Usted está aquí: miércoles 7 de junio de 2006 Opinión Debate contra campañas

Carlos Montemayor

Debate contra campañas

Lentamente la realidad provocó algunas fisuras en el elegante cristal del llamado debate televisivo. Pocas veces en la televisión mexicana logra la realidad alterar la imagen homogénea que la cúpula económica y política del país protege, diseña y difunde. La realidad que melló ese cristal, que ensució esa imagen nítida, fue la diferencia intencional entre las campañas políticas y el debate mismo.

Al parecer, las campañas ocurrían "afuera", en las calles, no en ese espacio donde la discrepancia era ecuánime y respetuosa. En cierto momento, cuando la mayor parte de los candidatos proponían firmar acuerdos al término mismo de la presentación, aceptaron tácitamente que ser candidatos en "el debate" no era lo mismo que serlo en "las campañas". ¿Acaso el debate, entonces, era otro tipo de campaña?

Los candidatos emplearon el término "aquí" para referirse al debate. Ese "aquí" no era la realidad ni las campañas ni México, sino la televisión. Reconocían tácitamente que era un escaparate irreal, artificial. Esa irrupción de la realidad mostraba otra cara peor: si en el debate se comportaban de manera diferente a como lo hacían en "la realidad", entonces no se trataba propiamente de un debate de ideas, sino, en términos técnicos, de un casting para escoger al actor más convincente o de un juego de mercadotecnia.

Esto debía echar por la borda el mensaje inicial del responsable del IFE: de que en esas dos horas conoceríamos mejor las propuestas de los candidatos. Si él formaba parte del casting, los términos conocer mejor tendrían que ajustarse a que lo que dicen y hacen los candidatos en el debate no es conocer mejor lo que dicen y hacen en la realidad de las campañas, sino lo que hacen y dicen en la fantasía que la televisión les provoca.

Sin embargo, la realidad asomó su sombra, o su bulto, o su luminosidad, según prefiera el lector, por otras dos vías. Una, el enfrentamiento único entre las posiciones de Felipe Calderón y de Andrés Manuel López Obrador. Otra, que no estaban aludiendo al mismo país. Esgrimir la ley y la legalidad como garantía de una desigualdad social confundida como estabilidad social no es lo mismo que proponer la reconstrucción del Estado benefactor como un orden social más equitativo. Tampoco es lo mismo aludir al México ganador donde han tenido cabida Salinas, Zedillo y Fox, que aún viven, que aludir a otro México donde los nombres ilustres de figuras ya desaparecidas tuvieron cabida, y que con los nuevos planes de educación pública desaparecerán del imaginario colectivo.

¿A cuál alusión de realidad se volverá la mayoría del electorado? ¿Cuál de esas realidades comprenderá mejor el electorado? No es fácil por ello decir si tuvo lugar en verdad un debate de ideas o si esta es la "realidad" que debemos esperar y aceptar los mexicanos de la élite del poder de partidos que gobierna al país. ¿Realidad o ilusionismo? ¿Deben depender los resultados de la elección nacional de un debate como éste? ¿Deben las televisoras seguir pensando que de sus pantallas depende la vida política del país?

 
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