Usted está aquí: miércoles 7 de junio de 2006 Opinión Elecciones en la Stultifera navis

Alejandro Nadal

Elecciones en la Stultifera navis

Es tiempo de elecciones y es hora de invocar a la locura. En el cuadro La nave de los locos, de Jerónimo Bosch (mejor conocido en el mundo latino como El Bosco), los personajes participan en el juego de cucaña. Todos son dementes y unos intentan descolgar el premio que cuelga del árbol que sirve de mástil en esta embarcación. Se trata de la representación de una figura muy popular en el imaginario del Renacimiento, la embarcación cargada de locos, dementes o lunáticos, que eran desterrados de pueblos y ciudades en Europa. La deportación se llevaba a cabo en una embarcación que navegaría per secula seculorum en los ríos interminables.

Michel Foucault en su magistral Historia de la locura en la época clásica señala que en este viaje de expulsión los locos eran enviados en búsqueda de su propia razón. La Stultifera navis tiene el sentido de una poderosa metáfora en la que los dementes son exiliados y castigados a vivir en un laberinto fluvial, sin posibilidades de retorno a la ciudad. Este procedimiento de exclusión es antecedente de otra forma de lidiar con la locura que se aplicaría más tarde: el castigo del calabozo y la mazmorra. Finalmente, con el advenimiento de la percepción clínica de la locura surge la idea de tratar a la demencia como una enfermedad a la que se puede asignar una curación y un tratamiento médico.

Del destierro al castigo, y después al tratamiento clínico, hay quien se atreve a pensar que hay un progreso social en esta sucesión de formas de pensamiento. Pero independientemente de su perfil, el común denominador de estas maneras de ajustar cuentas con la locura es que siempre el mundo de los locos es visto como peligroso y subversivo.

Por ese motivo, la obra teatral El manicomio de afuera presenta una nueva dimensión sobre las elecciones. Escrita por Susana Cato y dirigida por Noé Lynn, se presenta en la Casa del Teatro (que dirige Luis de Tavira) y contiene todos los elementos del teatro clandestino. Sin embargo, aunque está escrita al calor de los acontecimientos, como decía Vicente Leñero, no será una obra efímera.

Cato hizo bien en escoger el tema de los internos del manicomio: hablan de los que estamos afuera, de los que vamos a votar. Y ¿para qué van a votar los de afuera?, se preguntan los huéspedes del manicomio. La respuesta no se hace esperar: porque están locos.

El discurso de los locos entraña un saber distinto, por eso esta metáfora es pertinente para discurrir sobre las elecciones. Después de todo, el significado de las elecciones no se agota como simple procedimiento para escoger alguien que servirá de presidente durante seis años. Las elecciones son un ritual de renovación en el que se juega a que somos todos iguales. Así, por un instante mágico en las urnas, somos todos pares. Puro ritual, porque fuera de ese momento todos somos desiguales.

En esta sociedad hay quienes dan órdenes y quienes tienen que obedecerlas; quienes pueden contratar y despedir, y los que sólo pueden ir mal desayunados al trabajo. En un país como México, donde la desigualdad proverbial se fusiona con la inequidad neoliberal, eso de que todos somos iguales, realmente está de locos. Y, sin embargo, ése es el juego el día de las elecciones en el manicomio de afuera.

La obra de Susana Cato da en el blanco porque los locos saben cosas que los "sanos" no pueden aspirar a conocer sin perderse. Los límites de su saber son mucho más amplios que los de la ciudadela llana del orden burgués. Por eso el saber del loco es subversivo.

Ese conocimiento rompe los límites de una racionalidad social que no puede admitir que tiene rasgos de locura sin destruirse. Por eso, cuando se trata a la locura como una enfermedad, no sólo se le somete a la racionalidad clínica, con sus reglas y leyes que van del diagnóstico al tratamiento. Lo más importante, como bien demuestra Foucault, es que la experiencia de la locura se convierte en asunto privado. Como enfermedad, su génesis y fin se circunscriben a la esfera privada. Se excluye así la posibilidad de considerar a la locura como un mal engendrado en y por la esfera social. La violencia de la desigualdad, la inequidad, la miseria, la corrupción, la mentira y la hipocresía, eso puede quedarse sin problema en el orden social.

Sólo los locos pueden perturbar la jerarquía y el orden de esa racionalidad social. Por eso ellos sí saben que hay un fraude electoral en marcha. El loco puede ver a través del disfraz de los embaucadores, los estafadores y traficantes de la bribonería electoral. Por eso pueden ver la mano derecha forjando sobre el yunque el engaño. Pueden descifrar su metabolismo represor y sentir cómo se cerrarán los pocos espacios de libertad que todavía perduran de quedar en el poder los legionarios amantes del discurso mussoliniano sobre la pasión por un México fuerte.

 
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