Usted está aquí: miércoles 7 de junio de 2006 Cultura POESIA PARA LLEVAR

POESIA PARA LLEVAR

Ricardo Yáñez

Una anécdota

APUNTO DE sentarme a escribir esta entrega me llega la más reciente Revista de la Universidad de México que, entre otro muy apetitoso material, rinde homenaje al poeta, ensayista, animador cultural que fue don Jaime García Terrés. Con las prisas, apenas si la hojeo y topo con la semblanza, por Aurora Ocampo, de otro Jaime, Sabines, quien este año habría cumplido 80. Casi al final de su texto la autora del Diccionario de Escritores Mexicanos menciona a Julio, hijo del chiapaneco, preguntándose si no tendrá la familia Sabines textos aún inéditos del ''escribano de la vida".

POR MERA ASOCIACION recuerdo que antes de 2000, Julio me invitó a publicar una anécdota que dejo para cerrar esta colaboración. Antes me perderé en cosillas como que a mis 23, 24 años no sabía quién era Sabines. Debe haber sido el doctor Nandino (no estoy del todo seguro, pudo haber sido Carlos Prospero) quien me acercó Horal. Había leído previamente, eso sí por don Elías, un comentario de Jesús Arellano a Algo sobre la muerte...

NO SE COMO me allegué luego más libros ni mucho menos cómo me atreví a dar una presunta conferencia al respecto. Ideas de Nandino. Según sus propias palabras había que echar a los muchachos a la alberca. Si nadaban, qué bueno. Si se ahogaban, ni modo. No puedo olvidar la impresión de esas lecturas, acaso sobre todo por el manejo lírico y contemporáneo, quiero acaso decir vívido, de ciertas formas que, como el soneto y la canción, me atraían enormemente y para decirlo como entonces no estaban in. No se puede afirmar que hablásemos nunca, aunque por teléfono cruzamos dos, tres palabras.

RECIEN VENIDO YO de Guadalajara, sin un cinco (vivía de contrabando en un cuarto de azotea por la calle de San Luis), llegué a pasar días completos sin comer. Andaba buscando trabajo. Ignoro cómo obtuve el teléfono de la fábrica de alimentos para animales a la que llegaba y de la que salía tempranísimo. Mi debilidad y por lo mismo exceso de sueño, aparte que había que cuidarse de que en el edificio no me descubrieran, hizo que jamás diera con él. Pasado el tiempo, asombros del destino, me volví reportero. Para un Día de Muertos me sugirieron que lo entrevistara. Yo la verdad no quería. De todos modos le dije a Julio y éste me consiguió la entrevista, que no llegó a hacerse porque para cuando la conseguí ''ya no había espacio".

LUEGO, POR EDUARDO Langagne llegué a tener en mis manos el manuscrito de Horal. Todavía me emociono. Incluía un dibujo, no malhecho, del poeta dibujando -o, para uno, escribiendo. Lo que más me impresionó fue ver tachados cuatro versos en el famoso poema que comienza ''Yo no lo sé de cierto...", muy bien, expedita, frescamente tachados, sin que la inspiración perdiera pie.

LA ANECDOTA. Publico en 1985 lo que considero mi primer libro y Julio me dice que por qué no se lo llevo a su padre. Hacemos la cita. Colonia Del Valle, un cuarto piso quizá. Timbro. Me contesta don Jaime. ''Sube", me dice. Abre. Está viendo la televisión. Le doy el ejemplar, dedicado, claro. Lo pone en una mesita al lado. Sigue viendo la televisión. Así pasa más o menos media hora. Yo también, sin verla, veo la televisión. Al fin digo: ''Bueno, don Jaime, ya me voy". ''Andale, que te vaya bien".

 
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