Culpa y pecado también están presentes en la religión civil del futbol. No hay nada más reprobable que el fracaso en momentos claves; el error, la pifia, adquirien estatus de pecado para los fanáticos como es fallar en el momento importante, por ejemplo, un penal. Si la decepción lleva al suicidio, el pecado lleva al castigo. Los extremos deforman, pero ilustran, recordemos al jugador colombiano Andrés Escobar, quien metió un autogol en el Mundial de Estados Unidos 1994 que descalificó a su equipo. Un mes después fue asesinado a balazos por uno de sus seguidores.

José María Mardones, filósofo y teólogo vasco, observando en España la religión futbolística, señala: "Los medios de comunicación, especialmente la tv, han convertido la celebración del fin de semana en un rito seguido por millones. Semanalmente, a la misma hora, la transmisión futbolística reúne ante el 'altar doméstico' de la televisión a los fieles que buscan la ración de emoción y entusiasmo colectivo semanal". En este sentido la religión laica del fut desplaza los rituales litúrgicos del catolicismo, que destinaba el domingo de descanso a adorar a Dios. Sin embargo, las expectativas que crean los medios sobre los posibles logros llegan al extremo cuando existe un estrepitoso fracaso de encontrar chivos expiatorios. Tal extremo ocurrió en el fracaso de México en el Mundial de Argentina 1978, cuando Televisa ya ponía a los ratones verdes en las finales. El pecado, la culpa y el sacrificio purificador recayó en José Antonio Roca, entrenador.

En todo caso, la gravitación mediática de este mundial le ha caído muy bien al proceso electoral de nuestro país, cuyas campañas después del debate han descendido a los más bajos niveles de ruindad política y de una patética guerra sucia. Viendo la atmósfera festiva del triunfo de México sobre Irán, se percibe el aireamiento y alivianamiento, así como una doméstica atmósfera política autodestructiva y polarizada.

 
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