Usted está aquí: viernes 9 de junio de 2006 Opinión México SA

México SA

Carlos Fernández-Vega

Todo resplandece en tiempos de cólera electoral

Mayor crecimiento hacia finales de sexenio resultado de más gasto, subsidios e inversión

Ojalá todos los años fueran de campañas electorales, que de manera permanente hubiera candidatos en pos de la Presidencia de la República, porque ese parece ser el mecanismo idóneo para hacer crecer la economía, aumentar el gasto público, celebrar "logros" y "avances" por doquier y, desde luego, justificar el paso por Los Pinos del inquilino en turno.

Qué bien parece funcionar la economía mexicana en plena campaña electoral. A lo largo de los pasados cinco años, el producto interno bruto reportó una tasa promedio de crecimiento anual de 1.8 por ciento, un resultado por demás raquítico y vergonzoso para los que prometieron todo y no cumplieron nada.

En ese lustro no dieron una: pronósticos fallidos, recortes presupuestales a la primera provocación, caída en los principales indicadores o inmovilidad de los mismos en el mejor de los casos permanecieron estáticos, pérdida neta de empleo, descenso en el ranking económico internacional, creciente expulsión de mano de obra, etcétera, etcétera.

Pero las campañas electorales son mágicas y, justo ahora, en plena lucha -que más se parece a una guerra- por la Presidencia de la República, resulta que la economía repunta "como nunca antes", aunque sea de manera virtual, es decir, cuando el poder parece írseles de las manos.

De acuerdo con la versión oficial no cesa el flujo de buenas noticias, aunque ellas ni de lejos alcancen para paliar los errores y resultados negativos del quinquenio. En las últimas semanas los mexicanos han sido enterados por los canales oficiales que el producto interno bruto crece "a tasas históricas", la inversión va al alza, se incrementa la oferta de empleo en la economía formal, la confianza de los consumidores es envidiable, los precios al consumidor se reducen y tantas otras bellezas de la economía en tiempos del cólera electoral, es decir, todo lo contrario al registro de los cinco años previos.

En los tiempos tricolores, felizmente superados por el "cambio" (siempre de acuerdo con la increíble versión oficial) el último año de gobierno solía ser el mejor, o uno de los mejores, económicamente hablando, de todo el mandato del presidente en turno.

Salvo el de López Portillo, esa ha sido la norma en los últimos cinco sexenios. Incluso Miguel de la Madrid hizo su luchita, aunque este mandatario no fue precisamente luchón. A Carlos Salinas de Gortari se le cayó el buey a la barranca en 1993, cuando el producto interno bruto sólo creció -por llamarle de alguna manera- 1.94 por ciento, pero en 1994 (con el alzamiento zapatista, los asesinatos de Colosio y Ruiz Massieu, la pataleta de Carpizo en Gobernación, la crisis devaluatoria en ciernes, la fuga de capitales y demás bellezas de fin de gobierno), el PIB se incrementó 4.46 por ciento, un avance 2.3 veces superior al de un año atrás.

Algo similar sucedió con Ernesto Zedillo. Un año antes de dejar Los Pinos, el PIB reportó un crecimiento de 3.74 por ciento, el menor del sexenio del "bienestar para la familia" (sin considerar el desplome de 6.22 por ciento de arranque de mandato). En 2000, año electoral, mágicamente el producto interno bruto se incrementó 6.64 por ciento. Y ni así: el PRI tuvo que abandonar Los Pinos.

El sexenio de Vicente Fox ha sido un verdadero desastre en resultados económicos. Cinco años de "cambio" y muchos discursos para promediar 1.8 por ciento anual de "crecimiento". El garbanzo de a libra de su gobierno se registró en 2004: 4.2 por ciento de incremento en el producto interno bruto, el mayor de su mandato, pero sólo equiparable al obtenido en 1991.

Pero todo periodo presidencial tiene su sexto año, por mucho que con la llegada del "cambio" se "desterraron" las prácticas tricolores de meter el acelerador económico, aumentar el gasto público, incrementar la deuda y otras gracias del manipuleo económico con fines electorales.

Fanático en su veneración al sacrosanto equilibrio fiscal durante cinco años, el gobierno foxista se ha soltado el pelo para aparentar una supuesta bonanza económica que "convenza" al electorado de que ellos sí saben cómo hacerlo, de tal suerte que se tienen que quedar en Los Pinos, para repartir, ahora sí, los beneficios, tal y como hacían los que se fueron y repiten los que están a punto de irse.

La magia del periodo electoral nos ofrece un buen truco: el PIB creció 5.5 por ciento en el primer trimestre de 2006, el mayor para un periodo similar en el "cambio". En la chistera está la solución: en ese lapso, el gasto neto presupuestario del sector público se incrementó más de 11 por ciento en términos reales, crecieron las erogaciones para los programas sociales, así como subsidios y transferencias para inversión.

Las rebanadas del pastel:

A golpe de chantajes, el Grupo México y su cabeza visible, Germán Larrea Mota Velasco, pretenden "arreglar" el conflicto minero. Ayer anunció el cierre de La Caridad, ante "la imposibilidad física" para mantenerla produciendo. Sólo hay que recordar el petate de la mina San Martín, en Zacatecas, y las ganancias que ello le generó.

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