Usted está aquí: viernes 9 de junio de 2006 Opinión Meta Data: más allá del descaro

Editorial

Meta Data: más allá del descaro

El empresario Diego Hildebrando Zavala admitió ayer que su empresa Meta Data obtuvo pingües contratos por adjudicación directa en el sector público, y particularmente en el ámbito de Pemex, en tiempos en que su cuñado, Felipe Calderón Hinojosa, era titular de la Secretaría de Energía, de la que depende la paraestatal. La confirmación es relevante en dos sentidos: porque arroja luz sobre lo que podría denominarse, parafraseando a Daniel Cosío Villegas, el estilo personal de adjudicar que ha caracterizado al foxismo, y cuya expresión más lamentable es el conjunto de turbiedades institucionales operadas para beneficiar a los hermanos Bribiesca Sahagún, y porque coloca en un callejón sin salida la candidatura presidencial del propio Calderón Hinojosa y, con ella, al conjunto del foxismo.

Desde que trascendieron los primeros datos sobre la dispendiosa frivolidad y la no tan solapada corrupción del grupo que aún detenta el poder, el ámbito presidencial había logrado encubrir las responsabilidades políticas y legales de los involucrados y negar la correspondiente procuración de justicia. Pero en esta ocasión no toca aplicar el principio de rendición de cuentas a procuradores que actúan bajo consigna presidencial, ni a alianzas legislativas mutuamente encubridoras, ni a instancias judiciales superiores que han mostrado una sumisión lamentable ante el Ejecutivo, sino a la ciudadanía. Ante la inminencia de las elecciones, la sociedad tiene en sus manos el veredicto nacional sobre un grupo que se inició en el ejercicio del poder con la oferta de transparencia, honradez, austeridad y respeto a la división de poderes, y que ha actuado en forma contraria a su promesa, que ha realizado negocios privados rapaces e indebidos desde las oficinas públicas, que ha usado los organismos de justicia con propósitos facciosos y que ha mentido en forma sistemática en cada ocasión en que su desaseo ha quedado al descubierto.

Sería imposible, en la circunstancia actual, olvidar los enérgicos desmentidos iniciales de Marta Sahagún cuando trascendió que uno de sus hijos era socio de Construcciones Prácticas, una de las firmas que compraron a precios risibles activos del Fobaproa y que obtuvieron con ello ganancias insólitas y hasta obscenas. Semejante fue la negativa de Calderón Hinojosa ante las cámaras, la noche del martes pasado, cuando su contrincante perredista, Andrés Manuel López Obrador, reveló los negocios de Diego Hildebrando Zavala en el sector público. "Miente usted", dijo el aspirante del blanquiazul, pero ayer su propio cuñado confirmó, así fuera parcialmente, el señalamiento del tabasqueño: Zavala "sólo recuerda" haber obtenido cinco contratos con una filial de Pemex cuando Calderón era secretario del ramo. Así se hubiera tratado de negocios regulares y honestos, el candidato panista quedó mal parado. Pero las cifras que aparecen en Compranet y los documentos contables divulgados anteayer por el partido de López Obrador indican que el empresario obtuvo, por medio de sus empresas Meta Data e Hildebrando SA de CV, si no un enriquecimiento inexplicable, al menos un enriquecimiento que sólo puede explicarse con un pariente próximo en el poder. Ante ello, el foxismo y su candidato deben escoger entre dos salidas: aceptar una investigación ágil, exhaustiva y sin cortapisas de las andanzas contractuales del cuñado incómodo, o ir más allá del descaro y del cinismo y porfiar en la negativa, el ocultamiento y maniobras de distracción como una eventual demanda civil contra el abanderado perredista. La segunda sería, obligadamente, más desastrosa que la otra para el empeño transexenal de los foxistas.

El anuncio de la muerte de Abu Musab Al Zarqawi, a quien se atribuía el liderazgo de Al Qaeda en el Irak ocupado, ha causado un regocijo de gusto necrófilo en Washington, Londres y otras capitales de Occidente. Se repitió, en escala menor, el ritual realizado por el gobierno estadunidense cuando presentó a la opinión pública los restos de los hijos de Saddam Hussein, ultimados en julio de 2003. Por lo que hace al triunfalismo de los invasores y ocupantes, el momento es sólo comparable al de la captura del ex dictador, seis meses más tarde, o al anuncio formulado en mayo de ese año por el presidente George W. Bush de que los combates en Irak habían concluido. El espejismo creado en torno de Al Zarqawi es de tal magnitud que las agencias internacionales de prensa reportaron un descenso en las cotizaciones del crudo atribuible a ese suceso, ocurrido en la localidad de Hibib.

En realidad, el saldo del intenso bombardeo aéreo contra la casa donde se encontraba el dirigente integrista reunido con siete de sus colaboradores ­los ocho murieron­ no va a cambiar en forma significativa el curso de la guerra entre los invasores y la resistencia iraquí.

Los gobiernos de Washington y Londres han difundido la idea, con la inestimable ayuda de medios de información que se pretenden objetivos y neutrales, de que Al Zarqawi era el líder principal de la insurgencia, así como en los meses posteriores a la invasión hicieron creer a sus respectivas sociedades que los ataques contra las tropas ocupantes eran comandados por Saddam Hussein. Pero la resistencia en la infortunada nación árabe es un fenómeno mucho más vasto que las decapitaciones videograbadas de rehenes o que los atentados dinamiteros indiscriminados; tales acciones execrables, que al parecer llevaban la firma del combatiente jordano ultimado en Hibib, acaso sean la parte de la guerra que resulta más apetecible para los intereses mediáticos occidentales y reciben, en esa medida, una cobertura desmesurada; sin embargo, la lucha de los iraquíes por recobrar su independencia y su soberanía no se circunscribe a la rama local de Al Qaeda: es una causa en la que confluyen, además de los integrismos sunita y chiíta, incontables ciudadanos laicos de los tres principales grupos de población ­sunitas, chiítas y kurdos­ y que no se origina en la influencia de Osama Bin Laden en la antigua Mesopotamia.

La causa de la insurgencia está en la invasión misma y en el implacable arrasamiento de vidas y bienes puesto en práctica por los ocupantes. Si bien la pérdida de vidas es lamentable en cualquier circunstancia, la liquidación de Al Zarqawi y de siete de sus partidarios en Hibib mediante un bombardeo aéreo es un episodio de menor trascendencia que los asesinatos masivos de civiles perpetrados por los ocupantes en lo que constituye, a contrapelo de los alegatos de Washington, una política sistemática de terror y aniquilación. Una de las puntas del iceberg de esa estrategia genocida es la matanza de 24 personas desarmadas, entre ellas varias mujeres y varios niños, perpetrada por infantes de marina en noviembre pasado en la localidad de Haditha. La ocupación es la causa de la resistencia, y la barbarie de los invasores constituye el principal alimento de la particular atrocidad de esta guerra. Con o sin figuras como la de Al Zarqawi, sus promotores la seguirán perdiendo.

 
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