Usted está aquí: jueves 8 de junio de 2006 Opinión ¿Cuál debate?

Adolfo Sánchez Rebolledo

¿Cuál debate?

En sentido estricto el llamado debate fue un conjunto de cinco monólogos aprendidos de memoria. La discusión, por llamarla de alguna manera, estuvo ausente, aunque algunos midan la eficacia de estos encuentros por el número de golpes bajos que los actores puedan propinarse. O por atributos que son propios de otros concursos mediáticos: la calidad de las sonrisas, el peinado o la solidez de los ademanes al hablar de la Ley y el Orden. Es una lástima que el formato sea tan conservador, tan poco propicio para la discusión puntual de las diferencias, que las hubo y muchas, algunas importantes. O para resaltar las coincidencias que también aparecieron, como es normal. Y, sin embargo, la noche del martes se produjo el único momento realmente democrático de esta larga y truculenta campaña. Los candidatos dijeron lo que podían o querían y, contra las previsiones catastrofistas, nadie avasalló a nadie, pues al final -más allá de la mercadotecnia- se expusieron ideas, propuestas que, por desgracia, no fueron confrontadas.

Si algo merece destacarse como conclusión preliminar de este cruce de opiniones es la idea generalizada de que estamos ante un patético "fin de fiesta". Ni siquiera el candidato oficial pudo sustraerse a ese clima: el próximo Presidente tendrá que dar un golpe de timón para cambiar el rumbo extraviado de la República. No hay continuidad posible, si nos atenemos a las cifras ofrecidas por los mismos candidatos. El diágnostico no puede eludir los puntos de partida: enorme desempleo, pobreza, marginación, inseguridad, desigualdad social y regional, ausencia de política exterior, retraso increíble en la modernización del gobierno, debilidad del Poder Judicial, desconfianza ciudadana, corrupción, en fin, falta de crecimiento y ausencia de desarrollo social. Naturalmente, cada uno de los aspirantes a la Presidencia dicen tener la llave maestra para, ahora sí, comenzar a dar soluciones a los problemas estructurales de la sociedad mexicana. Pero no será sencillo, pues la completa satisfacción de las promesas exigiría no ya un nuevo remiendo legal o institucional, sino una revisión a fondo de la Constitución, esto es, la búsqueda de un ordenamiento fundamental que oriente hacia el futuro la vida nacional.

Mucho se habló de la gobernabilidad democrática, del federalismo o la urgencia de avanzar hacia un "nuevo pacto social", pero poco se dijo acerca de la naturaleza del régimen político que vendría a sustituir al actual que ya se considera "agotado". Por ejemplo, la idea de constituir un "gobierno de coalición" o la pretensión de introducir la "revocación del mandato", se presentan como simples ajustes legales sin salir del marco actual, sin reconocer, en todo caso, la necesidad de cambio de fondo en el diseño del Estado. Reconocer la necesidad de un gobierno de "unidad nacional" no es lo mismo que gobernar en coalición, como se hace en los regímenes parlamentarios, comenzando porque en México las "coaliciones" lo son únicamente para las elecciones y nada más. Propiciar el Estado democrático y social de derecho no es tan sólo el acuerdo entre las fuerzas vivas y el pueblo, sino un cambio fundamental en las prioridades estatales para hacer posible el crecimiento que permita disminuir la desigualdad y aumentar el bienestar.

La experiencia desastrosa de los años recientes ha obligado a revalorar el papel del Estado, incluso entre aquellos que predicaron su reducción extrema, pero eso no debe abonar la idea de que el nuevo presidente podrá hacerlo todo, como sugieren algunas afirmaciones del candidato oficial. No nos convertiremos en"un país ganador" por simple imitación de nuestro vecinos. Tampoco abandonar el "mercado interno" en nombre de la carrera por los capitales globales o renunciar a la voluntad de Estado para convertir a los gobernantes en simples administradores de los mercados. La inserción de México en la globalización merece discutirse, con sus implicaciones socioeconómicas, pera también jurídicas, constitucionales y culturales.

En fin, me hubiera gustado que los candidatos debatieran sobre esas opciones, esto es, sobre sus "proyectos de nación" que en verdad difieren y se contradicen, aunque a veces parezca lo contrario. Ese es el marco real para poner en la mesa la necesidad de los acuerdos, tan necesarios en la vida democrática como la libre expresión de las diferencias.

 
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