Usted está aquí: miércoles 7 de junio de 2006 Opinión Patria o muerte

José Steinsleger

Patria o muerte

El cosmopolita barrial se deprime frente a la vigorosa circulación de virus que se llaman "patria", "soberanía", "himno" y "nación". Histeria de una historia que los lleva a ensayar, con ardores contenidos, los desagradables recursos del choteo y el valemadrismo intelectual.

El cosmopolita barrial sabe de todo, sin reparar en la parte. Y cuando ve la parte prescinde del todo, aferrado a la corteza de las cosas, a las noticias de los hechos.

No se trata de personas insensatas. Pero si deciden hacer una silla, no pueden sentarse en ella porque les sale coja. Del benévolo lector, esperamos su indulgencia por tan indigesta peroración.

¿Cómo razonar sin meditar? ¿Cómo vivir en el mundo sin observar las leyes no escritas de su razón? ¿Cómo recordar que hay leyes que en la acción buscan cumplir con la razón de los anhelos postergados?

Puesta al día por la rebelión mundial de los pueblos, ninguna divisa más actual que "patria o muerte". En parajes de origen bíblico, Irak y Palestina se desangran por ella, y en América del Sur los pueblos remodelan las patrias del segundo, tercero y cuarto capítulo de nuestra independencia.

El cosmopolita barrial no es inofensivo, ni peca inocencia. Su propósito consiste en relativizar y confundirlo todo, ofreciéndonos la silla de la tolerancia coja para sentir (desde la ventana) los impredecibles temblores de la vida.

Poeta o juglar. El poeta sabe que el dominio de la palabra dista de ser mero signo de la inteligencia porque es lo que es, complemento del ser inteligente. En cambio, cuando el río piedras trae, el juglar oficia de saltimbanqui o plumífero del "acuerdo nacional".

Ambos brillan con talento. Pero depende. Porque pensar y sentir obligan a reconocer ciencia y sapiencia en quienes sueñan un mundo mejor.

Nuestras acotadas partes de libertad nacieron del temple de quienes España satanizó de "patriotas", y subieron al cadalso con los ojos abiertos y la mente despierta (1812). Años después, un oficial llamado Riego recibió del rey la orden de sofocar en América la lucha independentista (1820).

El alzamiento del poderoso ejército de Riego permitió que la patria grande sellase, en las pampas de Ayacucho, la victoria definitiva sobre el imperio español (1824). Luego, los pueblos originarios y negros demostraron que la barbarie de la cultura liberal mataba las razones efectivas de los anhelos postergados.

El estrabismo del cosmopolita barrial tiene asideros. La "patria" es, sin dudas, una idea conflictivamente decadente. Mas no cualquiera la expresa con el esplín de Baudelaire ya que hay pueblos sin patria que los defienda, y a un lado y el otro del muro se los cogen.

El vino agrio del cosmopolita barrial diluye el licor de la patria en la promiscua ciudadanía de los prudentes. ¿Todos en la misma bolsa? En 1931, una copla popular española decía: "Que mueran los que claman/ por la moderación/ para atacar los fueros/ de la Constitución".

Cuando en Bogotá a Manuela Sáenz le dijeron "extranjera", no respondió como la dama lúcida que al esposo explicó su amor por Bolívar, sino como la hembra-macho que fue: "... soy de la patria americana, nací en la línea ecuatorial".

No fue en los himnos donde por vez primera oímos los acordes de la patria natal. Podemos sobrevivir sin padre. Pero sin madre (o poca madre) que nos ampare, lo sensible se degrada a recurso artificial.

La madre da, instintivamente, la patria en la que el padre dicta su ley: defiendan la patria, defiendan la madre. Principio que, a veces, los hijos calibran con lectura desigual: Antonio Machado, actualizando la letra del Himno de Riego (1931), y su hermano Manuel escribiendo Al sable del caudillo (1939).

Los apátridas sostienen que vivimos "el fin de los metarrelatos". Que se lo digan al secretario de Estado de la posmoderna España que en noviembre de 2003, al oír por malévolo error el himno de la república durante la inauguración de la final de la Copa Davis de Tenis en Melbourne, ordenó a los jugadores volver a los vestuarios, y elevó una sonora protesta al Estado australiano.

De la lucha contra la madre patria castradora, nació la canción que habla de una mujer cubana que al oír "... de la patria el grito/ todo lo deja, todo lo quema/ ése es su lema, su religión".

Casta o puta, la patria mueve resortes a un tiempo irracionales y aleccionadores, estimulantes y perturbadores. ¿Cuáles valen? Otra copla de los indómitos pueblos ibéricos que aún respiran observa con delicadeza qué parte de la patria debemos negar:

"Un hombre estaba cagando/ y no tenía papel/ pasó el rey Alfonso XII/ y se limpió el culo con él."

 
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